miércoles, 29 de octubre de 2008

Por siempre Cenicienta

Mi hija, de cinco años, me pidió un disfraz nuevo para Halloween. Primero quería el del hombre araña, luego el de La Sirenita y finalmente se decidió por el de Cenicienta. Es increíble cómo las niñas de ahora también se sienten fascinadas ante la imagen de la pobre empleada que, de pronto, se convierte en princesa, aunque las mamás de hoy ya no tengan mucho que ver con las mamás amas de casa de antes. Pero muy aparte del tema de la novela mexicana, lo que yo le digo siempre es que antes de que Cenicienta se case con el príncipe primero los dos estudian, trabajan y se conocen bien. Pero mamá, ¡es un cuento!, me responde ella. Y no me queda más que decirle, ok hijita, como quieras. Precisamente se queda pegada con el cuento porque no tiene nada que ver con la realidad, y ella lo sabe.

El viernes, saliendo de la oficina, la llevé a elegir su disfraz. Había miles, pero ella apenas vio el vestido celeste de Cenicienta no dudó un segundo. ¡Ese quiero mami! Pero no has visto los otros, mira, tienes para elegir. ¿No te gusta el de Sirenita? No. Quiero este, me dijo. Mira el de mariposa o el de hada madrina. No, no, quiero este, repitió. Me maravilla la seguridad con la que habla mi hija. Cuando le gusta algo, no tiene ninguna duda. Su elección es inmediata, no como yo, que cuando entro a una tienda me paso horas hasta decidir qué comprar. Es insoportable salir de compras conmigo. Pero ella, nada que ver con la mamá, al toque se decide y sale segurísima con su compra, feliz de la vida.
Cuando llegamos a la casa se probó de inmediato el vestido celeste, se puso la corona y los tacos de plástico. ¡Mamá, tenemos que construir una escalera para Cenicienta! Pero hija, tenemos ocho pisos de escaleras para elegir. ¡No, es que esas no se parecen a las del cuento! Y después de varios intentos fallidos de armar una escalera con las sillas de mi comedor (que ya piden chepi por servir de trencito, tocador o cama para sus muñecas), se tuvo que conformar y salimos a las escaleras. Bajó una grada y dejó caer su zapato. Yo hice de príncipe, recogí el zapato y ella corrió alzando su vestido. ¡No no, por favor bella dama, no huya, yo la amo! ¡Estoy enamorado de usted! ¡Vuelva! Luego ella se sentó y me alargó el pie para que le coloque el zapato. ¡Usted es Cenicienta!, dije asombrada. Y ella se levantó de un salto, lista para repetir toda la pantomima otra vez.

¿Sabías que tu mami es una cenicienta moderna? ¿Ah sí? y el príncipe es mi papi no? No hijita, ¡cómo crees! Tu papi ya tiene otra princesa amor. Mira, te voy a explicar, le dije. Antes la mami hacía todas las labores del hogar, igual que Cenicienta, pero un día decidió que quería cambiar su vida y llamó a su hada madrina, la abuelita, quien le dio los mejores consejos para convertirse en princesa. Primero la llevó a comprarse ropa bonita y luego insistió mucho para que aceptara un trabajo que le estaban ofreciendo. ¿Y sabes cuál era ese trabajo? ¡Cuál mami, cuál! Un lugar en donde hacen cosas para que las mujeres se sientan princesas, en donde venden maquillaje, cremas, perfumes y todo lo bonito que a las mujeres nos gusta usar. Y la mami aceptó el trabajo y se convirtió en una Cenicienta moderna amor. Las Cenicientas de ahora no necesitan príncipes para ser princesas y ser felices, ahora necesitan un trabajo para ser independientes, así como tu mamá. ¿Qué te parece? Ella no se veía muy convencida. Noooo, me dijo riendo, ¡es que tú no eres una princesa de verdad pues! Además, ¡las princesas no trabajan! Ante esa respuesta, me rendí y preferir no insistir en el tema. Pero hoy, a la hora del almuerzo, no me pude aguantar las ganas de preguntarle qué quería ser de grande. Necesitaba comprobar si mi discurso había dejado alguna huella en ella. Antes, cuando le hacía esa pregunta, ella me contestaba: quiero ser mamá. Está bien hijita, puedes ser mamá y también puedes hacer otras cosas que te gusten mucho, le decía yo. No, yo solo quiero ser mamá, insistía. Pero ahora ha cambiado de parecer:

