domingo, 28 de junio de 2009

Mi recuerdo más Thriller

Cuando se amaban, y él no se había vuelto un monstruo
Cuando mis padres estaban en los treinta vivíamos en Piura, en un residencial enorme que era como una comunidad. O sea, mis papás y nosotras (mi hermana y yo) teníamos amigos como cancha. Los chicos nos divertíamos en la piscina y alrededores, que a mí en particular me servían para perderme en un mundo de fantasía único. Quizá en esa época fue en donde inventé mis mejores historias infantiles. Además, claro, teníamos nuestro mini grill, un “bar para niños” en donde vendían golosinas, helados y lo mejor de Piura, las cremoladas. Los grandes, por su lado, tenían su juerga nocturna en el grill oficial. Ese lugar era prácticamente prohibido para nosotros, quizá por eso nos encantaba ir. Hasta ahora recuerdo cuando entraba y sentía aquel aire distinto, tan frío, tan importante!!!! Cuando conocí el grill entendí que los sitios en donde se divertían los adultos olían como a congeladora y tenían un ambiente estático, que te atrapaba y te ponía la piel de gallina, además de aliviarte del calor de 40 grados que te abrazaba apenas salías de lugar. En realidad, a nosotros no nos importaba tanto el calor (los adultos eran unos remilgosos que se atrevían a decir que los engreídos éramos nosotros!!!!), nos daba lo mismo porque éramos niños-anfibios, andábamos sumergidos en el agua prácticamente todo el día.
Pero además del grill, ellos tenían su discoteca, que para nosotros era la chicoteca a las cuatro de la tarde, cuando había alguna fiesta infantil. La pasábamos bien, esos fueron épocas felices, sin duda. Y todos los papás parecían ser felices también y quererse mucho. Cuando había alguna celebración especial, organizaban actuaciones en donde todos participábamos, pero cuando lo hacían por las noches nos relegaban, por supuesto (al acordarme de estos eventos entiendo la frustración de mi hija cuando le digo: no, no puedes ir porque es una reunión para adultos, la noche es para los grandes hija). En una de aquellas celebraciones nocturnas, por el día de la madre, un grupo de maridos preparó una actuación que hasta el día de hoy la recuerdo como una de las mejores que he visto en mi vida. Yo estaba en el pasadizo del piso ocho, cuando de pronto vi salir de uno de los departamentos vecinos a un hombre con la ropa rota y la cara maquillada, era un monstruo. No, era uno de los muertos vivientes de Thriller!!!!!!, mi video favorito en esa época, cuando el atormentado Jackson aún no se había transformado en un verdadero monstruo blanco. Cómo me encantaba ver ese video genial, me moría de miedo, pero aún así lo seguía viendo fascinada. El hombre me miró como asustado, lo había sorprendido, nadie podía verlo vestido así porque era una sorpresa para las mamis, y me dijo: ¿qué tal me veo? ¿Asusto? Baila tío, baila, le dije (a todos los amigos de mis papás les decíamos tíos, o sea, teníamos una familia postiza inmensa), y él hizo aquel paso famoso de las manos encorvadas como garras apuntando hacia arriba, de un lado a otro. Luego, desapareció en la oscuridad de las escaleras rumbo al escenario, no podía arriesgarse a tomar el ascensor y que lo descubrieran.
