sábado, 26 de septiembre de 2009

Una canita al aire

Me resisto. Me resisto a pintarme las canas. Según yo se ven como rayitos plateados, very nice, pero para Yayita soy de lo last. Cada vez que me hago cola me quiere matar. Ya pues mamita, para cuando la peluquería. Ay!!! Es que no quiero ser esclava de los tintes!!!! Además, ya estoy acostumbrada al perfil bajo de mi color natural. Hasta hace un año, o un poco más, siempre me había hecho iluminación porque mi mami me hizo creer que yo había nacido para ser rubia, pero mi tema jamás fueron las canas. Aunque creo que ya llegó el momento de aceptar de una buena vez mi condición de treintona canosa. Tarde o temprano llega todo ¿no? Lo esperado, como las patas de gallo cuando sonrío o las bolsas debajo de los ojos; y lo inesperado, como el sillón de cuero color maíz (exactamente el mismo tono de mis paredes) que me regalaron esta semana. Bonito bonito, como diría Jarabe de Palo. Una bonita excusa para celebrar y salir a descargar el peso de trabajo de la semana. Leo me invitó a la fiesta de aniversario de un casino en Miraflores, un evento tan inesperado como mi sillón maíz. Y, aunque detesto el ambiente estridente de los casinos y me deprime ver a un montón de zombis dominados por máquinas que tragan su dinero, acepté la invitación porque me pareció pintoresca y porque necesitaba un trago a gritos. Además, sabía que mi complejo de antropóloga me haría pasar un buen rato en aquel sub-mundo de la mafia chicha.

Era la primera vez que entraba al casino Fiesta, un lugar concurridísimo que tiene un escenario en donde se presentan bandas en vivo y bailarines profesionales que te sacan a bailar si te ven planchando. El lugar estaba repleto de anfitrionas, guardaespaldas y mozos. Eran tantos que podría jurar que había más empleados que clientes. Y las bandejas se paseaban a toda velocidad repletas de piernitas picantes de pollo, cada una con su platinita más, empanaditas de espinacas, pizzetas rancheras y rebosantes langostinos que no podía comer, no solo porque nunca fui buena en carreras sino porque un día los dioses del norte me castigaron con una alergia fulminante que me convirtió en pez globo. Pero Leo y yo nos habíamos ubicado, por casualidad, en un lugar estratégico, cerca de la puerta de la cocina, por lo que teníamos la primera opción y la más calientita. El problema fue cuando decidimos dar un paseo por el lugar, nos dimos cuenta de que ahí sí era imposible probar bocado. La gente capturaba a los mozos de rehenes y se abalanzaba sobre las fuentes para devorar con fruición y desesperación lo que encontraban a su paso. Sobre todo me impresionó un hombre que llevaba una camisa blanca estampada con pequeños leones. Su panza peluda se asomaba por el hueco de unos botones desabrochados, acariciando el borde de una bandeja de tequeños. Cuando finalmente terminó de aspirar los últimos residuos de queso derretido y trocitos de masa wantán, volteó presuroso para buscar un nuevo mozo-víctima y ahí fue cuando nuestros ojos se encontraron. El hombre se sintió observado y descubierto, y pude ver en él la misma cara de culpabilidad del Chavo cuando se comió todos los churros de doña Florinda.

