jueves, 18 de octubre de 2012

NEW YORK, NEW YORK

Mi primera vez en la tierra de Carrie. Llegué sola al aeropuerto de Newark, por lo que tuve que tomar todas las precauciones posibles considerando mi condición de viajera primeriza: nextel en mano para comunicarme con Lima, monedas de veinticinco centavos por si tenía que hacer una llamada en un teléfono público, los datos del hotel en mi Moleskine, la info del seguro y la hoja de contactos varios que me dieron en la oficina. Todo estaba calculado. En la puerta del aeropuerto tomaría uno de los miles de taxis amarillos que me llevaría con total seguridad al hotel, pero apenas saqué mi maleta me abordó un gringo corpulento aturdiéndome con su inglés apurado y prácticamente me dejé arrebatar el equipaje. Lo seguí cual zombi por unas escaleras eléctricas que me condujeron a un segundo piso. Fue tal su determinación que no pude decirle que no. Es que no estaba con mis cinco sentidos despiertos. Había volado toda la noche en un asiento que no se reclinaba, abriendo los ojos cada media hora, jugando a la contorsionista para tratar de encontrar mi añorada posición de bebé, con la única que me puedo quedar dormida. Solo quería llegar al hotel, descansar y encontrarme con mi amiga Sifrina, así que lo seguí, no con confianza sino con una resignación absurda. Era tan fácil hacer lo que me habían dicho que haga, pero no, mi flojera pudo más, y en Nueva York!!!! En la ciudad de La ley y el orden UVE (unidad de víctimas especiales). Salimos a un estacionamiento y sospeché que algo no andaba bien, algo no cuadraba en mi esquema de taxis neoyorquinos, no veía ningún taxi amarillo!!!! El hombre me llevó hasta una camioneta grande, tipo Van, y cuando abrió la maletera me atreví a decirle: sorry… and the yellow car? Oh! is the same miss. Please, do you have any identification?, le pregunté, aunque sabía que era inútil, me podía enseñar una estampita de la virgen e igual podía violarme (pero no precisamente para quitarme la virginidad). Agilito, me enseñó algo que parecía una licencia y no me quedó más que entregarme. Primero ganó la flojera, después, la vergüenza. Ya había llegado hasta ahí, había cargado mi maleta, no podía decirle que no me iba a subir a su auto porque pensaba que era un serial killer. Subí aterrada y cuando me estaba poniendo el cinturón de seguridad sonó el nextel, era mi capi, que dónde estaba, que si llegué bien, ¿te subiste al taxi amarillo? No puedo hablar ahora,  luego te llamo, le dije con voz incómoda y con un dejo de molestia (como suelo desquitarme con quien más amo, le eché la culpa por obligarme a ver aquella serie de policías que se dedican a resolver casos de abusos sexuales). No quería verbalizar mis fantasías criminales porque tenía miedo de que se hicieran realidad si el conductor las escuchaba. Hubiera sido como nadar con una herida sangrante al costado de un tiburón. Y mi tendencia a la negación, al no querer ver la realidad, se apañaba con el silencio. Además, aunque Ud. no lo crea, me preocupaba lo que podía pensar el taxista, aunque me había dicho que no hablaba español.
Conforme fuimos avanzando, me fui relajando. Vi los edificios gigantes a lo lejos, pasamos por un túnel, debajo del agua, y nos adentramos por una ciudad vieja y atolondrada hasta que finalmente llegamos al Dream Hotel. Efectivamente era un sueño estar ahí, no solo porque ya era evidente que el gringo en cuestión solo estaba haciendo su trabajo, sino porque había llegado a la ciudad de Woody Allen, Paul Auster y Desayuno en Tiffany’s, a la ciudad que había visto tanto en fotos, series y películas que reconocía sus carritos de comida rápida en las esquinas o los edificios viejos y altísimos, creyendo que ya había estado ahí. Una ciudad que se me había metido en la sangre sigilosamente, durante años, sin que me diera cuenta y cuando de pronto, me encontré con ella, la sentí como parte de mi historia personal, porque ya la conocía por lecturas, imágenes, íconos de la moda, música. Estaba en la ciudad de El Gran Gatsby!!!! y Frank Sinatra me cantaba al oído New York New York…

 Restaurante del Dream Hotel, 210 West 55th Street, Midtown

Del romanticismo pasé a la realidad. La gracia de treparme a un taxi que no era amarillo me salió cien dólares (bueno, a la oficina, ups!), además de un shot adrenalínico que me sirvió para cambiarme y salir inmediatamente, sin rastros de cansancio. El trabajo esperaba en el Make Up Show.

