lunes, 29 de diciembre de 2008

Lo que leí, lo que viví

Hace unos años tengo la costumbre de hacer los paquetes navideños la noche del 23 de diciembre. Después de acostar a mi hija, me apodero de la mesa del comedor, desparramo a mi alrededor todos los regalos (que no son muchos, ni muy caros, pero hacen bulto en el árbol), los papeles, bolsas, cintas, lazos y demás chiches que me sirven para decorar. Aquí vale todo, normalmente saco de mi clóset cajas y bolsas —con lazos incluidos— que me van regalando durante el año y, pensando en el medio ambiente, en mi economía y en la practicidad del asunto, las reciclo. Pero lo más placentero de esta costumbre navideña es hacer mi tarea con música de fondo. El álbum de navidad de Diana Krall es el elegido. Cómo no emocionarse con la nostálgica “Have yourself a little merry christmas” o no saltar de la silla con la festiva “Jingle Bells”, con el estilo inconfundible de la rubia de Woody. Y claro, mientras armo paquetes y dedico tarjetas al ritmo del “christmas jazz” pasan por mi mente todas aquellas personas a las que amo. La Maya se pone sentimental. Y como no estarlo, sobre todo después de la influencia del libro que acabo de terminar: “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo” de Murakami. Aunque me averguenza decirlo, debo confesar algo, este libro lo comencé a leer hace cuatro meses. Sí, así como lo leen, cuatro meses. Es verdad que se trata de una novela voluminosa, pero leerla así ha sido parte de un proceso, de una muerte lenta y de un renacer. Este ha sido el libro que me ha acompañado casi la mitad del año: en la almohada, el sillón de la sala, en la oficina, los taxis, las salas de espera de los bancos y de los médicos, en la playa. Y aunque quería terminarlo, también me daba pena y por eso le daba largas. El libro está lleno de símbolos, es un viaje interior complejísimo, con una sabiduría que solo puede provenir del otro lado del mundo. Tooru Okada, el protagonista de la novela, es un hombre que actúa guiado por sus instintos, siguiendo su corazón, confiando en la existencia. El señor pájaro-que-da cuerda ama incondicionalmente. Es un hombre simple, inocente, que sabe tomar distancia de sus emociones para comprender sin juzgar. Llega hasta el fondo de un pozo (literalmente) para rescatar a su amada y la espera con paciencia hasta que sus heridas sanen. Sin duda, un personaje adorable, un hombre que solo puede existir en la ficción.
Lo interesante de Murakami, y de este libro en particular, es la atmósfera fantástica que te hace respirar, dentro de un mundo simple y cotidiano. Pero no pretendo hacer una reseña del libro, solo que me emociono cuando recuerdo la habilidad del autor para hacer que cada suceso esté salpicado de magia y misterio, demostrando que la vida está tejida con finos hilos que se entreveran, y que todo lo que ocurre se interconecta.

Estoy convencida de que el mejor regalo que uno puede recibir en Navidad —aparte de ver la cara de tu hija abriendo la Barbie Princesa de Diamantes que tanto quería— es un libro que te acompañe, que pinte de colores tus días y noches, que te haga partícipe de un mundo ajeno y que a la vez te invite a reflexionar para ir cada vez más adentro de ti mismo. Un libro que te obligue a llevar una libretita para hacer apuntes, que te inspire para conquistar a alguien, que te de tema de conversación o excusa para escribir un post. Un libro que no solo aumente tu lista de leídos o que llene tu biblioteca, sino también que forme parte de tu historia personal. A veces, cuando reviso los libros de mi modesta biblioteca, recuerdo lo que viví en la época que los leía, cómo era mi vida, cuáles eran mis sueños. Lo curioso es que me acuerdo de todo eso, pero no de las historias que cuentan sus páginas. Mi memoria literaria es frágil y traicionera. La ventaja es que tengo la capacidad de volver a leer aquellos libros como si fuera la primera vez, con la garantía de que sé que me impactaron de alguna manera.
Pero ya pasó la navidad y este consejo de regalar libros llega un poco tarde. Lo que sí puedo recomendar es hacer una lista de los libros que leeremos este año o poner en fila y en orden de prioridad —como ya lo hice desde que volví de viaje con una buena cantidad de invictos literarios— todos aquellos libros que están en lista de espera.

