jueves, 31 de julio de 2008

Viaje a las estrellas con mi novio Indiana

Varias veces he sido tentada por la magia del tarot, por encontrar la solución de mis problemas o el vislumbre de un destino maravilloso en cartas adivinas. Nunca me ha ido bien. Las brujas suelen acertar en detalles de mi vida pasada, me dicen lo mal que estoy en el presente y hablan de matrimonio como un futuro maravilloso. Hello!!! No todas las mujeres queremos casarnos!!!, sobre todo las que ya pasamos por aquel trance hipnótico de hasta que la muerte nos separe, o como debería ser, hasta que la vida nos separe.
La decepción es lo más seguro después de unos seis meses de haberse leído las cartas. Una se la pasa esperando que suceda aquello excepcional que cambiará nuestras vidas y después de un tiempo terminamos resignándonos a seguir sentadas en el mismo escritorio de trabajo y a que el hombre guapo, inteligente, noble y con una billetera abultada nunca va a llegar a tocarnos la puerta (debo decir que lo más difícil de todas las características citadas es encontrar al noble de buen corazón y que esté dispuesto a abrirlo y entregarlo con sinceridad).

Existe una teoría muy buena respecto al fracaso de la lectura de cartas, café, coca, manos, o cualquier técnica de adivinación. Me la dio Indiana, así le digo al primer novio que tuve después de la separación. Lo llamo novio pero, en realidad, mi relación con él fue libre y pasajera, el problema fue que yo ilusamente me aferré a él como mi última oportunidad para ser feliz en el amor. Error. Pensar que el primer hombre que llega a tu vida después de un fracaso matrimonial es “el hombre” es como querer ganar el nóbel sin ser de izquierda.
El caso es que la teoría de Indiana decía que cuando te leen las cartas puede ser que efectivamente lo que aparece en tu futuro sea tu destino, pero que al leerlo se bloquea. Además, decía que las brujas funcionan como mediums, y que las almas que están revoloteando por los alrededores son las que guían las cartas, por lo que resulta peligroso si es que nos encontramos con malos espíritus. Por eso, lo que me recomendó fue la astrología, por tratarse de una ciencia exacta. Nuestra vida está escrita en los astros, es un mapa que se ha trazado en el momento de nuestro nacimiento y existen momentos en que las condiciones están más propicias para el amor, para el trabajo, para tener más dinero, para ser influyentes, de acuerdo al tránsito de los planetas. Pueden aparecer diversas oportunidades pero solo de uno depende tomarlas o rechazarlas, aprovecharlas o darles la espalda, porque sí existe el libre albedrío. Antes de conocer a Indiana yo pensaba que bastaba saber el signo de una persona para tener una idea de cómo era su personalidad. Pero luego me di cuenta de que el asunto es mucho más complejo que eso. Hay que ver en qué signo cae tu luna para saber cómo amas, o en qué signo está tu venus para conocer las características de tu pareja ideal, es decir, a quién debes amar. Y tu ascendente es básico! Es tan importante como el sol en tu signo porque influye en todos los aspectos de tu vida. Nunca olvidaré su explicación acerca de saturno: cuando saturno está en tránsito no es el mejor momento para tomar decisiones porque solemos equivocarnos, estamos inseguros, inquietos, puede ser que se bloqueen nuestros proyectos o planes. No es un buen momento para actuar pero sí para aprender porque tenemos la oportunidad de entrar en nosotros mismos. Hablaba como un sabio mi querido Indiana. Y hasta me recomendó una astróloga a la que recién visité a finales del año pasado.