La Sifrina conocía bien la ciudad, ya había estado ahí como cuatro veces (ya entenderán por qué el apodo), así que ella se encargaba de guiarme. Además, el orden de Nueva York es muy lógico, era imposible perderse, ubicar cualquier dirección se trataba solo de encontrar las intersecciones de grandes avenidas con calles, ambas solo llamadas por números. Primera demostración de la mentalidad práctica de los gringos, de hacer más fácil la vida de la gente, y la vida de personas tan despistadas y desubicadas como yo. Pero además, por si aca, seguía cargando en el bolso el nextel que me permitía comunicarme con ella si es que nos perdíamos entre los pasillos de zapatos del Macy’s o en los sales de Forever 21, claro, en nuestros ratos libres fuera de las ferias.

Nuestra chamba era simple y muy gratificante, pero agotadora. Ella tenía el trabajo de hablar con los proveedores, in eanglish, of course, y yo tomaba fotos clandestinas con mi iphone misio (sí, en New York el iphone 3 ya no existe y yo, ilusa, me compré un case very fashion del MOMA pero no le queda pues, el 4 es más light). La Sifrina se quería morir cada vez que yo sacaba mi aparatito y le tomaba fotos a los productos exclusivos que se exhibían en Luxepack o dentro de las tiendas. Pero yo ya tenía preparado el “sorry” y la cara de turista ingenua. La tarea en Nueva York era mirar, registrar todo lo nuevo, lo raro y lo extraordinario de esa ciudad, además de comprar los últimos lanzamientos de productos cosméticos, y con ello partirse la cintura, ampollarse los pies y experimentar en carne propia la desesperación de los típicos transeúntes neoyorquinos que pueden matar por un taxi. Sí, así como en las películas, éramos Carrie Bradshow y Charlotte York (en realidad, mi amiga es mucho más avispada que la encarnación de Kristin Davis y tiene el toque vedettero de Samantha) por la Sexta Avenida en busca de un taxi. Hora y media caminando después de salir de una noche espectacular en Broadway para tener la suerte de subirnos a un taxi libre.  Pero otro día, la escasez de los demandados yellow cabs me salvó. Gracias a la espera en una esquina, después de haber corrido bajo la lluvia con paquetes en mano, me pude dar cuenta de que había dejado una de mis bolsas de compras en una tienda de videojuegos!!!! Felizmente, en gringolandia son nóicos con los paquetes ajenos, así que nadie tocó mi preciada bolsa, y cuando volví a la tienda ahí estaba, en el mismo lugar donde la había dejado. Así pude recuperar mis sexys zapatos negros de tacón y plataforma.



Frases inspiradoras en escaparates de Paul Smith

Otro día, a falta de taxis, tuvimos que subir a una bicicleta tipo mototaxi, manejada por un negro asesino que me convenció casi a gritos para que me trepara a su vehículo. Only ten dollars!!!!!, me dijo con los ojos desorbitados, pensando que era una turista tacaña y no una aterrorizada Maya que había perdido el sentido de la aventura. Pero la Sifrina estaba tan emocionada por experimentar la fuerza de aquellos femorales (ese es el problema de tener solo un hombre en la vida) que tuve que ceder, sujetarme con fuerza y rezar mientras el sujeto pedaleaba a toda velocidad peleándose a gritos con lujosos Mercedes para que lo dejaran pasar. Solo eran diez cuadras hasta Basta Pasta pero yo sentí que fueron cien, entre los baches tritura riñones y los giros de la muerte que nos dejaban a nosotras y al ágil conductor en direcciones distintas. Pero llegamos al restaurantes sanas y salvas, con picture y todo, y nos recompensamos con un delicioso spaguetti al parmesano y prosciutto en un restaurante italiano creado por japoneses (o chinos?), una de las cenas más ricas y más baratas de la gran manzana.


En mototaxi gringo, rumbo a Basta Pasta



Spaguettis al parmesano y prosciutto en Basta Pasta, 37 W. 17 17th, St.

Pero si de comida se trata, nuestro  trip gourmet no quedó ahí. También disfrutamos de una cena en el Thao, un restaurante con ambiente de discoteca, luces bajas y música fuerte, pero nada de baile, solo comida tailandesa deliciosa, buenos tragos, y un doble de Bruce Willis que muy amablemente nos tomó una foto en donde salimos pésimas. Además, en una de nuestras caminatas por la Quinta Avenida para ver vitrinas y tiendas, nos encontramos con un tesorito de la bella Italia: EATALY. Un lugar extraordinario. Cuando entrabas parecía una heladería pequeña, pero seguías caminando y te encontrabas con un mostrador que vendía el mejor café italiano y grandes anaqueles de chocolates caseros y empacados. Más adelante estaban los quesos, la pasta fresca, un mercadillo en donde vendían todo tipo de carnes y vegetales y hasta un restaurante.