Definitivamente, aquel show era imperdible, así que la pandilla de chicos y yo, que siempre era mantequilla, no las ingeniamos para evadir la seguridad y encontramos una salida para ver el baile con las caras pegadas a la luna, awaitando por un huequito que quedaba libre de cortina (teníamos que turnarnos el espacio y aguantar la risa de los nervios y el miedo a que nos descubran). Sin duda, lo que vimos nunca lo olvidaremos. La coreografía de Thriller era exacta!!!! O eso nos hicieron creer nuestros ojitos infantiles. Y ahora que lo recuerdo, me maravilla el entusiasmo de aquellos hombres de treinta, que en esa época eran unos verdaderos tíos para mí. Se habían matado ensayando para reproducir cada paso, encontrado tiempo entre su trabajo de oficina o luego de volar aquellos avioncitos que parecían de juguete cuando los veíamos en el aire. Se habían tomado la molestia de hacer una réplica exacta de los trajes y maquillarse con destreza. No le tenían miedo al ridículo, se reían de ellos mismos y se divertían haciéndolo. Ese espíritu es lo que valoro.
Ahora que lo pienso, hace poco, las amorcinas y yo estábamos dispuestas a hacer esa clase de ridículo por el aniversario de bodas de una de ellas. La Sifrina nos pidió que la acompañáramos en una coreografía para su fiesta de 10 años de casada... y aceptamos!!!!! Luego, el plan se vino abajo porque ella no iba a poder soportar el estrés, teniendo en cuenta que debía estar de anfitriona y que el show sería una sorpresa para su esposo (y para nuestras parejas también). En fin, fue un alivio que se echara para atrás, aunque un poco de locura no le viene mal a nadie. Tener que estar frente a un escenario implica una buena dosis de adrenalina, que luego se transforma en un merecido estado de relajación.
Eso les ocurrió a los thrillers y a sus mujeres que no podían más. Se deshacían de risa y admiración en sus asientos. Reían a carcajadas, era el momento perfecto para desfogar todas las angustias y frustraciones que significaba ser esposas de militares, y de pilotos en particular (en cualquier momento podían quedarse viudas, como la vecina). Además, era muy grande la emoción de ver a sus maridos disfrazados, descubriendo en ellos destrezas que no conocían, amándolos más por eso. Fue el mejor día de las madres de sus vidas, estoy segura. Y seguramente, la mejor noche de sexo de sus vidas. Luego subirían a sus departamentos, con los chicos bien dormidos, claro, para hacerles el amor a sus maridos monstruosos, quitándoles los harapos y ensuciándose la cara con el maquillaje. Qué importaría eso!!!!!!
Ay, aquellas épocas. La muerte de Michael Jackson me ha hecho retroceder a esos años maravillosos en donde la inocencia nos hacía inmune a los problemas, y en la que creíamos que sí existía el amor eterno.