Alina no leía las cartas pero de que era una bruja no había duda. Si yo hubiera creado al personaje de una mujer esotérica jamás la habría hecho tan obvia: flaca, pelo y uñas negras, larguísimas, vestida de luto. Vivía en un segundo piso de una quinta en Lince y su consultorio resultó ser un patio techado que utiliza como estudio para pintar y estudiar los astros.
Me condujo al lugar por una escalera de caracol. Era un cuarto amplio, con una mesa vieja en donde tenía desparramados tarros de pintura y pinceles. De las paredes me miraban ojos celestiales enmarcados en triángulos, plantas que se enredaban en el pecho de una mujer voladora, maquinas del tiempo encendiendo venas multicolores. Un arte new age que disparaba en todas direcciones. Al fondo estaba su computadora, junto a un armatoste que funcionaba de equipo para grabar todas sus sesiones. Me senté en un mueble que escupía resortes y que anunciaba cada uno de mis movimientos con el sonido de una funda de plástico rota. Mientras ella llenaba mis datos en su pc, yo me imaginaba siendo devorada por un bicho mitológico que salía de uno de los huecos del mueble. Pero el panorama no podía estar completo sin el gato. De pronto, apareció el animal y saltó a las piernas de Alina, ella lo saludó con alegría y lo metió dentro de un cajón estrecho que cerró sin miedo. No pude evitar mirarla con horror. ¿Dejas ahí al pobre gato? Sí, le encanta, es calientito. Y siguió como si nada rebuscando mi destino en los astros. Que este año solo voy a hacer viajes cortos, por trabajo y no con muy buenas condiciones de salud (¡el sábado me voy a Europa de vacaciones!). Que si en una vida pasada fui madre superiora de un convento y que por eso ahora soy tan organizada (y yo diría, además, tan liberada!!! Se nota que me harté del encierro!!!). Que recién en cuatro años, once meses, tendré un amor maravilloso (o sea, a seguir jugando nomás).

Al final de la sesión pregunté por Indiana. Mi relación con él duró solo tres meses pero no pude quitármelo de la cabeza durante año y medio. Lo conocí por Internet. Yo estaba interesada en hacer un viaje a la selva y por casualidad caí en la página web de un eco-lodge. Él era el dueño y constantemente iba y venía de Lima a Chanchamayo transportando grupos turísticos. Me entusiasmé con las fotos y le escribí para recibir informes. Así se inició todo. Él era un cuarentón separado, con un hijo. Lo había dejado todo por realizar su sueño de vivir en la naturaleza y se pintaba como un Indiana Johns shipibo. De hecho, la imagen que más me llamó la atención fue la mejor foto que tiene: pañoleta amarrada en la cabeza, lentes oscuros, al volante de una camioneta. La última vez que nos vimos fue la noche que celebramos su cumpleaños, y a mí se me ocurrió como gran idea regalarle un cuchillo. Recuerdo claramente cuando bajé del auto porque tuve una premonición. Muchas veces me pasa. Hago declaraciones de la nada, aparecen frases en mi mente como si otra persona me las estuviera dictando, y suelen ser situaciones difíciles de creer. Al cabo de un tiempo, meses, o inclusive años, se cumplen mis sentencias. Esa noche vaticiné que nunca más volvería a verlo, a pesar de que no hubo ningún motivo para pensar tal cosa. Y así fue. Nuestra relación terminó como empezó, por chat. El hombre nunca quiso comprometerse más allá de la relación libre que teníamos.
Lo que Alina me dijo de mi relación con él fue exacto, me explicó la causa de nuestra ruptura vista desde la cara de los planetas: su saturno está en cuadratura con tu marte y tu marte no cede, va a encontrar mil formas estratégicas para insistir en lo que quiere. No es fácil ponerse de acuerdo. Los dos aparentan indiferencia, pero a ti su indiferencia te aleja. Lo que sucede con él es que tiene miedo a ser herido, aunque contigo a veces ve una opción maravillosa para ser feliz. Y eso es todo, concluyó, dando por terminada la reunión. Sólo una pregunta más, me atreví a decir, ¿sabes qué significa regalar cuchillos? Ella me miró con una medio sonrisa y dijo: ¡no me digas que le regalaste un cuchillo! Él es un mago blanco querida, es vidente, solo que no lo sabe, pero seguro percibió lo que le querías decir, regalar cuchillos significa que estás cambiando a una persona por otra, que estás dando por terminada una relación.

