miércoles, 25 de febrero de 2009

Triste pero feliz

Rainy day by Blancucha

Hoy salí de la oficina antes de lo previsto. Recogí a mi hija para llevarla al doc. Estaba con fiebre. Salió con su casaca rosada y su culebra de colores, Alfonsina, colgada como bufanda. Sus ojitos dormidos estaban más tristes que nunca, con un halo rosa encendido alrededor de los párpados que acentuaba sus ojeras.
Me esperaba la rutina de siempre. Subir al taxi, hacer las colas del seguro, pagar en caja, esperar a que nos atiendan, comprar en la farmacia los medicamentos. Cada vez que llego del doctor termino agotada. Pero hoy no quería rendirme e hice mi sesión de ejercicios, comenzando con mi leg magic (ese aparatito que venden en Telemercado para convertirte en la Dolly Parton de las piernas). Luego recibí una llamada cordial de mi ex esposo (estamos con una racha de buenos tratos, debe ser que la firma del divorcio se avecina), mientras forraba los cuadernos para el colegio y armaba la caja de útiles. Y, finalmente, caí rendida en la cama.
Tanto cansancio me impedía conciliar el sueño. Estaba triste. ¿Sería por ver a mi hija enferma? ¿Los nervios de enfrentar la etapa escolar? ¿O quizá el divorcio? Cuando hablo con cariño con mi ex siento mucha pena por los dos. Me acuerdo que alguna vez estuvimos enamorados. Sin duda, esa tristeza era una mezcla de todo, sumado al reencuentro de anoche con dos amigas de la infancia.

La imagen de Xime aparecía una y otra vez. Éramos las tres mosqueteras —como en la película Quisiera ser millonario que vi el domingo, antes del Oscar—. Xime, Lucy y yo. Y las tres nos hemos vuelto a encontrar después de veinte años. Xime acaba de regresar de viaje y a Lucy la ubiqué hace poco por el Facebook. Las tres igualitas. Pero Xime, ella fue la que más me impactó. Estaba regia: flaquita, rubia y lacia, con siliconas y una nariz más estilizada, pidiendo a gritos el dato de un doctor que ponga botox. ¡Y qué fue de nuestras vidas! Xime tiene una hija de 14 y una historia de película, que si la cuento nadie la creería. Lucy sigue siendo virgen y su sueño es tener un hijo, piensa adoptar uno. Y yo, bueno, eso ya lo saben.

Lucy llegó con un vino rosé, tan dulce que parecía de misa. Xime abrió una botella de ron. No way, no había forma de que yo tomara nada de eso. Así que opté por la abstinencia. Luego, Xime encendió un pito de marihuana, bajo la mirada vigilante y recelosa de Lucy, y nos puso al día acerca de su vida de adicciones. Mientras tanto, en los cortes comerciales de la novela negra de Xime, Lucy indagaba acerca de mi vida amorosa y me hacía preguntas tan básicas como qué es estar enamorada o cuál es la diferencia de tener sexo con y sin amor. Una ternura. Me había reencontrado con mis dos amigas de la chiquititud y las dos me enternecían con sus relatos. Una porque había sufrido demasiado, la otra porque le aguardaba el sufrimiento.

—Estoy enamorada, me quiero casar con mi gringo— dijo Xime, mientras escuchábamos una musiquita chillona que surgía de algún rincón del sillón.

—No, ahora no puedo, estoy con unas amigas, llámame más tarde.

—¿Quién es, el galán?
—No, es el pata con el que estoy saliendo.
—¿Otro?
—Sí carajo, es que te juro que no sé cómo apareció en mi vida.
—Ya te lo tiraste.
—Sí.
—¿Y? ¿Qué tal? —dije con curiosidad, aunque sabía que esa no era la pregunta correcta, aún—.
—Bien, pero es un huevón.
—¿Qué edad tiene?
—42.
—Casado.
—Pero no vive con la mujer, hace tiempo están separados.
—Eso dice. ¿Y por qué le sacas la vuelta a tu novio si estás enamorada? —dije al fin—.
—Porque está lejos pues. Yo no puedo estar sola, pero la semana que viene llega mi gringo.
—¿Y que tal con tu novio? ¿De verdad lo quieres?
—Sí, somos igualitos, nos entendemos a la perfección. Ahorita está en limpia. La última vez que recayó le vino un ataque bravazo y tuve que ir a ayudarlo. Y hace poco, cuando me excedí con las pastillas porque estaba deprimida y quería dormir, lo llamé voladaza, no sé cómo, y vino al toque a cuidarme. Hasta me preparó mi sopita.
—¿Qué es lo que más quieres en la vida Xime?
—Quiero tener una familia, casarme.
—¿Y crees que él es el hombre indicado?
—Nada me lo asegura pero ¿todas las relaciones son un riesgo no? La última vez que nos peleamos y nos reconciliamos fui a su casa e hicimos el amor. ¿Y sabes lo que vi cuando me levanté? ¡Un montón de huellas de manos en el espejo de su clóset! Había tenido una orgía la noche anterior huevona.
—¿Qué? ¿Y lo perdonaste?
—Me hice la ofendida pues, tampoco se la voy a hacer fácil, pero en realidad, fue una noche loca nada más. Yo he hecho tantas cosas que la verdad lo entiendo. Cuando me sacan la vuelta siento que me lo merezco. ¿Acá se paga todo no? Además, es hombre. Qué le puedo decir si estamos lejos, ¿el hombre tiene deseos no? Ellas son un bacilón, él no las ama como a mí.
—La diferencia es que si él se entera que tú le sacas la vuelta seguro te mata.
—¡Imagínate! Ni cagando huevona, ¡se muere! —dijo, abriendo los ojos y soltando una carcajada. ¿Y tú en qué andas ah? Me estás interrogando como si fueras a escribir una novela de mí carajo.
—Sí, me falta la grabadora nomás —dije entre risas—. Yo estoy bien sola, las relaciones son muy complicadas, prefiero pasarla bien de vez en cuando, libre y sin ataduras.
—Que sabia mi amiga carajo, ¿pero de verdad se puede hacer eso? ¿Estar sola y pasarla bien?
—Si, pero hay que poner al día a esta chiquita porque se nos va a oxidar —dije, señalando a la tercera mosquetera que no había abierto la boca en toda la noche— ¿Qué dices Lucy? ¡Di algo por Dios!
—Qué quieren que diga, estoy muy entretenida escuchándolas. Lo único que me queda es citar a Zavalita y preguntarles: ¿en qué momento se jodió el Perú?