Café enamorado

Eataly, 200 5th Avenue

Nueva York, un viaje inolvidable, con una buena compañía. Mi amiga aprendió a conocerme un poco más, a saber que después de largas caminatas y de llegar al hotel molida de cansancio tenía que hacer mis estiramientos básicos de yoga y mis respiraciones profundas para relajarme, además de algunos suspiros con aire de gemido que la convertían en Sifrina monotemática, así como Sprite. Y yo descubrí que, igual que mi capi, ella se arrullaba con el televisor prendido antes de dormir y también se cambiaba con el ruido del aparato, solo para tener una idea falsa de compañía. Yo buscaba desesperadamente un rico sándwich para el desayuno, mientras ella pedía que le retiraran el pan de la orden (no por cuidar la línea sino por un auténtico disgusto con el carbohidrato por excelencia) y pedía huevos escalfados con ensalada verde!!!! En la mañana!!!, además de comer carnes sangrantes y horrendas ostras babosas en toditos los almuerzos. Así y todo nos entendíamos a la perfección, yo la esperaba cada vez que quería maquillarse gratis en Sephora y ella me esperaba cuando se me ocurría fotografiar, en mitad de la calle, ventanas y escaleras de viejos edificios o ancianas espías y estrafalarias.





Así fue nuestro viaje por la ciudad de Sex and the City, que de sex no tuvo nada, ni siquiera de martinis o discotecas, aunque nuestro hotel tenía una de las discos más concurridas de la ciudad. Nosotras solo pensábamos en comprar y en echarnos en la cama de nube que nos abrazaba todas las noches. New york New York, este es el comienzo de nuestro gran romance, y aún quedan muchos más encuentros por relatar…

Bauman Rare Books, 535 Madison Avenue

domingo, 17 de abril de 2011

LA FLOR DE LOS SIETE COLORES

Eras una planta que echó raíces en un lugar de paso. Te sentías segura en un terreno prestado. La tierra, aunque un poco húmeda y con estragos del paso de los años, era acogedora, cómoda y estaba cargada de tu historia personal. Era una tierra con memoria. Tenía registrado tu crecimiento desde que te hiciste mujer y tuviste una hija. Sabía de tus amores y desamores. Escribió contigo un libro. Fue el contenedor de tu dicha y de tus más grandes decepciones. Fue tu primera tierra de casada y de divorciada. Compartió contigo una alianza y también descubrió contigo la libertad, con aquel saborcito dulce y a la vez amargo de la soledad. Fue la que recibió tus lágrimas y también se las llevó. La que escuchó tus miedos cuando le hablabas a las paredes y transformó tus fracasos con la luz del amanecer en tu ventana. Era tu casa.

De pronto, te arrancaron de ella y quedaste expuesta. Ahora debes buscar una nueva tierra. Es un momento crítico, de supervivencia. El aire mueve tus hojas, te lleva de aquí para allá. Hay plantas alrededor, pero no pueden hacer nada por ti, porque la única que puede encontrar el lugar indicado para echar raíces nuevamente eres tú misma. Al principio te sentiste sola. El vendaval que te arrancó había dejado un poco aturdida a la plata mayor que solía protegerte del sol. Pero gritaste y tu voz se escuchó. Esa planta sigue cerca y está acumulando reservas para poder juntar sus raíces con las tuyas. Sabes que eso toma tiempo y debes tener paciencia. Mientras tanto, buscas la flor de los siete colores y ruegas que ocurra el milagro de Angel: encontrar la flor en tu propio jardín, muy cerca, quizá un piso más arriba.

martes, 15 de marzo de 2011

ES LO QUE HAY!

