
Había una vez una bella mujer que vivía en un gran palacio. Era muy buena y compartía sus riquezas con los más necesitados. Sin embargo, había algo que no podía compartir. Era lo más preciado para ella, lo más valorado, su gran debilidad: los libros.
En su palacio tenía una biblioteca de dimensiones inimaginables. Con escaleras y todo, como en las películas. Se podría decir que tenía todos los libros que se habían escrito en la historia, y por ellos, aquella bella y bondadosa mujer se convertía en el ser más egoísta del mundo.

-¡Ay mamá! ¡Ya no me sigas contando! ¡Qué feo cuento!
-¿Pero no quieres saber qué le pasó a la gorda cuenta cuentos?
-¿Se volvió flaca alguna vez?
-¿No dices que ya no quieres que te siga contando el cuento?
-¿Te lo estás inventando ahorita?
-Si pues, si me pides un cuento nuevo cada noche, ¡de dónde voy a sacar tantos!
-¡De tu panza pues mami!
-¡Golpe bajo!
-¿Qué es golpe bajo?
-Que me diste donde más me duele.
-¡Pero yo no te he golpeado!
-No, es una forma de decir hija. Me has dicho gorda.
-¡No!
-Ay, ya vamos a dormirnos hijita.
-Pero no me has contado mi cuento de navidad.
-Es que ya no tengo más cuentos en la panza hija.
-Mamá, ya tengo sueño.
-Ya amor, duérmete rico.
-¿Pero se volvió flaca la gorda cuenta cuentos?
-No lo sé. Recuerda que recién lo estoy inventando.
-Entonces que ocurra un milagro de Navidad mami.
-Ya hijita, voy a buscar una buena dieta de libros para adelgazar a la gorda. Mañana te cuento.
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