Pasaron unos meses después de la visita a la astróloga y, por casualidad, un día me enteré de que Indiana había vuelto con su esposa, justo después de haber terminado conmigo. En esa época yo lo único que hacía era pensar en él, sin saber que él estaba tratando de rehacer su matrimonio. Me decepcionó mucho. Me di cuenta de que realmente no lo conocía. Siempre me aseguró que jamás volvería con su ex, que era un hecho tan improbable como si yo volviera con el mío. Por eso le creí. Lo triste, y obvio (no para él, claro), fue que seis meses después terminó definitivamente con la esposa.

Con esa noticia al fin dejé atrás a mi novio Indiana (la verdad nos libera) y me di cuenta de que había ido a la astróloga para terminar de desatar nudos. El problema es que me hice de otros. La sensación que sentí después de mi sesión con los astros fue tan nociva como cuando me leen el tarot. Hasta ahora sigo pensando que “el hombre” aparecerá en cuatro años, once meses, tal vez por eso sigo saltando de relación en relación, en espera del amor de mi vida.


jueves, 17 de julio de 2008

Noche de conejita

Una amiga mía se casa. He tratado de convencerla por todos los medios de que no lo haga, pero es testaruda. Diez años de relación, varios pies fuera del plato, poco sexo. ¿Para qué? Para un fiestón de 400 personas que cumpla los sueños frustrados de sus madres, hasta ahora solteras. El sábado fue su despedida. Pía, una amiga en común, se encargó de todos los preparativos. Esa noche íbamos a ser conejitas, así que nos compró pelucas fucsias y nos dijo que teníamos que ir vestidas de negro. Además, había contratado un bus para hacer un recorrido por varias discotecas y bares de Lima, hasta que saciáramos los ímpetus prohibidos de la novia y, por qué no, los nuestros también.

Las 13 de Hugh Hefner nos reunimos en la casa de Sharon, esa sería la nueva identidad de la novia. Nosotras también teníamos permiso para usar un sobrenombre, aunque yo preferí quedarme con el mío, ya es bastante curioso.
Apenas me vio, la futura esposa, o próxima víctima, me tomó del brazo y me llevó a un lado para hablarme de lo infeliz que era al lado de su novio. No paraba de hablar, que me trata mal, que no me toca, que si en un año no cambia me divorcio. ¡A mal palo te arrimas! —gritó Pía— ¡Deja de hablar tanto y ven a chupar! ¡Es que ella es la única que me entiende! —contestó, levantando el vaso de tequila—. Yo no entendía nada, ¡al menos yo me casé enamorada! Pero yo sabía que, secretamente, ella quería cumplir su sueño de la boda de blanco, aunque fuera puro cuento.
Al rato, Pía no aguantó más y la jaló del brazo, es hora de tu discurso, dijo. Sharon no puso resistencia. Sabía que era muy importante lo que tenía que decirnos, así que subió unas cuantas gradas de las escaleras para estar en alto y levantó el brazo con la postura solemne de un libertador: “Esta noche no somos nosotras, hemos adquirido una nueva identidad que nos permite el vale todo. Sí chicas, como lo oyen. No importa si son solteras, casadas, viudas, divorciadas, convivientes, comprometidas, con agarre, affair, flirt, o inminente enamoramiento. Esta noche nos hemos reunido para cortar cualquier tipo de atadura. Después pueden pegarla, si quieren, con scoth, uhu o conseguir una nueva. Lo que importa es nuestra consigna, la liberación; y el pacto, callar hasta la muerte. Los juicios no existen, ni las caras de horror, ni mucho menos la cordura, el sentido común o la sobriedad. ¡La noche recién empieza! ¡Salud!”. Dicho esto, Sharon sacó del bolsillo de su saco un puñado de condones y los lanzó al aire para sorpresa de todas, incluida yo.