—Ya no quiero ser mamá.
—¿Ah si? ¿Y por qué ya no quieres ser mamá?
—Porque duele mucho y se te caen las tetas mami.
—Sí hijita, duele —dije, aguantándome la risa—, pero hay muchas mujeres que tienen hijos. ¿No debe ser tan terrible no? Y existen operaciones para las tetas, no has visto a la tía Maura?
—Sí, pero eso también duele.
—Bueno, entonces, ¿ahora qué quieres ser de grande?
—Quiero ser nana.

miércoles, 22 de octubre de 2008

París te amo

Maura se está recuperando, de la pérdida y de la cirugía. Y yo la acompaño, como fiel amiga (a ello se debe mi alejamiento del blog por tanto tiempo). El fin de semana fui a su depa para asistirla. Yo tenía que ayudarla a levantarse de la cama, llevarla al baño, subirle y bajarle el pantalón, alcanzarle las pastillas, el vaso con agua, llevarle la bandeja de la comida. Mientras tanto, mi hija se divertía con todo el set de plumones, colores y pinturas que Maura tiene en su estudio (es diseñadora gráfica).
Conversamos mucho, eso podía hacer sin dolor (físico) y también vimos una película. Ella eligió “París te amo”, que cuenta veinte historias distintas desarrolladas en diferentes distritos de París y dirigidas por los directores más reconocidos del último tiempo.
Maura se identificó con el primer corto, dirigido por Bruno Podalydes, en el que un hombre se pregunta qué es lo que no funciona en él y por qué no puede hallar el verdadero amor. Al inicio de la historia el protagonista está tratando de cuadrar su auto en las estrechas calles de Montmartre y, de repente, una mujer se desmaya en plena calle, al lado suyo. ¿Acaso este sería el amor que había estado esperando durante tanto tiempo?
Entre las historias que más me gustaron están la de "La Bastilla" (Isabel Coixet), en la que un hombre se reenamora de su esposa tras enterarse de que a ella le quedan pocos meses de vida; la de "Place des Victoires" (Nobuhiro Suwa), protagonizada por Juliette Binoche, quien interpreta a una madre que le da el último adiós a su hijo muerto; y la del "Tour Eiffel" (Sylvain Chomet), en la que un mimo, detenido por la policía por alterar el orden público, se encuentra con otra mimo en la comisaría, que resulta ser su alma gemela. Pero, sin duda, la mejor historia la dejaron para el final y es con la que me sentí más identificada. "14th Arrondissement", dirigida por Alexander Payne, presenta a una solitaria turista norteamericana que entiende el significado de la vida y se descubre a sí misma en un parque en París. Pero qué dices —exclamó Maura—, ¡qué imagen tienes de ti misma! ¡Cómo te puedes identificar con esa gordita poco instruida y que no tiene ni un perro que le ladre! Lo que me emocionó de ella fue que logró experimentar la tristeza y la dicha a la vez. Aceptó su soledad con alegría y vivió un instante de plenitud. Esta mujer simple, que narra su experiencia con mucha sencillez e inocencia (en su recorrido por el cementerio de Montparnasse confunde a Simone De Beauvoir con Simón Bolívar) tiene un momento de iluminación realmente conmovedor. París la hace redescubrirse y la entiendo perfectamente. Hace unos meses estuve ahí y no puedo más que ponerme cursi y darle la razón a todos aquellos poetas y narradores que no descansaron hasta irse a vivir a aquella ciudad inspiradora, aunque murieran de hambre y robaran libros en las librerías. Es que el encanto de París es irresistible, inclusive para Dietrich Von Choltitz, un general alemán que, según cuenta la leyenda, salvó la ciudad al desobedecer las órdenes de Hitler de lanzar una lluvia de bombas de alta potencia para destruir los puentes sobre el Sena, sus museos y palacios.

Margo Martindale interpretando a la turista norteamericana en "14th Arrondissement"

La energía de esta ciudad te hace vibrar con solo recorrer sus calles, te empuja y te alimenta aunque se te partan los lumbares. El arte rebalsa, hasta en el baguette de la mañana o el cafecito de la tarde frente al Sena. Y a la vuelta de la esquina puedes convertirte en modelo de Toulouse o estrella del Lido. Y qué mejor que hospedarte en el barrio latino, en el hotel "Esmeralda" (curiosamente administrado por peruanos), al lado de la "Shakespeare & Company". Cómo olvidar la habitación número 7, desde la cual podía admirar Notre Dame y escuchar las campanadas de Quasimodo. Recorrer todos los días la "Rue de la Huchette", cruzando la plaza Saint Michel, una callecita estrecha llena de cafecitos y restaurantes en donde me inicié con los crepes con Nutela y salté del susto con los típicos platos rotos griegos. Aventurarte en el metro para encontrar la línea que te lleva a Versalles y quedar sin aliento frente a los jardines de María Antonieta. Empalagarte con los museos y tatuar tu alma con los Van Gogh, Picassos y Matisse. Subir a Montparnasse y comprar chucherías en las esquinas. Y el paseo nocturno por el Sena, la luna sobre una Torre Eiffel azul…