Los dejo con el mejor video de la historia (aunque lo hayan visto mil veces), como un homenaje a mi abuela, que era una fan enamorada del rey del pop.

http://www.youtube.com/watch?v=9Xs9OQHpwDE

domingo, 21 de junio de 2009

Ojos que ven...



La semana pasada tuve mi cita mensual con el oculista. Debería ser con el ocultista, para ver si me hace desaparecer, un toque nomás. Ojo, no hablo de morir, hablo de ser invisible. A veces uno necesita invernar en su cueva sin interferencias. El ashram de Osho sería perfecto —qué poco pides Maya— aunque un ashram criollo no estaría mal. Habría que llamar al maestro yogui para preguntarle si tiene planeado alguno de esos retiros en donde escuchamos satsangas, respiramos colores y comemos gluten. Una vez le comenté a mis amigas de la chamba, las amorcinas, que mi sueño de niña era hacer labor social en algún país lejano del Africa. Se burlaron en mi cara. Tu????!!!!!! Pero si eres doña cómoda!!!!! Si ni siquiera aguantas un campamento!!!!! No me quedó más que reirme con ellas (a veces uno no tiene idea de los anhelos que las personas guardan en su corazón, aunque sean los más descabellados y absurdos).

Pero como siempre, me fui por las ramas. De lo que quería hablar era de mi cita con el oculista y de mis ojitos secos. Qué ironía. Cómo voy a sufrir del mal del ojo seco si soy una llorona!!!! Así como hay risas falsas en los programas cómicos, deberían contratarme como prestadora de lágrimas para las novelas mejicanas. Además, normalmente soy muy mala para consolar a mis amigas, porque el llanto se me contagia facilito y termino llorando más que las afectadas. Con las películas me pasa igual, lloro hasta con La Bella y la Bestia, que mi hija suele ver una y otra vez. Pero lo que ya es el colmo es cuando me conmuevo con los comerciales de televisión. El de Johnson es un buen ejemplo, aquel en donde aparece una mujer encogida como un feto, dentro de un vientre materno. Inclusive mi hija se emocionaba y cambiaba de canal cada vez que aparecía el spot porque le daba vergüenza que yo la viera con los ojitos rojos. Y cómo olvidar aquel comercial de Pepsi de hace veinte años (22 años para ser exactos) en donde salía Erika Stockholm. ¿Se acuerdan? Tiempo de amar, para vivir en paz, na-nanananana, para inventar la felicidad, na-nanananana… hoy es tiempo de amar…
Y bueno, si hablamos de temas personales… qué les puedo decir, somos las lágrimas y yo. A veces, cuando lloro antes de dormir, despierto con dolor de cabeza y con los ojos hinchados, como si me hubiera metido una juerga de locos el día anterior. Luego vengo al café, como hoy, con los ojos a medio abrir, previa visita a la farmacia para tomarme un Excedrín Extra Forte. Y el chico que me prepara el manjar blanco latte con doble shot de café me dice, ¿un café para cortar la resaca? Sí sí, demasiado alcohol, es que mis lágrimas me embriagan, digo bajito. Aunque en esos casos, me basta con llegar a mi casa y ver a mi hija para disolver la tristeza. Esta mañana se metió a mi cama y cuando sintió el abrigo excesivo (para ella) de mi edredón de plumas se quitó toda la ropa. Y yo aproveché para abrazarla calatita y acariciar su cuerpecito caliente. ¿Qué puede ser más sanador que eso?

Con todo este historial de lágrimas ya debería estar curada no?, pero aún así el oftalmólogo insiste con el diagnóstico, y me hace regresar todos los meses, creo que está enamorado de mí. Siempre me recibe con su mirada de castor triste (así me decían a mí cuando era chica, por los ojos y los dientes, claro). Me mira fijo, directo a los ojos, como hipnotizado. Encantado de verla, dice, y me da la mano muy ceremonioso, haciéndome sentir toda una señora… vieja. Cómo va a estar encantado de verme!!!! Debería decir, qué pena me da verla por aquí otra vez. Luego me invita a sentarme para el chequeo de rutina y me habla muy pausado, con un tono de voz tan suave y relajado como el de Tony Kamo (¿se acuerdan de aquel españolísimo que se hizo famoso por hacer barbaridad y media con el cuerpo de la gente mientras estaban en trance hipnótico?) Y yo imagino que, mientras enciende las luces en mis ojos y yo debo mirar hacia arriba, abajo, hacia su oreja y al frente, él aprovecha para hechizarme. Si al menos con eso pudiera curar mis ojitos estaría dispuesta, además de curar otras cosas más que debo sacar de mi cabeza. ¿Es mucho pedirle al ocultista no?


En esos chequeos debo contarle cómo se han portado mis ojitos. Como siempre, el ojo derecho es el más afectado, aunque es todo un logro que ya no necesite usar mis dedos para abrirlo en las mañanas. Lo que sí debo hacer es ponerme chinita para enfocar y poder ver la hora en el VHS (sí, todavía tengo VHS y grabo mis programas —Friends, Sex & the City o El francotirador— cuando el sueño me gana, o sea siempre). Vamos a ver, dice el doc, lea usted a partir de la cuarta línea. Y yo leo todito porque ya me sé las letras de memoria. Finalmente, me cambia las gotas antialérgicas. Estas son unas nuevas que han salido al mercado, muy buenas, dice. Además, me sigue dando las mono dosis de lágrimas y un nuevo gel para antes de dormir. La veo en un mes, me dice. Y alarga la mano, mirándome nuevamente con sus ojitos de castor triste.