Fue divertido ver la cara de las chicas. Cada una tenía un brillo especial en los ojos, no solo era la despedida de la novia, era una verdadera oportunidad para desinhibirse. Podía percibir la euforia contenida, todavía nadie se atrevía a apoyar abiertamente los deseos de Sharon, pero apuraban los vasos de pisco con entusiasmo y se iban despojando de sus sacos, mostrando escotes y atrevidas minifaldas.
A las 11:00 llegó el bus, ya estábamos listas para salir, cuando se escuchó un derrumbe estrepitoso. Era la novia que se había caído encima de uno de los aparadores de la sala. Los adornos estaban hechos trizas —igual que nuestras ideas de liberación— y ella, sentada con las piernas abiertas y la cara gacha. La habíamos perdido. Cómo no nos habíamos dado cuenta de que se había tomado casi toda la botella de tequila. Aunque le dimos agua, palmaditas en los cachetes y la llevamos a rastras al water para que expulse al demonio de Tazmania, fue inútil. Al rato, todas las cabecitas fucsias estábamos sentadas alrededor del sueño de Sharon, pensando en lo poco que había durado nuestra fantasía. Algunas tenían la ilusa esperanza de que iba a despertar, pedían café para resucitarla, pero las más realistas tuvimos que asumir el grave error de la noche: no haber controlado el excesivo entusiasmo de la novia. No nos quedó otra alternativa que cargarla para llevarla a su cuarto. Cuando la arropamos, la moribunda abrió los ojos y alcanzó a pedir un último deseo: vayan a divertirse por favor, háganlo por mí, aprovechen su noche de conejitas.

No fue difícil cumplir el deseo de la novia. Ya teníamos el bus pagado, las reservaciones hechas, había trago para todo nuestro recorrido y, sobre todo, nuestras nuevas identidades estaban ansiosas por salir del encierro. Así que subimos al bus, no sin pena y cargo de conciencia, ratificando la consigna y el pacto de la noche en nombre de Sharon. Así, entre flashes para las poses sexys, gritos de salud y cumbia, iniciamos el recorrido saludando a los taxistas, a los aburridos transeúntes, a los que cabeceaban en los micros y de pronto parecían despertar con el color fosforescente de nuestras pelucas y besos volados. Éramos la sensación. Esa noche comprobé que a las mujeres nos encanta ser putas. Apenas se nos da la oportunidad, desatamos nuestras represiones, amparadas en un oportuno disfraz. En las discotecas, los chicos eran nuestros, los sacábamos a bailar jalándolos de los cuellos de las camisas. Parecían poseídos, siguiéndonos como zombis, y las mujeres nos miraban con envidia. Pasamos de Xcess a Spa, Barza y Vocé (ahí perdimos a una, parece que se encontró con alguien, o eso nos dijo), cumpliendo algunos retos divertidos, con un aire de candidez que me conmovió. La máxima hazaña de la noche fue invitarle un trago a un desconocido. Eso fue lo más atrevido que vi, y lo último. Cuando llegamos a Sakuara yo ya estaba harta del trago, del humo, de la música estridente y el tumulto. Hace tiempo dejé la vida loca y ya me desacostumbré a la juerga de “hasta las últimas consecuencias”. Para vacilón ya había tenido bastante y llegó un momento en el que me sentí fuera de lugar. Lo único que me provocaba era que alguien me rescate de ese antro. Así que, amparada por la bravura del alcohol, llamé a J a las tres de la mañana y le pedí que me fuera a recoger. ¿Qué? ¿Quién habla? —contestó con voz somnolienta—. No puedo, llama a un taxi seguro para que te lleve a tu casa. Colgué desilusionada. Su rechazo me había devuelto la sobriedad en un minuto. ¿Qué había hecho? El ridículo. Fui al baño a quitarme la peluca para poder tomar un taxi sin que me confundieran con puta callejera y me encontré con Pía, dispuesta a hacer lo mismo que yo, solo que a ella la esperaba su esposo en la puerta de la disco.