París nos transforma. Nunca más seremos los mismos. Si visitas París habrá un antes y un después. Yo tuve mi corto personal en la ciudad luz, en donde caminaba de la mano por los Campos Elíseos con aquel amor que me acompañó a marearme con los aromas de Sephora y que me invitó un inolvidable macarrón de pistacho en la emblemática pastelería "Paul". Un amor al que le dedico este post y que ahora me dice, igual que Rick Blaine (Humphrey Bogart) a Ilsa Lund (Ingrid Bergman) en Casablanca, “siempre nos quedará París”.






miércoles, 1 de octubre de 2008

Cirugía para el olvido

Una amiga acaba de terminar una relación larga e importante en su vida y ha tomado una decisión: acudir al cirujano. ¿Por qué ocurre que a partir de una ruptura amorosa las mujeres nos queremos renovar? ¿Queremos ser otras para recuperar al novio o marido perdido? ¿Es que acaso nos han dejado porque ya no somos lo suficientemente atractivas? Error. Al marido o al novio perdido no lo vamos a recuperar con nuevas tetas sino, tal vez —si es que seguimos necias con eso— cambiando de chip mental. Pero bueno, si la cirugía nos ayuda con el cambio del chip entonces ha cumplido su cometido. Lo más seguro es que después de la operación ya no nos va a importar el ex sino nos van a llover nuevos y mejores candidatos. Pero ojo, REPITO, no por el par de globos que nos hemos puesto, sino por el par de nuevos ojos con los que ahora nos miramos.
Lo que ocurre, o lo que debe ocurrir, es que queramos dejar en el olvido todo lo pasado, algo así como cambiar la decoración de la casa o cortarnos el pelo. Hacer algo con nuestro cuerpo es un símbolo de un nuevo comienzo y nos inyecta de un entusiasmo perdido. Al vernos más bellas se refuerza nuestra autoestima y nos proyectamos como mujeres seguras, independientes y sumamente deseables. Y ahí comienza la vibra de la atracción. Tal vez no eres una belleza pero te sientes tan bien que lo proyectas y los hombres caen a tus pies. Y ni ellos mismos saben qué pasa. Es el no sé qué del que tanto se habla. Una mirada, una sonrisa, una actitud sugestiva, un aire dulzón que provoca a cualquiera.

El asunto es que mi querida Maura está en esa situación, quiere dejar atrás a la chica que ha permitido o generado una serie de fracasos emocionales en su vida. Su ex nunca quiso que se operara y ella le hizo caso —como si el novio fuera el dueño de su cuerpo—, y ahora quiere volver a la soltería con todo. Pero es un poco miedosa mi amiga querida y me pidió que la acompañara a la cita con el doctor.
Mi primera impresión con la clínica fue buena. Se nota que saben hacer un buen marketing. Ver fotos de Marina Mora, Jéssica Newton, Viviana Rivasplata y las dos Claudias que salen en la tele es un buen gancho. No solo porque son modelos famosas y están regias (salvo por la gordita bella que no para de comer), sino porque en todos los años que tienen de operadas no han sido víctimas de ningún escandalete tipo Max Álvarez o Morillas-Mantilla, y los posters muestran sendas dedicatorias con todo el amor y el agradecimiento al hombre que ensalzó sus pechos o modeló sus curvas. Y si ellas siguen bellas y felices por qué no lo estaría Maura, que se mordía las uñas en la sala de espera.
Cuando entramos al consultorio lo primero que vimos fue una foto inmensa del doctor al lado izquierdo del escritorio (se nota que tiene el ego bastante exaltado y que trabaja con la vanidad de la gente), luego una pintura de una mujer sexy y al costado una colección de diplomas y reconocimientos empapelando la pared. O sea, mira qué pepón soy, yo te voy a operar bien porque me cuido bien; mira cómo vas a quedar, mamita rica; y mira lo que me respalda, no soy un pinche médico, tengo veinte años abriendo cuerpos aquí y en el extranjero. Bueno, sigue el trabajo de persuasión, bien hecho.
La secretaria nos dijo que esperemos y que mientras tanto podíamos ver las fotos de las pacientes. Raudas y veloces tomamos el álbum de fotos y las imágenes nos golpearon la cara. ¡Nos encontramos con casos tan patéticos que hasta sentí mareos! Ese fue un punto en contra del marketing que hasta ahora había funcionado tan bien. Ver los antes y después de las operaciones de gente común y corriente (no modelitos perfectas y jóvenes) es, por un lado, alentador, pero por otro, bastante deprimente. Yo no quería seguir viendo, pero mi amiga continuaba pasando las páginas y a pesar de mi disgusto no podía despegar los ojos de aquellas imágenes de carne desbordada y tristes descolgamientos. ¡Por Dios! ¡Mujeres! ¡No dejen de hacer ejercicio nunca! No caigan en la tentación de la flojera, de la tragadera sin control, ya suficiente tenemos con volvernos viejas, eso no lo podemos detener, pero sí podemos llevar los años con dignidad.

