lunes, 26 de abril de 2010

Alvaro sigue amando a Cristine


¿Se imaginan lo que es ir a un lugar a tomar unos tragos con tus amigas, para relajarte, para chismear, reírte, para hablar de hombres, de relaciones, de sexo y, de pronto, ves que por la puerta de aquel lugar ideal para parejas, súper quite, especialmente creado para conversar a la luz de las velas con un vinito, entra tu ex marido con su nuevo affair, agarre, saliente, calentado, amiga cariñosa, o más crítico aún (no quería llegar a eso), con la nueva firme? Uf! al fin respiré (no se me vayan a ahogar con la lectura). Eso le pasó a Cristine. Justo nos estaba contando, a la gringa y a mí, que acababa de estar en la casa con su ex y sus hijos, tomando lonchecito, como una bonita familia, y ¡zaz! El rostro lívido, los ojos amarillos de gata fijos en el horizonte. Carajo, carajo, carajo, está entrando Álvaro con una chica, y ya me vio. Y nuestras caras giraron de inmediato, tratando de disimular, pero finalmente apuntando al mismo objetivo. ¡No miren!

Era la primera vez que Cristine veía a su ex marido con una mujer. Se han separado hace más de un año y hasta ese día, ninguno de los dos se había encontrado con el otro en una situación parecida. Y, aunque ella jura y perjura que ya no volvería con él, y además sufre por otro que la chotea, fue un verdadero shock para ella ver al ex esposo en una cita.
Como comprenderán, fue el tema de la noche, sobre todo porque el mozo le dio una mesa muy cerca a la nuestra. Y nosotras, por supuesto, aprovechamos para analizar cada detalle de reojo: cómo iba vestida ella, si era bonita o muy chibola, si estaban tomando un trago y, sobre todo, quién estaba dirigiendo la conversación. Por supuesto ella, la pobre chica inocente que no tenía idea de lo que estaba pasando. Alvaro parecía totalmente desconcentrado, incómodo, apenas hablaba y tenía la cara desencajada. Se había sentado al frente de ella, pero apoyando su espalda en la pared del costado y en diagonal a la silla. Estaba ubicado en dirección exacta al ángulo donde se encontraba mi amiga. O sea, masoquista el hombre.
Cristine no quiso incomodarlo más, así que decidió ir al baño y al regresar se sentó en otra silla, dándole la espalda. Pero para efectos del chisme era lo mismo. La gringa y yo nos encargábamos de darle la información necesaria. El acariciaba un vaso de estridente gaseosa naranja y ella sorbía limonada frozen de una cañita. ¿Y qué creen que estaban comiendo? Una hamburguesa!!!! What? ¿Eso era una salida romántica? No way!!!! O el hombre estaba tratando de despistar a mi amiga a como diera lugar o es que realmente extrañaba mucho a sus hijos y quería rememorar su domingo familiar en Bembos. Lo que sí era cierto es que entre ellos no había ninguna conexión.
Por su parte, Cristine, aunque estaba impactada, sintió alivio porque ya tenía el permiso oficial para ser vista acompañada de cualquier prospecto de pareja. Había ganado una batalla.

En el fondo, y también en la superficie, todo se resumía a la culpa. El se sentía mal por haber sido el primero en hacer pública las evidencias de la separación y por darle carta blanca a SU mujer de hacer lo mismo. Se le había malogrado el plan al pobre chico y a nosotras se nos hizo la noche!!! Más allá de ponerle sal y pimienta a nuestra salida de chicas, ocurrió algo de película gringa que activó nuestras endorfinas a mil. La parejita terminó de comer y no se quedaron ni un minuto más. Cuando estaban en la puerta del local, el mozo se acercó a nuestra mesa y le dio un papelito a Cristine que decía: Todo está pagado. Disfruten la noche. El de lujo. What????? Se imaginarán el escándalo que armamos. Los gritos, las risas, el alboroto. La gringa prácticamente raptó al mozo para interrogarlo. ¡Teníamos que saber en qué momento le dio las indicaciones para el pago de la cuenta! ¡En qué momento había escrito esa nota! ¿Lo hizo en frente de la chica?, preguntamos atropelladas. Sí, nos confirmó él, ella se dio cuenta de todo.

¿Qué ocurre cuando las relaciones con los ex no están totalmente saldadas? Cuando de una u otra manera ellos siguen formando parte de nuestras vidas? Cuando, además de vidrios rotos en las botas, como diría Cristina y los Subterráneos, sabemos que en el bolsillo de alguna casaca que no usamos hace años duerme una flor? Pues comienzan las confusiones, las indefiniciones, las relaciones híbridas (sobre todo si son ex maridos y padres de nuestros hijos) y los dañinos sentimientos de culpa. Hasta que no encontremos esa flor marchita y le demos sagrada sepultura, nuestros ex nos pagarán, secretamente, las cuentas en un restaurante con la esperanza de ser considerados como los únicos o los de lujo.