Espero que este año sea un año de buenas historias: intensas, vibrantes, cargadas de emociones. Son mis mejores de deseos para mis contados lectores, mis anónimos admiradores, mis antiguos amores y para los valientes que vendrán.

Aquí les dejo el videíto de la Krall navideña. Disfrútenlo.

martes, 9 de diciembre de 2008

Cena para dos

Por qué será que siempre cuando estoy sola aparece Leo de alguna manera. Ya sea en una película, una canción o en mis antiguos mensajes de texto. Ayer me lo encontré en plena cena. Mi hija había salido con su papá y su abuela y yo me quedé sola en casa. Y para celebrar mi soledad fui al súper a comprar algo rico para el almuerzo. Almorzar sola es un placer, aunque otros digan que es horrible. A mi me encanta, sobre todo por los preparativos. Buscar en las góndolas algo que me provoque, cocinar sin prisa y con buena música. Beber vino mientras el vapor de la olla me pide a gritos que eche la pasta. Sí, esta vez volvió a ganar la pasta. Aunque en un primer momento estuve tentada de comer algo tan práctico y deliciosamente simple como un choclo serrano con salsa huancaína, me incliné por algo más gourmet. Mis bucatini número 9 de Barilla me esperaban en oferta y la salsa a lo Alfredo, perdón, a lo Leo, se encargó de bañarlos con honores. Leo apareció con el vip vip del correcaminos de mi celular, en el preciso momento en que degustaba mi tinto:

- Mediar los juerdos ke antevienen descopados en un estedio de lemos y artalegos gremicos… andul avanes masman permigones formicos, y el orme aplaga bestios ares.

Recién estaba paladeando la primera copa de vino, no podía estar borracha. Volví a leer. A los dos minutos llegó otro mensaje:

- Aki este lobo estepario reportándose, extrañándote, meditando la incomprensión infinita de no poder verte. Comprensible, pero humanamente insoportable. La última vez que te vi fuimos tan represivamente correctos, patéticamente ejemplares, tan distantes, tan nosotros. Te extraño, extraño tu presencia, tu ser, tu tridimensionalidad en todo su esplendor!

- Este mensaje merece un brindis. Te acabo de servir una copa de vino. Brindo por ti, por conocer a un Leo tan Leo como tú. ¿Dónde andas?

- Escuchando a Sabina en un tercer piso, entre cuadros, un ekeko, un pingüino y un hongo. Un momento necesario.

- Para admirar, para contemplar. Te entiendo. Yo hago lo mismo con mi soledad, busco la belleza.

- Bella: Que tiene belleza. Belleza: Armonía física o artística que inspira placer y admiración, sobre todo a los Leos. Leo: Dícese del ser imprescindible y nocturno que suele enamorarse de imposibles, generalmente de mujeres con nombre de abeja. Ser mamífero, místico y contemplativo, hacedor de sueños y creyente de ilusiones. Vegetariano incomprendido, ilustre desconocido, monógamo frustrado, salvaje domado, triángulo de dos lados, sotuto urbano.

- Maya: Dícese del ser volador que se alimenta con la intensidad de los Leos. Coleccionista de amores, carnívora incomprendida, polígama frustrada, aprendiz de madre, bebedora solitaria. Mujer pantera.

- Mierda mi Lea, estamos agarrando ritmo. Cuántas copas vamos?

- Dos. Y la pasta está buenísima, no sabes lo que te pierdes.

- Sí sé, despiertas en mí los instintos más primitivos que guarda nuestra traginada especie durante todos estos largos y decadentes años de evolución.

- Recuerdas la caja que me regalaste? La vez pasada estalló en mi cara como una verdadera bomba. Me pareció verte tan claro entre tus pinceladas, las palabras y aquel collar de piedras de colores.

- Cómo olvidarlo. Todavía recuerdo lo que decía la caja: el silencio, la música, el dolor, el pisco, la belleza, el amor, la felicidad, el sexo, la poesía y la vida en exceso es dañino para la salud.

- Así es, pero en esa caja había mucho más que eso…gracias por acompañarme en esta mi cena solitaria.

- De nada mi Maya, espero que nunca dejes de leerme. Eternamente “no tuyo”. Leo.