La Maya no les ha contado, pero contra todo pronóstico ha vuelto a usar fierros. Sí, estoy en la universidad y uso fierros, una adolescente total, solo que con canas que teñir, hija que educar y dietas que seguir. Mi dentista me dice que ha hecho todo lo posible por dejar mis dientes delanteros justo al centro. Al menos están en línea con tu nariz, dice riendo. Sabe que si los dejara realmente al centro, estarían arrimados hacia el lado más cachetón de mi cara. Pero eso es lo de menos, hace tiempo acepté mi asimetría ósea, lo que no acepto es usar las nuevas ligas plomas que me ha puesto, porque son las únicas que no se manchan. Después del fin de semana pasado, que mis ligas transparentes, último modelo, se tiñeron de amarillo fosforescente por comerme un tiradito, y llamé al doc desesperada para que me diera cita urgente (no podía ir a la oficina con sonrisa de neón), optó por colocarme unas toscas ligas color uniforme escolar único. O sea, para que me quede tranquila por lo menos dos semanas sin malograrle su apretada agenda.
Como comprenderán, cuando vi a mi chico romántico casi se me salta la lágrima del ojo como anime japonés. ¡Mírame! Y sonreí bajo la luz fluorescente del espejo del ascensor, una luz perversa, antítesis del maquillaje: revela hasta la más mínima imperfección. Una luz que me ha hecho regresar a mi casa miles de veces porque me grita en la cara que el color de mi cartera no es del mismo tono que el de mi blusa o que necesito urgentemente corrector de ojeras. Bueno, sí, bajo esa luz maligna e impúdica me atreví a sonreírle a mi chico volador (así le voy a llamar ahora, luego les cuento). Y él no tuvo mejor idea que decirme: ES LO QUE HAY! Santo remedio. Bendita frase. Cada vez que la pronuncia reímos a carcajadas y se esfuman todos nuestros males.
Esa frase puede interpretarse despectivamente, como una expresión de conformismo. Pero también puede adquirir un matiz tan cómico que me relaja. Es aceptación. Saber que tienes defectos pero que con todos ellos te amas y esperas que te amen completa, así como eres. Es una frase que se ha vuelto un clásico entre mi chico volador y yo. Y cuando él me la dice, refiriéndose a él mismo, lejos de provocarme rebeldía (como cuando lanza alguna de sus frasecitas machistas solo para fastidiarme) me desarma. Esas cuatro palabras me lo dicen todo: no esperes a un príncipe, a un súper héroe, soy yo y así te amo hasta los huesos.
ES LO QUE HAY! Una frase popular que la hemos adoptado como propia. Que nos hace mirarnos con alegría, nos hace reconocernos y saber que somos de la misma especie, que estamos al mismo nivel. Ninguno se siente disminuido por el otro. Ninguno siente que le debe nada al otro, por compromiso, porque así deba ser. Nos lo debemos todo, porque así es.
Hoy noche, como dice mi hija, he querido homenajear esa gran frase que resume una relación que me tiene volando desde hace casi un año, que me ha hecho descubrir la importancia de la fila número 10 de un Airbus (no se equivoquen, no es salvar a nadie sino poder estirar los pies) o sentir orgullo cuando escucho la voz del capitán saludando a los pasajeros desde la cabina de mando.
Esta vez la Maya quiere seguir volando señores, aunque aparezcan tormentas o vientos huracanados, aunque se planten los motores y haya que realizar aterrizajes forzosos, aunque cambien los roles a último minuto, aunque hayan madrugadas en las que tenga que despertar de mi sueño sagrado. ES LO QUE HAY capitán!!!! Así que no me haga el avión y regrese pronto!!!!

domingo, 26 de diciembre de 2010

Una historia de Navidad

Mike Stilkey, artista californiano que pinta sobre las tapas de libros apilados utilizando acrílicos y lápices de colores.

Había una vez una bella mujer que vivía en un gran palacio. Era muy buena y compartía sus riquezas con los más necesitados. Sin embargo, había algo que no podía compartir. Era lo más preciado para ella, lo más valorado, su gran debilidad: los libros.
En su palacio tenía una biblioteca de dimensiones inimaginables. Con escaleras y todo, como en las películas. Se podría decir que tenía todos los libros que se habían escrito en la historia, y por ellos, aquella bella y bondadosa mujer se convertía en el ser más egoísta del mundo.

Un día, llamó a su puerta una pordiosera con una niña pequeña. Buscaba un regalo de navidad para su hija. La bella y bondadosa mujer no dudó en regalarle comida, ropa y zapatos, pero la pordiosera quería otra cosa. Después de agradecerle por su generosidad le dijo: Yo sé que usted tiene la biblioteca más grande de este lugar y quería que me regale un libro de cuentos para mi hija. Todas las noches me pide que le lea un cuento pero no tengo qué leerle. A la bella y bondadosa mujer se le borró la sonrisa. No puedo darle lo que me pide señora, le dijo. Y cuando estuvo a punto de cerrarle la puerta en la cara, la pordiosera se lo impidió con la punta de su zapato. Está bien que regales lo que te sobra, pero también tienes que aprender a desprenderte de aquello que atesoras tanto y ¡Zaz! De pronto, se convirtió en una hechicera de pelo blanco y ensortijado, y su hija en una gran varita mágica que la apuntó directo a la panza. Por ser tan egoísta, te convertirás en la mujer más gorda que se haya visto jamás, porque estarás repleta de todas aquellas historias que nunca has querido compartir. Y la única manera de que pierdas peso será contando cada una de aquellas historias que guardas con tanto recelo. Y otra vez ¡Zaz! La bella y bondadosa mujer se convirtió en la gorda más gorda que se haya visto jamás…