En fin, mis ojos están controlados por mi oftalmólogo, para mirarte mejor, como diría el lobo de caperucita. Sí si, a mirar mejor se ha dicho. Aunque hay cosas que uno no quiere mirar, como a Kina reventando a La Leoparda. El ser humano sigue siendo tan salvaje como en la época de los gladiadores. Es increíble cómo la gente ovaciona los golpes y la sangre. La efervescencia que se vivió ayer en el Dibós sólo puede ser justificada por la frustración. Estamos tan decepcionados del fútbol y ansiosos por ser los primeros en algún deporte, que es lógico que celebremos una victoria, aunque se trate de dejar al contrincante medio muerto.
Yo prefiero hacer yoga. He vuelto a mis clases, aunque ahora son al aire libre y debo ir abrigada como esquimal. Pero el frío se compensa cuando hago la cobra y veo el cielo casi blanco de las noches nubladas de Lima, y aquel arbolito triste con sus ramas desnudas.


La Cobra

Me he reencontrado con el dragón, con la vela y el arado, con la pinza, con el cocodrilo, el niño que juega, con el bastón y hasta con las langostas que me parten los lumbares. Y los guerreros, oh guerreros, cuando los hago me siento toda una ninja (ataca y defiende, lo máximo!). Finalmente, el saludo a la tierra me reconecta con la fuente, y con las respiraciones elimino lo indeseable. Inhalo e inflo la panza, exhalo con fuerza entre dientes e imagino aquellos nombres que quiero eliminar de mi mente. Imagino las letras disolviéndose…

El saludo a la tierra

El Guerrero

Mis ojos quieren ver, ¿y los tuyos? Los dejo con unos párrafos del libro SER de Sri Nisargadatta Maharaj. El libro me lo prestó M, mi querido practicante. De él aprendo todos los días, y por eso le dedico estas líneas:

El karma es solo un almacén de energías no gastadas, de deseos no cumplidos y de temores no comprendidos. El almacén se está rellenando constantemente con deseos y temores nuevos. Pero no hay necesidad de que sea así para siempre. Comprenda la causa raíz de sus temores —distánciese de usted mismo y de sus deseos— el anhelo por el sí mismo y su karma se disolverán como un sueño.
El esfuerzo de comprenderse a usted mismo es yoga. Sea un yogui, de su vida a eso, empolle, indague, busque, hasta que usted llegue a la raíz del error y a la verdad más allá del error.
Todo lo que usted necesita está ya dentro de usted, solo que usted debe acercarse a su sí mismo con reverencia y amor. La autocondena y la autodesconfianza son errores calamitosos. Su constante huida del dolor y búsqueda del placer es un signo del amor que usted se tiene a usted mismo; todo lo que le aconsejo a usted es esto: haga que el amor a usted mismo sea perfecto. No se niegue a usted mismo nada, de a su sí mismo infinitud y eternidad y descubrirá que usted no las necesita; usted es más allá.

domingo, 14 de junio de 2009

Sala de Emergencias


De izquierda a derecha: Barbie Ruquer, Sifrina, Yayita, China, La Mami, Rampolla

No interfieras, dijo mi madre. ¡Eres terrible! Sí, sí, eso dijo mi madre. Y tiene razón. No bastan las buenas intenciones. Detrás de aquellas aparentes buenas intenciones pueden esconderse otras no tan buenas. Están ahí, solapadas, bien camufladas detrás de las palabras bonitas, de los buenos deseos. Y desde ahí ejercen su poder, a un nivel más profundo, para que el mensaje entre en forma subliminal. Y eso es más poderoso. ¿A quién queremos engañar? Mi madre me desarmó en una. ¡Ya basta! ¡Olvídate de ese asunto de una buena vez! Y me detuvo a tiempo. Ese fue el consejo del día. “No interfieras”. Sabia mi madre. Es que estoy reloca mamá, por eso he decidido ir a terapia.