En fin. A la media hora de risas y espanto apareció el doctor. Entró muy rápido haciendo volar su bata blanca y se disculpó diciendo que volvía en diez segundos. Así lo hizo. Regresó y tomó asiento para iniciar el interrogatorio de rutina. Ya habían pasado sus añitos para el doc, la foto que colgaba a sus espaldas era tan engañosa como las tetas falsas que colocaba por doquier. Pero eso era un punto a favor. Las arrugitas del doc me dieron más confianza, así como su buen humor. Siempre me ha perturbado la frialdad de los cirujanos, la desconexión entre el ser humano y el cuerpo que están operando. No puede existir ninguna emoción de por medio. El paciente anestesiado y acostado en la camilla de la sala de operaciones no es más que una pieza inerte que hay que esculpir, moldear, rellenar, bordar. Y debe ser así porque sino no habría forma de realizar ese trabajo de carnicería sin entrar en estado de pánico.


Lo que no pudo esconder el doc fue su mirada. Esos ojitos pícaros chisporroteaban viendo a mi amiga, joven y bonita. Se nota que al doctor le gusta su trabajo, y le gusta más cuando se encuentra con pacientes que no están esperando cupo en el nicho. Maura hizo todas las preguntas del caso y entró a ponerse la bata para que la examine. El doctor me permitió pasar a mi también. Maura se abrió la bata con temor y mostró sus pechos tímidos para que el juez al fin diera su veredicto. Me fijé en la cara del doctor y me di cuenta de que se esforzó en ser inexpresivo. Observó con detenimiento y seriedad, sacó sus reglas, midió, apuntó. Tienes un triángulo equilátero perfecto —dijo, señalando las distancias entre la clavícula y los dos senos—. Luego explicó que por los antecedentes de cáncer de mama de una tía abuela de Maura, debía ponerle los implantes detrás del músculo y éstos debían ser de suero fisiológico en vez de siliconas. Estas consideraciones se toman para que exista el menor impedimento en futuros exámenes de mamas, y poder detectar cualquier tipo de tumor. Claro, también mencionó los riesgos, los poquísimos casos (cruza los dedos Maurita) en los que el suero fisiológico se desinfla y comienza a salir otra teta por el costado. Y el corte!!!! A mí se me ocurrió decir que era mejor hacerlo en la aureola porque así no quedan marcas. Y el doc se apresuró a enumerar todas las desventajas del asunto. Cuando se hace el corte en el pezón se seccionan muchos tejidos y conductos mamarios, por lo que la paciente ya no puede dar de lactar. Pero, además —que para mí es lo más importante—, se crean cicatrices internas que luego pueden confundirse con algún nódulo, y existe mayor riesgo de una infección durante o después de la operación. Otra desventaja es la pérdida de sensibilidad en la zona y que se forme una cicatriz queloide en un lugar mucho más visible que debajo del busto. Y claro, para el doc es más cómodo operar por abajo y eso le garantiza a él y a la paciente un mejor resultado. Luego procedió a ver lo del tamaño. Doctor, no quiero parecer una vedette, dijo Maura. Vamos a ver. Tienes buenas caderas —respondió el doctor mientras la tocaba por los costados—. Vamos a probar entre 250 y 275 gr. Pero pensándolo bien, ya que los implantes suelen aplastarse un poco detrás del músculo, creo que mejor pedimos de 275 y 300 gr. para que llene bien.

Uffff que estrés!!!! Todo lo que hacemos las mujeres por ser bellas. Pero ahí no queda todo, luego vienen las pruebas pre operatorias, los masajes para que no se encapsulen los implantes y rezarle a Afrodita para que nada se desinfle o se reviente.
Lo mejor: la operación es ambulatoria, con anestesia local y estás sedada como bella durmiente durante la cirugía, sin ver ni escuchar nada. Lo malo: cuesta US$ 1000 dólares más de lo estimado.
Maura salió de la clínica convencida de usar su Visa para hacer realidad la frase “porque la vida es ahora”. Y yo me quedé pensando que tal vez también había llegado mi momento de vanidad. ¿Acaso hay algo que necesito olvidar?