Pero eso no fue lo mejor de la noche. El desfile de hombres con antifaces y señoritas vedettonas con shorts diminutos y medias hasta las rodillas, o las disfrazadas de naipes del país de las maravillas fueron los más inspiradores. Después de cuatro pisco sours le dije a Leo que tenía que irme del lugar con un antifaz, y me atreví a confesarle que una de mis fantasías sexuales era hacer el amor con una de esas máscaras y con zapatos de taco aguja. No me digas más, me dijo él, yo te consigo uno de todas maneras. Así que seguimos paseando pero con un nuevo objetivo en la mira. Lo malo, o lo bueno para disipar tensiones, es que el lugar tenía demasiados estímulos como para enfocarnos en uno solo y rápidamente olvidamos la gracia de las máscaras. De pronto, nos encontramos riéndonos a carcajadas de unos hombrecitos que, según nosotros y gracias al efecto hilarante del alcohol, estaban pescando con los cables de los equipos de sonido a unos personajes que aparecieron volando por el escenario.
Siento que todo el mundo me mira raro, dijo Leo (otra vez el efecto del alcohol y la proyección de nuestro propio sentimiento de no pertenencia). Entonces, me concentré en la gente de las mesas que nos miraba deambular de aquí para allá. Gran parte del casino estaba tomado por un geriátrico. Abuelitos, suegras, viudas que acababan de salir de misa, tías ricototas parientes de la Teresita o solteronas que acababan de estacionar sus escobas. Y nos paseábamos abrazados preguntándonos si era cierto que los años significan necesariamente sabiduría o si nos han engañado vilmente con esa idea para aceptar la vejez, irrevocable y sigilosa. De pronto, un día nos vemos al espejo y ya tenemos canas que hay que esconder, porque las mujeres somos expertas simuladoras, desde el rollo de la cintura hasta los orgasmos (aunque ese no es mi caso). Porque, sobre todo para la mujer, la vejez es indigna. Es un pecado que hay que ocultar a como de lugar. Y en ese afán por querer detener el tiempo, muchas de ellas se ridiculizan. No por favor, Leo, avísame cuando los vestidos cortos con botas ya no me queden, o los estampados de animal print. El hombre con canas es sexy. La mujer con canas es vieja y descuidada. Ya lo entendí Yayita.

Aunque no puedo sesgarme, no todo el target sobrepasaba la tercera edad. El lugar era variopinto, incluía desde los papis criollos con pinta de instructores de gimnasio, las lady ruquers que esperaban un levante, hasta la crema innata de Chollywood encabezada por la Angelina Jolie lorcha (dícese de una tal Karla Casos) y la amistad Rodríguez que había ido para rellenar su revista farandulera. Todo esto enmarcado en una ronda derrochadora de plasmas y una pantalla gigante que aún estaba en blanco esperando a Joselito. Pero nosotros no podíamos quedarnos para el show. A las doce en punto nos fuimos cuales cenicientos. Al día siguiente había laburo y, sobre todo, un colegio que me despierta antes del amanecer.

Si me faltaba un empujoncito para visitar al estilista, esa noche fue un aventón. Salí totalmente convencida de un cambio de look urgente. Aunque, según Leo, mis hilos de plata son de lo más sexy. ¿Le creo o me estaba trabajando para que le diera la bienvenida a la isla de la fantasía? En cualquier caso, él finalmente cumplió su palabra, salí del lugar con mi antifaz puesto, y no me quedó más remedio que gritar misma Tatoo: ¡El avión, el avión!

jueves, 10 de septiembre de 2009

Hable con ella


Mi mejor clase de Tae Bo fue la noche en la que volví a ver a mi ex. Sí, después de dos semanas de descoordinaciones garrafales y de querer matar al entrenador y a todos los pupilos aplicaditos que daban puñetazos y patadas al aire, pude hacer una clase completa sin renegar. Parece que fue el efecto ex el que me puso las pilas, así que debo agradecerle. Es más, nos debemos agradecer mutuamente porque gracias a esa clase en la que desfogué los últimos remanentes de una ruptura frustrante (porque nunca pudimos escarbar nuestras miserias mirándonos a los ojos), ya no me quedó más agresión y logramos sostener una conversación civilizada. Yo parecía una funcionaria de embajada: directa, distante y fría, cuestionando los documentos de un temeroso turista que solicitaba una visa de residente, o de reincidente. Pero todo con unos modos tan correctos que ni yo me reconocía. Nunca he sido tan proper y coherente. Ahora sí parecía la Hildebrandt, como me dicen en la chamba (las amorcinas creen que soy un diccionario andando y se quejan cuando no tengo una respuesta a sus preguntas gramaticales).

Todos vuelven mis queridos lectores. Esa es una ley de la naturaleza en cuanto a parejas se refiere. Alguna vez me ocurrió a mí, ahora le ocurre a mi ex. Terminar una relación es una responsabilidad y normalmente uno carga la mochila de la culpa y quiere liberarse de aquel peso que nos joroba la vida. Si solo se trata de eso, el deseo de retorno es una farsa. Está alimentado por el miedo, y si nuestro motor es el miedo, el combustible se consume rapidito dejándonos nuevamente a medio camino y con un copiloto doblemente herido. Pero, el peor escenario para un desertor es cuando descubre que su deseo de retorno es auténtico —dando fé a la frasecita de: uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde— e imposible como cruzar el Niágara en bicicleta (a propósito, grande Juan Luis!!!!!), porque el ser amado ya no nos ama más.