Después de una crisis el fin de semana pasado y de enterarme, hace poco, de una noticia que me apachurró el corazón (ante la cual, no puedo interferir, ni siquiera con buenos deseos), decidí que era hora de pedir otra clase de ayuda. Les dije a mis amigas de la chamba que me dieran el número de la psicóloga que las atiende a todas. Porque todas las mujeres de esa oficina, o de esa área específicamente, sufrimos de la gripe Amorcina. Y nos contagiamos unas a otras, todo el tiempo. Primero cae una, luego de unas semanas cae la otra, y así, todas exponemos nuestras congestiones y derramamos el virus por doquier. Ya estamos tan acostumbradas que actuamos de inmediato apenas sentimos los primeros síntomas. Cuando nos toca ser doctoras aguzamos los oídos y escuchamos atentas todos los detalles de la enfermedad. Ese es el primer paso, escuchar. También vale abrazar, hacer cariños en la espalda, poner la taza de café vacía en el lugar correcto para que caigan las lágrimas. Y hablar, importantísimo!!! Dar tu punto de vista, aunque el problema es que a veces no coinciden los diagnósticos de todas y el riesgo es que la paciente puede adquirir un nuevo mal y generar una reacción alérgica. En esos casos, es inminente acudir a una instancia más alta, la psicóloga.
El segundo paso son los encuentros fuera de la oficina, normalmente nocturnos. Yayita aporta su receta 3-2-1 de Pisco Sour. La cuota porcina la lleva la Sifrina, ella es la encargada de engordarnos con el mejor chanchito asado de Lima. Esos son los must. En otras ocasiones más especiales aparece la Barbie Ruquer con su pastel de choclo chiclayano o su puré gratinado con mozzarella, y la que escribe lleva la ensalada Thai, para hacernos creer que todavía somos chicas light. Por su parte, la china alimenta la adicción de la concurrencia con cigarros. Y ahí sí que no me salvo. El humo lo invade todo. Si al menos sirviera para esfumarnos de vez en cuando!!!! Pero nada, solo sirve para contaminar más nuestras almas adoloridas. Pero hay que ser tolerantes pues, en esos casos de crisis, el enfisema pulmonar es lo de menos, antes hay que atender al corazón.

Aquellos encuentros nocturnos sirven para explayarnos con todo. Por eso, el lugar elegido es clave, no puede haber maridos ni novios rondando por ahí, pueden cohibir a la concurrencia. Además, no podríamos lucir a nuestro invitado de honor que nos acompaña en todas las reuniones, como símbolo de la liberación absoluta de nuestra feminidad: el compañero, el amigo de todas, el Sr. Rabbit. Sí, llegó al área después de un viaje a la zona roja de Ámsterdam. Y no digo quién lo trajo porque puedo dañar la reputación de algunas. El asunto es que el Sr. Rabbit fue sorteado y la ganadora lo guarda secretamente en uno de los cajones de su cómoda y confiesa que no lo ha usado porque no lo necesita. Suertuda ella. Lo que sí hace es llevarlo a nuestra sala de emergencias como fiel testigo de aquellas conversaciones inolvidables. Y es tan generosa que permite que lo usemos de micrófono cuando tenemos que hacer alguna confesión, que puede ser desde una enfermedad terminal (cuando se trata de un mal de amor serio) hasta un simple resfrío adquirido por andar desabrigadas por ahí, y exponiéndonos a cambios bruscos de temperatura (un encuentro hot que nos tome por sorpresa, por ejemplo).