No sé si esa noche todas llegamos a liberarnos y si valió la pena. La novia no había despedido su soltería, ni había sido testigo de nuestros cómicos disfuerzos de seducción. Y mi disfraz de chica playboy me había terminado convirtiendo en una conejita de verdad: desvalida, desorientada y huidiza, buscando cobijo en una madriguera perdida.

sábado, 5 de julio de 2008

La mariposa y la cuchara de plata

Llevé a mi hija al doctor para que le hagan un examen. La cola era larga, esperaríamos por lo menos media hora y yo debía ingeniármelas para distraerla. Sacamos papel y plumones y le hice unos laberintos para que pudiera llegar a casa. Le encantó el ejercicio. Luego ella hizo sus propios laberintos, todos cerrados, para que yo intentara llegar a mi casa también, ¡pero era imposible! No hija, tienes que dejar espacios abiertos para que no me quede encerrada, ¿entiendes? Ah ya, me dijo. Volvió a tomar el plumón y, generosamente, hizo un camino de líneas bastante separadas por donde yo podía pasar sin problemas. Además, dibujó dos puntos de llegada. Uno, la casita; y el otro, las letras “i” “e” “a”. Lo primero que hice fue llegar a las vocales, sin saber que con eso ella me exigiría que le cuente un cuento. Ya, te voy a contar un cuento acerca de la inocencia. ¿Qué es la inocencia mami? Es la capacidad de sorprenderte y disfrutar como la primera vez hijita, así como cuando tú disfrutas de tus cuentos, una y otra vez. Sí sí, es que me encanta que me cuentes cuentos mami, es mi cosa favorita del mundo. Ya, pero ahora te voy a contar uno nuevo, ¿qué te parece? ¡Uno nuevo! ¡Sí!

Cuenta la historia que un día, la mariposa más joven del bosque, se encontró con un objeto brillante que proyectaba una luz intensa. Curiosa, se acercó sin medir el peligro y agitó sus hermosas alas en torno al curioso objeto. De pronto, le pareció ver a otra compañera revolotear al frente de ella, nunca la había visto antes, se posó cerca a la cavidad redonda del objeto para observarla con detenimiento. Su cuerpo era verde con una franja amarilla en cada lado, y sus alas, de un verde más pálido, tenían un círculo rojizo en la parte delantera y un par de manchas transparentes rodeadas por anillos amarillos y azules. Sus alas posteriores terminaban en una fina cola larga que parecía ser el velo de una princesa de cristal. Era perfecta, etérica, delicada, casi transparente, parecía un espejismo. No pudo quedarse mucho tiempo a observarla, el calor que emanaba aquel objeto era muy intenso y su frágil cuerpo no resistía más. Así que salió presurosa y se quedó vigilando el lugar, pero no la volvió a ver pasar por ahí. Por un momento pensó que su imaginación la estaba traicionando y tuvo que comprobar si había inventado aquella visión de ensueño. Así que al día siguiente decidió aventurarse a buscar nuevamente a la magnífica mariposa de cristal. Se posó cerca del objeto extraño e inmóvil y la volvió a encontrar, mirándola también a ella. Parecía atrapada, seguro aquel objeto era del mundo de los hombres, y la tenían presa. Se aproximó lo más cerca que pudo, la otra parecía sentir la misma curiosidad, estaba ansiosa por salir, también la olió y la vio con detenimiento. Pero seguía sintiendo algo extraño en ella, parecía irreal, fantástica y no podía dejar de admirarla. Quedó tan fascinada que todos los días visitaba a su princesa de cristal y le regalaba por horas su compañía y contemplación. Hasta que una mañana, la pequeña mariposa no encontró a su espléndida compañera ni al extraño objeto que la contenía. La buscó desesperada por todo el bosque, pero fue en vano, no la volvió a ver. La cuchara de plata había desaparecido y con ella su propio reflejo.