¿Y por qué será que los hombres le huyen al talking? (mi ex lo hizo durante cinco meses). Creo que porque nosotras nunca perdemos. Todo lo que dice el hombre es usado en su contra. Los acorralamos, los echamos contra la lona, y no precisamente para una lucha hot en un ring de barro. Si nos dan la contra, entonces no nos comprenden, y si nos dan la razón nos están tratando como locas (para que nos callemos de una buena vez).
¿Se acuerdan de mi predicción con el Chamo? Anuncié que me mandaría a Bagua porque un hombre de Estado no iba a aguantar a una chica de letra floja. Y así fue. Debería escribir un post que diga, ¿cómo perder a un saliente en dos posts? Pues fue otro hombre que prefirió evitar el diálogo, ¡y se supone que trabaja en política! Pero no puedo culparlo, no es fácil lidiar con esta Maya malcriada (si supiera que me acabo de comprar un nuevo par de zapatitos de enfermera de sala de urgencias pero en color negro... y para ir a bailar!!!! PLOP).

Lo que ocurre es que la contradicción no es una característica meramente femenina. Muchos hombres se quejan porque dicen que somos absorbentes y posesivas, que no les damos suficiente espacio y que nuestro hobbie es exigir y prohibir. Pero cuando una mujer no acosa y puede ser feliz sin el afecto del compañero de turno, entonces algo anda mal. Los hombres se sienten terriblemente inseguros y abandonan el barco. Eso es parte de un mal aprendizaje respecto al amor. Estar enamorados no significa mimetizarse, y la felicidad no debería estar condicionada por una pareja amorosa, sino subrayada por el resaltador fosforescente del amor. La pareja debería sumarnos, acompañarnos, pintarnos con nuevos matices, pero no nos olvidemos que nuestra propia vida ya tiene color. Si vamos por el mundo buscando el color en el otro y basando nuestra felicidad en arco iris ajenos, cuando un día la pareja nos deja de alumbrar corremos el riesgo de quedarnos en blanco y negro.

Por eso me llevo tan bien con mi Leo incondicional, el que me ama a pesar de todo. Con novio, sin novio, independiente, engreída, sarcástica, dormilona. Ni yo le exijo nada, ni él me exige nada a mí. Nos queremos sin necesitarnos y endulzamos nuestras vidas con irrupciones imprevistas de cariño y buen humor. Mi Leo se suele comunicar conmigo con mensajes de texto, y a veces, me hace pasar del susto a la risa en un segundo:

- Oye estoy en un apuro, es URGENTE!!!!! se me ha metido una nube a mi cuarto, ahora qué hago?

Otras veces me escribe de puro aburrido, cuando normalmente estoy corriendo en la chamba o lidiando con mi hija:

- Toy insomne… qué hago, me leo la guía telefónica?

- Jaajajaja llegué hasta los Gutiérrez y me kede jato!!! Como amaneció la más bella de esta triste ciudad de pobres corazones? Extraño tu sonrisa!!!


O también me escribe desesperado, cuando le hace falta una dosis de Maya vivencial y no de Maya virtual.

- Houston llamando a Texas!!!! Cambio.

- Aki Houston con la loka idea geográficamente imposible de abrazar a texas!!! Extrañando la aridez del territorio. Urgente, Texas responda! No se haga la tercia!!! cambio.

- Houston sobrevolando Texas hasta tener cielo despejado, esperando no kedar sin combustible, mandar señales cuando esté en condiciones optimas para aterrizaje forzoso! Cambio.

- Copiado Texas, espero la señal no pase de las 8 que nos kedamos sin combustible, ya casi puedo visualizar pista de aterrizaje, besos tejanos, cambio.

- Oe Texas… ya pues, pa cuando!!!! Toy que sobrevuelo desde el martes!!! Jajajaja avisa peeee… on tas?

- Hasta cuando voy a soportar tanto maltrato de tu parte!!!! Esta bien que sea un animal noble, pero no abuses!!! Como haces pa aguantar sin verme? Yo no puedo!!!!

Como ven, ni las relaciones que parecen perfectas son perfectas. No existe el equilibrio, porque el verdadero equilibrio es la muerte (eso dice mi maestro de yoga). No son ideales ni los noviazgos intensos que lo prometen todo, ni los flirts aparentemente sin compromiso. Y es que nada es estático, nada permanece inmutable y, como diría Watanabe, hasta las piedras tienen movimiento. ¡Que pase el siguiente!