-¡Ay mamá! ¡Ya no me sigas contando! ¡Qué feo cuento!
-¿Pero no quieres saber qué le pasó a la gorda cuenta cuentos?
-¿Se volvió flaca alguna vez?
-¿No dices que ya no quieres que te siga contando el cuento?
-¿Te lo estás inventando ahorita?
-Si pues, si me pides un cuento nuevo cada noche, ¡de dónde voy a sacar tantos!
-¡De tu panza pues mami!
-¡Golpe bajo!
-¿Qué es golpe bajo?
-Que me diste donde más me duele.
-¡Pero yo no te he golpeado!
-No, es una forma de decir hija. Me has dicho gorda.
-¡No!
-Ay, ya vamos a dormirnos hijita.
-Pero no me has contado mi cuento de navidad.
-Es que ya no tengo más cuentos en la panza hija.
-Mamá, ya tengo sueño.
-Ya amor, duérmete rico.
-¿Pero se volvió flaca la gorda cuenta cuentos?
-No lo sé. Recuerda que recién lo estoy inventando.
-Entonces que ocurra un milagro de Navidad mami.
-Ya hijita, voy a buscar una buena dieta de libros para adelgazar a la gorda. Mañana te cuento.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Buenos Aires para la Maya

Foto: Katya Adaui

Llegué a Buenos Aires para asistir al Ojo de Iberoamérica, un festival de publicidad. ¿Lugar? Hotel Hilton de Puerto Madero, el mismo de Nueve Reinas. ¿Se imaginan lo lindo que es salir a buscar un lugar para almorzar por esos lares? Además de alimentarme con jugosos bifes durante tres días, mis ojos se alimentaron con el río y sus embarcaciones, los árboles de Jacarandá, el puente de la Mujer y por supuesto, como no decirlo, con alguno que otro dios de carne y hueso que paseaba por ahí. Oh! Hay tanta belleza en ese lugar que hasta las grúas decidieron echar anclas y quedarse para siempre como parte del paisaje. Cómo lamenté no haber llevado mi cámara de fotos. La sacrifiqué por mi laptop, según yo era demasiado peso para el equipaje de mano. Gran error. Mientras Kat disparaba como loca yo la miraba mirar y quería ahogarme en las aguas turbias del río cada vez que se me ocurría algún encuadre, o sea, a cada paso. Y aunque mi querida amiga compartió su Nikon conmigo y se dedicó a tomarme fotos sorpresa, siempre con la melena de protagonista, nunca pude olvidar a mi humilde y maravillosa Olympus. Primera lección aprendida: la cámara de fotos es la extensión de tu brazo cuando sales de viaje.

Como comprenderán, nuestros paseos en Puerto Madero fueron un verdadero deleite, aunque solo podíamos mirar el menú, no solo porque una simple ensalada podía costar 50 soles aprox, sino porque nuestros corazones ya están cazados. Además, no toda la carne era premium, también estaban los comunes mortales que encima eran los más descarados. No tenían reparos en mirar de frente a su objetivo, las chichis. Pero eso no era lo peor, sino las caras triple X!!!! En un segundo me convertía en el asado de tira más deseado del puerto. Claro pues, me decía Kat, qué querés ché, si tus chichis están malcriadísimas, contrólalas!!!! Pero la Maya se había tomado muy a pecho el calor del lugar y necesitaba sacar a pasear a sus compañeras inseparables.