Debo aclarar que el relato estuvo lleno de interrupciones y preguntas, sobre todo respecto al final, pero mi hija se quedó fascinada y sobre todo entretenida, justo el tiempo que duró la espera. ¡Mamá! —dijo, mientras entrábamos al consultorio— ¿La mariposa no sabía que se estaba mirando en un espejo? No, no sabía, ¡no se conocía! ¿Te imaginas si no supieras cómo eres? Si no existieran los espejos no sabrías como es tu carita amor. Sólo sabrías que eres hermosa porque yo te lo digo, dependeríamos de los ojos de los demás para saber cómo somos. Ella no respondió, no tuvo tiempo, la doctora ya le había tomado el brazo y le estaba dibujando unas cruces. Luego, colocó unas gotitas al costado de cada cruz y pinchó cada una de ellas con unas puntas metálicas. No puedes tocarte, dijo la doctora, te va a picar pero si te rascas te voy a tener que volver a pinchar y eso no queremos ¿no? Y yo debía soplar, distraerla, tenía que seguir hablando, y tomarla fuerte del otro brazo para que no se tocara. ¡No me aprietes mami!, no me voy a rascar, solo te voy a señalar para que me soples. Tuve que soltarla y confiar en ella. Retiré la mano lento, preparada por si caía en la tentación. ¡Esto no me está gustando nada mamá! —me dijo entre lamentos, con desesperación— ¡Me pica! ¡Me pica! Yo sé hijita, pero ya va a pasar, solo es un ratito ¿si? ¿Y en la casa me voy a poder rascar? Sí, en la casa sí amor, solo aguanta un poco más. Te prometo que saliendo de aquí te compro algo riquísimo, lo que tú quieras. ¡No quiero nada! La doctora se levantó de un salto y abrió su armario para sacar unos palitos para lenguas de Micky Mouse. Le regaló uno de cada color. Como por arte de magia —la de Disney, sin duda— mi hija cambió de cara y se olvidó de la picazón. Yo le propuse contar cuántos palitos habían, mientras que las ronchitas de su brazo crecían cada vez más. La doctora aprovechó para sacar su regla de plástico y midió cada una. Luego apuntó en un papel las dimensiones exactas. Finalmente pasó un algodón con alcohol encima del brazo. ¡Eso rasca! Sí amor, al fin se terminó. Es alérgica a tres ácaros —concluyó la doctora— el Dermatophagoides pteronyssinus, el Dermatophagoides faringe y el Blomia tropicales. Están en el polvo, en las cosas guardadas, debe seguir estas recomendaciones, y me dio un folleto: “Orientación para pacientes alérgicos”.

Al salir del consultorio le pregunté a mi hija qué quería, porque había sido muy valiente. Pero, al parecer, realmente no quería nada. Solo chupaba, uno a uno, los palitos de colores con cara de Micky y los juntaba en una bolsa para llevarlos a casa. Su idea era seguir llenando su caja de chucherías, que tiene desde piedritas de colores, stickers y zapatitos de la Barbie, hasta relojes sin pilas y tarjetas de crédito vencidas. Yo estaba dispuesta a comprarle lo que ella me pidiera —si le hago una promesa siempre trato de cumplirla y nunca le miento—. Sin embargo, le había dicho algo que no era totalmente cierto. Mientras salíamos a tomar taxi pensaba que, aunque existan los espejos, siempre dependemos de la mirada de los demás. Por eso no podía olvidarme de la carta de J, y por eso me seguía sintiendo como en una sala de espera, aguardando su llamada. Quizá sea el momento de dejar de esperar, pensé. ¡Sí quiero algo mami!, me dijo al fin, trayéndome de vuelta. ¿Qué hijita, qué quieres? —le contesté con entusiasmo—. Levantó sus ojitos, puso una manito alrededor de su boca y me susurró al oido: una cuchara de plata.