Pero déjenme presentarles mejor a las cinco doctoras del área, aprovechando la coyuntura de la temporada final de ER (a propósito, no se pueden perder el regreso del doctor Ross que interpreta el guapísimo George Clooney. Más de 11 millones de espectadores han visto el capítulo en donde él reaparece!!!). A mí ya me conocen, o sea que no me cuento en la lista, sólo les puedo decir que mi chapa es Rampolla, imaginen por qué. Y aquí van:

Barbie Ruquer
De ruquer no tiene nada, y en vez de contagiarse de mis locuras (de tanto trabajar codo a codo con este pechito) comenzó a transformarme sin que me diera cuenta!!! Pero solo fue por una época, luego la Rampolla volvió a ser la de siempre. Uff!!!!
Ella es San Francisca de Asis, Juana de Arco, Teresa de Calcuta. Esta chica generosa siempre tiene que estar ayudando a alguien y si no hay a quién ayudar se lo inventa! Más conocida como Totalist Multiactiva, su pasatiempo favorito es ir dos veces al día al aereopuerto. Dicen que se está rebelando y ahora se levanta una hora más tarde (o sea, a las cinco de la mañana) para servir a los más necesitados.

Yayita
Le dicen beata dulcinea porque es un milagro que no haya muerto de sobredosis de glucosa. Su benchmark de comunicación es Tremebunda. Es la bomba sexy del área pero todavía no está enterada de que ha dejado el cole, sigue dibujando corazoncitos y su programa favorito es Candy. Hijita de mamá, papá, esposo y de toda la oficina, acaba de cumplir su sueño de conocer la casa de Minnie. Dicen que preparó su boda desde que estaba en la barriga de su mamá.

Sifrina
Es la Gastón Acurio del área, de chiquita no se perdía Teresa y su cocina. Más conocida como Women in Black porque adora al negro, es la Agua Bella de la compañía. Cuando se queda sola en la oficina practica pasos de baile para sus streaptease nocturnos y su sueño secreto es ser Hilda Huracán (¿se acuerdan de esa novela brasilera? Sino, búsquenla en google). Un viaje más y es oficialmente coronada como la Sifrina de productos nuevos.

China
Le hace honor a su raza fumando como china en quiebra. Le dicen la ponja falsa, es china de ojos grandes, tiene derriere chinchano y en su casa no hacen makis!!!! Además, practica el “más te quiero más te pego ” con su novio oficial, con Yayita y con su amor imposible, el Boti (por favor, no le digan a él que puse esto en mi blog), siendo la inocencia su mejor coartada. Tiene el corazón de mantequilla y se esconde en su cuarto para llorar viendo el Pecado de Oyuki.

La Mami
La matriarca del área. De niña soñó con ser psicóloga, ahora tiene que lidiar con 7 locos creativos. Ella es la consejera mayor, la jefa del hospital psiquiátrico. Con más de diez años de experiencia en la chamba y en brindar asesoramiento en asuntos del corazón, le basta una mirada para saber si nuestras lágrimas son por infidelidad, desamor, engaños varios, decepción, metidas de pata o por simple cojudez. De tanto ir a Mónaco, y de tener nombre de princesa, se jura la Fabrice Legros de Huacho. Conocida por dejar sus carteras gigantes tiradas por todo el piso 5, también deja el celular y por poco la nariz en su mampara. Dicen que en otra vida ha sido compañera de esquina en la Av. Arequipa de la Rampolla.

Así son ellas, mis queridas amigas de la office, las chicas que me hacen reir todos los días. Con ellas comparto todas mis aventuras, mis trastornos mentales y ahora a la psicóloga (que nos debería hacer una tarifa corporativa, por cierto). Y ya me alargué demasiado con este post. Otro día les cuento cómo me fue con ella. Por ahora, los dejo con una bella canción de París combo, Fibre de Verre.

http://www.youtube.com/watch?v=HWtroU4pUII

Aquí, la mejor traducción que encontré:

Fibra de vidrio, no sé afinarme
sino como el pararrayo, estoy condenada
al chispazo,
el rayo efímero
porque si me aman,
deben consumirme

Pero mañana, si, mañana,
haré un juramento
abriré los ojos
mis dos ojitos, bien grande
ante un hermoso hombre,
un buen amante
que dejará mi vida a salvo
mientras me ama.