El primer día del festival llegué a las seis de la mañana y me eché unas horitas para descansar antes de la jornada. Kat llegó a las ocho y no contenta con despertarme, pegó el grito en el cielo porque nos habían dado una cama matrimonial!!! De pronto nos habíamos convertido en marida y mujer. ¿Pero no has pedido que nos cambien de cuarto? Me dijo. No, contesté somnolienta, asumí que la habitación con camas separadas era más cara y estaba dispuesta a compartir sábanas contigo mi querida, le dije. Estaba equivocada. Después de mi descanso pedí el cambio de cuarto y no hubo ningún problema. Nos dieron uno más espacioso y mi personalidad expansiva se aprovechó para apropiarse de casi toda la habitación. Mi ropa y mis efectos personales se desparramaron por todos lados: una silla, dos sofás, el elegante escritorio y la mitad de la única mesa de noche. Kat no protestó pero llegó tarde la primera noche, la segunda no llegó, mientras yo me despertaba a cada hora de la madrugada, con calor y escuchando ruidos extraños.
Llegó el segundo día del festival. Por la noche iban a dar una fiesta, pero Kat había decidido abandonarme por su mejor amiga, iban a ir juntas a un taller de literatura. Yo tenía ganas de perderme en el barullo de los creativos relajados y no en el de los intelectuales, así que después de que terminaron las charlas regresé a mi hotel a descansar y a arreglarme un poco, porque a nosotras las minas nos gusta estar lindas viste? Claro, sin exagerar, no podía olvidar que se trataba de una reunión de publicistas. Todo se redujo a un pantalón negro, un bonito polo, mis gladiadoras, el make up infaltable y el perfume elegido para el viaje: Delices de Cartier (me lo compré en aires argentinos la primera vez que visité la ciudad, en mi memoria tiene el aroma de BA). Todo estaba rebien ché. Así que pedí mi taxi al Hilton y me sentí Paris, hasta que llegué a la entrada del lugar, pasé mi fotochek y nada. Error. La señorita me dijo que seguro se había desactivado mi tarjeta, que debía acercarme al módulo para que me la cambien. Le hice caso. Me acerqué obediente a recibir mi nueva credencial sin imaginar que pasaría el roche de mi vida, no estaba invitada al evento. La señorita, tan prolijamente uniformada, me dijo que solo tenía acceso a las conferencias, no a las premiaciones ni a las fiestas. ¿What? ¿No estaría Tinelli por ahí con su cámara escondida? O sea, de nada te sirve tu maquillaje, tu polo bonito ni tus gladiadoras mamita, regresa a tu hotelito nomás, misia. Se imaginarán la humillación. Me sentí como aquellos niños que los llevan a Disney y les prohíben comprar. Hay que estar agradecidos de estar en la tierra mágica y que ni se les ocurra atreverse a pedir un llavero de Micky!!! (no te preocupes hijita, ya estoy ahorrando para nuestro viaje). Entonces, no era broma, me iba a perder el espíritu del festival. Pero señores, las mentes creativas no solo vivimos de trabajo, también necesitamos de un poco de baco y sus secuaces, porque para crear todo cuenta y como decía Fernanda Romano en su conferencia, el pensamiento no es lineal. De pronto, una gran idea puede surgir de la unión de dos eventos completamente desconectados. Además, tenía ganas de contagiarme de la euforia del aplauso. Si se me caía la lágrima solo de ver el comercial de Telefónica (conectados podemos más) en la exhibición de finalistas. Y eso que no soy precisamente fan de la marca, ni conozco a los creativos, pero cuando estás fuera de tu país, suena Perú y ves un comercial tan emotivo y con tantas imágenes de tu tierra bendita se te paran los pelos del cuerpo.

Salí a las diez de la noche del Hilton y mi mejor consuelo fue irme a escribir, pero como en el hotel era demasiado caro el acceso a internet, decidí ir al Starbucks de Puerto Madero (no sabía que había uno a cinco cuadras de mi hotel). Le pregunto al taxista si es peligroso caminar por ahí, me dice que no. Salgo y casi no veo gente en la calle. ¿No que las noches porteñas eran eternas? Camino a paso ligero, no me gusta nada estar tan sola, hasta que finalmente llego al café. Hola, ¿me podría decir a qué hora cierran por favor? En diez minutos, me dicen. No!!!! En Lima los Starbucks cierran a las dos de la mañana!!!! Qué pasa con esta ciudad ché!!!!
Al día siguiente me consolé con Galerías Pacífico y su maravillosa tienda PRUNE, y en vista de que ya no podía estar entre creativos despeinados, por la noche decidí unirme al clan literario de mi amiga Kat. Fuimos a un bar en donde recitaban poesía, a la tanguería de Roberto y al bar Río de la Avenida Honduras, de donde casi nos botan por escandalosas. Éramos un grupo de féminas eróticas que aullaba con la luz de la luna, producto de una botella de vino y de una bebida extraña de nombre impronunciable.