Esa noche, más allá de que el grandioso gesto del ex podía significar su afán de demostrar que él era el HOMBRE, un ego-gentleman, un rico mac pato papá, a nosotras nos pareció un detallazo (¡hubiéramos pedido otra botella de vino caray!), y también nos confirmó algo evidente y enternecedor: que Álvaro sigue amando a Cristine.

lunes, 12 de abril de 2010

El juicio final

Perdí mi última tercera molar. Ya no me quedan dientes sabios. La doctora me dijo que era una muela flotante, que no tenía un diente que choque contra ella y que la única solución era la extracción. La idea no me preocupó porque cuando era niña pasé largas sesiones en la silla del odontólogo para que lograra lo imposible: que mis dientes de conejo no se salieran de mi boca. El hombre me sacó cuatro muelas y me torturó durante cinco años con fierros, paladares y bozales para reparar lo que había hecho mi pulgar en mi fase oral. Cada cierto tiempo, el dentista ajustaba mis alambres bucales hasta hacerme lagrimear y yo volvía a sentir aquella presión que no me dejaba comer, una sensación que a veces revive en mis pesadillas. Y las heridas, ¡ay las heridas! Cuando un fierrito rebelde se escapaba incrustándose en la piel, yo tenía que detenerlo con unas ceras anaranjadas, bien sobrias ellas, que complementaban a la perfección el look de una chica en la edad del Patito Feo. Así fue como mis dientes se la pasaron rumbeando de aquí para allá, desgastándose tanto que hoy me han diagnosticado “borramiento de la cresta ósea alveolar generalizada”. ¿What? Ahora necesito calcio a gritos y cuidar bien mis dientecitos para que no se me caigan antes de tiempo, sobre todo los delanteros que son los más críticos. O sea, ¡¡¡mi sex appeal!!! ¿Se imaginan a la Maya sin sus dientes de conejo? No way, esa no sería yo. En fin. Recuerdo que hace poco le dije a J, anda al dentista por favor, ¿no te daría miedo perder tus dientes? Ese es mi mayor temor, le dije. Y miren pues, siempre ocurre lo que uno más teme, por eso hay que echar al tacho los miedos, confiar en la existencia y visitar al dentista.

Así que ayer fui preparada para el juicio final. Me senté en el sillón de los acusados y abrí la boca. Dejé que la doctora me hincara con una jeringa para hacerme acordar de todos mis pecados. Vas a sentir un ligero pinchoncito, me dijo cuando acercó la inyección al paladar. Y pude sentir no solo el ligero pinchoncito, que sí era ligero, sino la fuerza que tenía que ejercer la doctora para atravesar el hueso de la cresta alveolar (ya me volví experta). Esperamos unos minutos para que haga efecto la anestesia y cuando ya no sentía parte de la lengua y el cachete le pidió a su asistente que sacara el “botador” para empujar mi diente de un lado a otro, e ir aflojando la raíz. Luego hizo su aparición el temido fórceps, el protagonista de la noche. Una pinza gigante y reluciente que se iba acercando a mi boca en cámara lenta, para atrapar mi diente y no soltarlo hasta hacerlo suyo. Me sentía en una sala de tortura en donde no existía más tortura que el miedo previo, la anticipación al futuro. El temor a un dolor que nunca sentí, pero que hacía que mi corazón se acelerara y que mi mano derecha se aferrara a su compañera izquierda como si las estuvieran obligando a separarse. Pero lo más horrible y delicioso a la vez, o sea, lo más morboso, fue sentir el cric cric del desgarro, cuando finalmente se estaba separando el tejido conjuntivo entre el diente y el hueso.

La doctora manos mágicas, bendita ella, había terminado con su misión: sacar de mi cuerpo (y alma) aquel diente que no tenía un receptor que lo contenga, que lo reciba gustoso, que lo acoja. Mi muela estaba sola y tenía suficiente espacio para seguir creciendo hasta hacerme daño. Ay mi muela, mi muelón amado. A veces paso mi lengua por donde solía vivir y puedo sentir aquella hendidura todavía hinchada que me recuerda su pérdida. Y no sólo me lo recuerda mi boca, sino las canciones, las películas, los objetos. Justo la noche después de la extracción, cuando estaba tirada en mi cama sapeando, medio zombi y profundamente triste, me encontré con “La ex”, una película aparentemente ligera (la protagonista es Debra Messing) pero con una reflexión final, aunque obvia, muy efectiva para la ocasión: “hay que dejar ir cuando es muy doloroso aferrarse”. Dios, la vida está llena de despedidas.

Esa noche, la más emocionada fue mi hija. No podía creer lo grande que era mi diente. Mamá, ¿me lo regalas?, me dijo. Claro, pero antes hay que ponerlo debajo de mi almohada para que venga el ratón Pérez. Y me miró con cara de desconfianza. No te preocupes, le dije, lo que me traiga el ratón también será para ti. Al día siguiente llegó el roedor mientras dormía y efectivamente me dejó una sorpresota: una nueva oportunidad para ser feliz.