Fibra de vidrio, estoy rota
los dientes, la nariz, en muchos asuntos
por un corazón demasiado lastimado
por morales muy picantes
porque para complacerme
deben consumirme.

Pero mañana, sí, mañana
haré un juramento
abriré los ojos
mis dos ojitos, bien grande
para verte, en totalidad
mi buen amante
tú, que sentado, me esperas
mientras me amas.

Fibra de vidrio, me encendí
sin un chispazo,
sin siquiera un brasero
apenas una claridad
en mi interior
Tu calor
supo encontrar mi corazón.

Pero mañana, sí, mañana...

miércoles, 3 de junio de 2009

Los tiempos de la Moro


Hace años, cuando trabajaba en una agencia de publicidad, el director de cuentas se llevó a mi amiga Moroca a una reunión. Ahí estaban los dos, muy elegantes en plena tarde lluviosa de invierno, cada uno con un sobretodo hasta las rodillas. El, ocultando la panza prominente; ella, resaltando sus cachetes con la bufanda amarrada al cuello. Imposible olvidar esa escena memorable y lo que salió de ella. Al verlos, mi jefa soltó la frase que los marcaría de por vida: ¡pero si son el inspector ardilla y moroco topo! Desde ese momento, mi querida amiga Moroca se quedó con su chapa.

En esa época yo todavía no era la Maya, pero ella sí que era una Maya total: desatada, lengua larga y atrevida. Su tema favorito eran sus aventuras amatorias con su querido y larguísimo enamorado de toda la vida. Que si se compró un calzoncito nuevo para sorprenderlo, que si ponían la cámara para filmarse en pleno acto, que si se echaban crema chantilly o aceite (un día a mí se me ocurrió copiar la idea del aceitito y terminé con una alergia al cuello que casi me muero). En fin, ella era la atracción de la office, todas la adorábamos porque nos alegraba con su carácter fresco e irreverente. Además, cada palabra que salía de su boca sonaba inofensiva y graciosa. Claro, con su metro y medio de estatura y sus cachetes que apretaba para hacer la imitación más tierna del bebé… (ay Moro, ¿cómo se llamaba?) no era para menos.

Pero resulta que mi historia con la Moroca viene de antes, de la época de Carmín y el profesor. Estudiamos juntas y la primera que se fijó en el profe fue ella. Pero la Moro, que en esa época no era la Moro, tenía novio pues, así que era plancha quemada. En realidad, todas las chicas morían por el profesor, porque era divertido, coqueto, inteligente, tenía su propio grupo de rock y lo mejor de todo, manejaba al peti rojo. Sí, un Triumph descapotable que causaba sensación. Era tamaño pocket, tan chiquito que una vez un grupo de profesores del instituto lo cargaron y lo escondieron una cuadra más arriba para gastarle una broma. Una broma que no era nada comparada con lo que este grupo de graciosos profes hacían con las alumnas a puerta cerrada: jugaban dardos con las fotos de las más feas del instituto. Y no se imaginan la foto de quién estaba en primera fila: la mía!!!!! Lo que todavía no logro entender es por qué permití que esa foto cayera en manos de la secretaría de admisión. La que salía ahí era “Maya la Fea”, con las cejas de Betty, igualita, y la nariz de Susan León, que no sé cómo llegó hasta ahí. Pero ni siquiera los maleficios de aquel fotógrafo despiadado de un estudio pichiruchi de Jesús María lograron alejarme del Chamo.