Mi historia de amor con Buenos Aires no acaba aquí. Y si me preguntan qué fue lo que más me gustó de este viaje no hablaría de sus bifes jugosos, ni de sus hombres-dioses o de su tango. No. Lo mejor de este viaje fue el humor gaucho. El último día de mi estancia, mientras volvía a mi hotel distraída con un cartel gigante de un guapo semi calato, la voz de un GPS liso me sacó del trance: pelotudo, para qué mierda tenés GPS si no me das bola. Y luego: Hacé 1.8 el culo te abrocho km y doblá a la derecha. Reí a carcajadas. Un motivo más para amar a esta ciudad suelta de lengua. Buenos Aires siempre nos traerá buenos aires señores. Un comercial y regreso!!!!

jueves, 11 de noviembre de 2010

Trinity en el país de las maravillas


Quiero ser el sombrerero, le dije a las amorcinas, pero ninguna me hizo caso. Parecía que a nadie le entusiasmaba el personaje, cuando a mí me fascina, sobre todo el que interpreta Johnny Deep. Me enamoré del loco enamorado de Alicia, el que sufre cuando ella debe regresar a su realidad (me fascinan los amores imposibles). Alicia se despide diciéndole que no se puede quedar porque hay preguntas que debe responder, cosas que debe hacer. Igual que yo. También tengo que hacer muchas cosas antes de entregarme a la locura y ser feliz en el país de las maravillas, por eso es que finalmente cedí y elegí a otro personaje para el concurso de halloween de la oficina: a Trinity de Matrix. Claro, no sin antes prometerle al sombrerero que no lo olvidaría al despertar. Imagínense, yo quería dormirme en el sueño de Alicia y terminé queriendo despertar y convirtiéndome en una guerrera que sale de la Matrix. Cuando me puse el disfraz me di cuenta de que no pude haber elegido mejor, porque mi momento ahora no es de escapar sino de enfrentar: mi pasado, mis miedos, mis insatisfacciones. Hace poco me dijeron que Saturno había estado pasando por mi luna. ¡Con razón! Saturno frustrándome, yo queriendo parar el mundo para bajarme en el sueño de Alicia y finalmente tomando las armas. Creo que ya me volví loca de verdad. Algunos dicen que para sobrevivir tienes que estar tan loco como un sombrerero. Sopórtenme, es la influencia del planeta de los anillos señores. Ya pasa.


¿Se acuerdan que en el post anterior me quejé con un tal señor romántico porque ya no mandaba flores? Pues dio resultado. A los dos días me llegaron doce rosas rojas. Y yo que estaba con la honda de los amores imposibles. Sufriendo al lado de Roxana cuando le dice a Cyrano en su lecho de muerte: solo he amado a un hombre en la vida y lo he perdido dos veces. Hermosa frase, hermoso el Cyrano incondicional (otro personaje fascinante) pero mucho dolor!!!! Uno puede elegir morir por alguien o ser feliz con alguien. Yo elijo lo segundo, porque tengo una hija que necesita una mamá viva y con armas para defenderla. Una mamá Trinity que encontró a su Neo, que lucha a su lado, codo a codo, casi no duerme y encima vuela! ¡No puedo creerlo!, dice alguien por ahí. Y yo le respondo como la reina de corazones: respira profundamente y cierra los ojos. Es inútil probar, continúa ese alguien incrédulo, uno no puede creer en cosas imposibles. Y yo le sigo respondiendo como la cabezona: me atrevería a afirmar que no has tenido mucha práctica. En ocasiones he llegado a creer hasta seis cosas imposibles antes del desayuno.

Todos deberíamos practicar lo que dice la reina de corazones, hasta lograr doblar cucharas con la mente. Con eso olvidaríamos dolores sin olvidarlos y seríamos felices a pesar de haber creído que lo hemos perdido todo.
Este halloween ha sido un buen momento para volverme un poco más loca, y para celebrar una victoria junto a mis amorcinas queridas. Ganamos el concurso!!!! Y hoy lo celebramos con un rico almuerzo.

El genial Lewis Carroll propuso una adivinanza que no develó en sus libros, la cual ha suscitado muchas interpretaciones: ¿En qué se parece un cuervo a un escritorio?
Quiero terminar este disparatado post con la siguiente adivinanza ¿En qué se parece la Trinity de Matrix al Sombrerero de Alicia?