De hecho, en esa época la Maya ya se estaba gestando, aunque no tenía idea. La noche del estreno del disco del Chamo, en el Donatello, me atreví a entrar al camerino para saludarlo. Ese fue el momento Kodak. Lo demás llegó solo. Claro, junto con los gruñidos de un papá que dejaba al novio de su hija con la mano extendida, negándole el saludo, o le prendía las luces de la gran Dodge, cuando iba detrás del peti rojo, para dejarlo ciego. Pero lo que no sabía mi papá es que el Chamo ya estaba ciego y empecinado con la chibola de diecisiete.
Otro evento que marcó mi futuro mayístico fue la vez que encontré una carta en el pantalón de mi novio. Era la carta de una fulana que lo estaba giliando. Cuando la encontré no tuve dudas de lo que haría: devolvérsela a su dueña delante de todos. La escena fue la siguiente: el Chamo en la puerta del instituto, la fulana a unos 100 metros, yo en el medio. Miré al Chamo e hice una “v” apuntando a mis ojos para que tomara atención de lo que venía a continuación. Fui con la carta en la mano y le dije: toma, esto es tuyo. Me di media vuelta y me alejé con la cabeza en alto y moviendo de un lado a otro mi melena de leona furiosa. Claro, con mi trío de amigas que me aplaudían desde una esquina.

Más tarde, después terminar mi relación con el Chamo y de bajar todos los kilos que a mi papá le sobraban (imaginen la furia del progenitor), ocurrió lo que tenía que ocurrir, me volví a enamorar. La Moro fue testigo de aquel amor imposible. El también era un chico mayor y me traía loca porque coqueteó conmigo todo lo que me restó de carrera pero nunca llegó a concretar nada. Ahora se lo agradezco. Era evidente que no era el hombre indicado para mí y él lo sabía, pero yo no lo veía así en ese momento. Le decíamos “el diablo” por su chivita, su mirada verde maléfica y su cuerpo espigado. Y lo gracioso es que después de algunos años, cuando la Moro y yo trabajábamos en la agencia, ella me confesó que le robó un beso a mi diablo querido.

Así fue mi época de Carmín en el instituto. Acordarme de Moroca es revivir las reuniones en “La Casita”, el local donde todos iban a chupar después de clases, las chelas en la Costa Verde, los karaokes en el Country. Ella forma parte de la época inocente de los primeros amores y del primer reto laboral en una agencia en donde éramos artesanas: todo lo hacíamos a mano porque no teníamos computadora propia. Cómo olvidar que me puse uñas acrílicas imitando a la Moro y que ella fue la que me regaló mi lonchera salvadora de Crepier para no pasar vergüenza con el bolso desteñido de mi abuelita.

Hay personas que pasan por nuestras vidas como una ligera brisa, apenas nos despeinan. Otras, son una ráfaga de viento que marcan un antes y un después. Y algunas te regalan unos lentes supersónicos gigantes con los que puedes ver otras dimensiones y aprender a través de experiencias de vidas ajenas. La Moro está ubicada en esta última categoría. Siempre la recordaré porque ella era un ícono de lo que es ser valiente y avezada. Proyectaba tal seguridad que siempre conseguía lo que quería, o eso parecía, y su mezcla de dulzura y fuerza arrolladora movilizaba hasta al ser más apático e inmutable de la tierra. Con su entusiasmo y su chispa siempre encendida nos hacía creer que no tenía problemas. Pero vaya que los tenía.
A la Moro la recuerdo porque siempre nos hacía atragantar de risa, por su picardía, por su estilo Morocofashion, por su gran apetito y personalidad insaciable, por su sensibilidad con asuntos del más allá (y del más acá también), pero sobre todo, por el amor incondicional que sentía hacia su hermano. Eso nunca lo olvidaré. Eran almas gemelas y él un angelito que tuvo que partir muy pronto, pero que, estoy segura, la cuida siempre.

Este post está dedicado a ti Moro, porque desde tierras lejanas me enviaste mi canción.
Aquí, la famosa canción de Joe Cocker, en memoria de tus épocas de nueve semanas y media, y para no olvidarnos de que Rourke alguna vez fue joven y sexy.

http://www.youtube.com/watch?v=i99J0YSpud4