domingo, 17 de octubre de 2010

De flora y fauna


Mi tercer centro ha colapsado. Para explicarme mejor, el tercer centro es el que está arriba del ombligo, es de color amarillo, y ahí es donde se concentra todo nuestro hacer. Es la fuerza que nos empuja a producir. Pero se me pasó la mano, bajaron mis defensas y dejé la puerta abierta para que entraran a mi organismo ciertos inquilinos malignos. Después de aquel fatal diagnóstico de gastritis severa visité a otro médico, menos pomposo y más cálido. El tipo de doctor que, con una sonrisa en los labios te dice que estás más cerca de la tumba que del trabajo (acuérdense que vivo al frente del lugar en donde laboro), tomándolo con calma y buen humor. Así, me sometí a pinchazos, insólitos soplos en unos globos metálicos para detectar si mi aliento estaba contaminado y, por supuesto, a aquella prueba que no podemos evadir los que sufrimos del estómago, la tan temida prueba de heces, o por decirlo de otra forma y ponernos a tono con Al Gore: la prueba de la verdad incómoda. Pero mi nuevo médico, más conocido como Benito Bodoque de Don Gato y su Pandilla, no se contentó con una de esas pruebas incómodas. No. Su afán por descubrir qué había más allá de mis entrañas lo hizo llevarme a tres nauseabundos días en los que tenía que recoger mis regalitos, ponerlos en un frasco esterilizado y, agárrense los asquientos, guardarlos en el refrigerador para que no se descompongan hasta llegar al laboratorio. Por supuesto que, para mí, eso era lo de menos. Ya había tenido suficiente con todos mis malestares, privaciones y sobre todo con tener que partir mis pastelitos con cucharita de plástico, al borde del vómito. Mientras lo hacía, me decía a mí misma, piensa en otra cosa, imagina que es un pedazo del delicioso tres leches de chocolate, el nuevo invento de mamá. Pero era imposible. ¿No dicen que la realidad siempre es más impresionante que la ficción? Aunque mejor me abstengo de dar más detalles del asunto porque la vez pasada una señorita expresó su gran desagrado respecto a mi anterior post con solo una frase: “Qué horror!!!!!”. Me dio mucha risa. Su etapa anal no la debe tener resuelta, y seguro yo tampoco, solo que la manifestamos de formas diferentes. En fin. Pero como soy boca floja y todo lo cuento (tranqui amigas, a ustedes siempre las disfrazo), le comenté mi hazaña del refrigerador a cierto hombre romántico que expresaba su amor por mí mandándome flores y chocolates (por cierto, parece que ha olvidado el número del delivery). Su respuesta fue tan conservadora como su personalidad: cómo había osado colocar un frasco de análisis en el lugar inmaculado de dónde salían sus fabulosos planchaditos o sus mayapizzitas. Lo invadió una mezcla de incredulidad, gracia y miedo. Y aquella impotencia por no poder detener ese hecho ofensivo y grotesco le dio un matiz cómico y relajante a todo este asunto. Así, la Maya fastidiosamente morbosa le seguía contando los detalles para espantarlo aún más y reír a carcajadas, que buena falta le hacía. Pero si aquello emana gases tóxicos!!!!!, me dijo. Nada iba a hacerlo entender que mis pastelitos no significaban ningún peligro. Estaban guardados como las muñequitas rusas, dentro de un frasco cerrado, dentro de una caja y dentro de una bolsa plástica. Por supuesto, eso no era suficiente para él ni para su hija casi adolescente que me miraba como un ser de caca-galaxia. A la mía, en cambio, le causaba gracia y desconcierto. Mi niña bonita les contaba en secreto, una y otra vez, el gran atrevimiento de su mami riendo a carcajadas como yo.
Pero la gracia llega hasta ahí. Cuando volví al consultorio del Dr. Benito para recoger mis resultados, el hombre no podía estar más sorprendido y risueño. Esta última característica fue la que más me preocupó. Ya sabía que algo malo se avecinaba. Dígalo rápido por favor, decía entre dientes. ¿Pero qué come Ud. Señora?!!!! Tiene una flora abundante pero de muy mala calidad, me dijo. Y después de explicarme exactamente qué tenía, con toda aquella paciencia que lo caracteriza, yo vi a mi querida flora de otro modo (es que siempre prefiero ver el lado positivo a las cosas). Era una flora extremadamente acogedora y confiada, que albergaba a una fauna variopinta: al capo de la banda microbio, el peligroso elicobacter, y a su angurrienta esposa ameba que amenazaba con seguir creciendo y finalmente convertirse en la gran dictadora de izquierda radical que me quitaría mis deliciosas riquezas, ganadas con el placer de mi boca, para repartirlas entre ella y los pobres organismos eucariotas que ya habían tomado mi estómago por asalto.
Como comprenderán, salí del consultorio deprimida, y para rematarla, llamé inmediatamente a mi querido amigo romántico (la Maya ha cambiado, ahora también acepta peluches… de El Grinch), quien no tuvo la mejor idea de decirme: ¿y es contagioso?

La lucha ya empezó. Lo malo es que el poderoso armamento de antibióticos y antiácidos me están matando a mí también. ¿Es que así son las batallas no? En los dos bandos siempre hay heridos, pero debo ser fuerte y luchar hasta quemar el último cartucho. Aunque teniendo en cuenta el historial de héroes poco respetados con los que cuenta nuestra patria, mejor me defiendo nomás sin pretender la gloria, sino solo la sobrevivencia.
Señores, apoyen la causa (cómanla por mí) y envíenme largo aliento.