jueves, 30 de julio de 2009

Mis días patrios

Foto: Blancucha

Todos los lunes, a las 9:00 a.m., debemos subir al piso doce del edificio donde trabajo para cantar el himno nacional, además de cantar y BAILAR, el himno de la compañía. Así es, aunque Ud. no lo crea, y no trabajo en Ripley. Hace tres años, cuando entré a la corporación, quedé en shock cuando vi a los gerentes, con saco y corbata, moviendo los brazos de un lado a otro y haciendo el paso del remolino con hombro incluido.
Pero ahora me parece tan normal como el café de la mañana y lo grandioso de esta costumbre es que la gente se divierte. Se ríen, hacen chacota y el buen ánimo se contagia. A las 9:15 bajamos contentos, con una sonrisa en los labios y con una nueva energía para comenzar la semana (o eso queremos creer).

Este viernes también subimos al piso 12, pero para celebrar Fiestas Patrias. Y la sorpresa de la mañana fue ver a nuestra querida Barbie Ruquer bailando marinera. Qué Cenicienta, Blanca Nieves, Bella o Aurora. Naaaa, nuestra Princesa Criolla era la mejor!!!!! Fue tan emocionante verla cepillando los pies, balanceando las caderas, entornando los ojos. Mi corazón vibraba al compás de las tarolas y mis ojitos llorones no pudieron dejar de participar en el show, matizando el encuentro con un baño de lágrimas patrias. Era una mezcla de amor de madre (no sé por qué veía a la Barbie R. como si fuera mi hijita), amor patrio, amor por la amistad y por mi querido grupo de amorcinas.
Ese día, cuando llegué en la mañana, me encontré a la B.R. vestida con el mismo traje negro que usó cuando ganó el Campeonato Nacional de Marinera, allá por los años noventas (todavía le quedaba, se darán cuenta por qué le decimos Barbie). La Sifrina le armaba el moño y lo decoraba con margaritas rosadas, Yayita le retocaba el maquillaje, la China le arreglaba el fustán. Toda una maquinaria para que nuestra querida amiga brillara en el escenario. Y yo llegando tarde, ni siquiera había aportado mi cuota para el desayuno criollo (pan con chicharrón, panetón y tamal). Es que todavía estaba en shock por la tarde del día anterior.

La Barbie Ruquer en plena faena danzística

Había ido al osteópata por un dolor de cuello y salí conque tenía escoliosis doble. Además me dijeron que mi respiración estaba entre cortada, que tenía una pena. ¿Una pena? Tengo varias penas!!!!, le dije al terapeuta chicho (chino-cholo). Salí después de dos horas de terapia (hello!!! esta chica tiene horario de oficina, quise decirle a todos los que entraban y salían del consultorio). Primero hicieron una medición de mis huesos: que si mis cervicales estaban muy inclinadas hacia delante, que si mi cadera derecha estaba desplazada dos centímetros y no coincidía con la línea imaginaria que debe haber entre los huesos ilíacos y la clavícula, que si mi esternón del lado izquierdo estaba más pronunciado que el derecho. Y yo que pensaba que el máximo error que cometieron conmigo fue diseñarme con una cara chueca (que ahora no se nota tanto porque estoy con unos kilos de más). Luego de aquel examen manual que incluía cosquillas, piel de gallina, temblores de escalofríos y la vergüenza de que aquel hombrecillo vea mis pechos asimétricos, me tendieron en una camilla para iniciar el tratamiento: masajes a cuatro manos, descargas de corriente y una curiosa terapia de calor proveniente de un cigarro gigante de finas hierbas curativas, que olía a marihuana.
Después de aquella sesión insólita llegué al piso diez de la oficina con el maquillaje corrido y sin darme cuenta de que mi ánimo se había quedado en el piso lluvioso del primero, al lado del kiosco de café (que me habían prohibido tomar). Necesitaba urgentemente el bailecito de los lunes para contagiarme el buen humor.

Sin duda, ver bailar a mi Barbie Ruquer fue un gran comienzo, y todo el fin de semana seguí con la inercia para levantar el ánimo, al menos hasta el piso ocho donde vivo. La noche del viernes comí un bife de chorizo, que también me habían prohibido, en un restaurante chorrillano frente al mar y junto a mis amigas del cole que no veía hace tiempo. El sábado comenzó magistralmente con la patadita de oro de la Keldibekova y terminó con un pisco sour, y el 28 fui de paseo con mi hermana y nuestras hijas a Cieneguilla. Ahí celebramos la fiesta del Perú. Ella, bien patriota con su novio chileno, y yo de dama de compañía de mi hija que me llevaba de aquí para allá entre el sube y baja, los columpios y el trompo. Finalmente, el objetivo de subirme el ánimo a mi misma se había cumplido, sobre todo cuando, al entrar a una especie de jaula giratoria, me pegué en la frente y vi estrellas a plena luz del día, y encima tuve que soportar varias vueltas mortales antes de que pidiera chepi. Bajo bajo, le grité a la niña que hacía mover el jueguito asesino. Salí aturdida y me senté en una banquita para ver a mi hija que seguía girando, bien agarrada y quietecita. Mami, me gritó entusiasta, es que tienes que mirar a un punto fijo y no te mareas!!!!!

Esa noche, cuando me tocaba mi sesión de Sex & The City, me encontré con la serie en blanco y negro. What? Al parecer, el golpe en la cabeza no solo me había dejado un chinchón en medio de la frente sino también estaba distorsionando mi visión del mundo technicolor. No era posible ver la ropa y los zapatos que luce Carrie en escala de grises!!!! Ya era hora de cambiar de DVD, y también de dejar de ver esa serie de mujeres al borde de un ataque de nervios, agregó el Chamo al día siguiente. Esa Carrie es muy mala influencia para ti (después entendí por qué lo decía). Como buen hombre de poder, me llevó a la Feria del Libro y me regaló La Palabra del Mudo de J.R. Ribeyro. Pero ¿qué me habría querido decir con ese regalo? ¿Que me calle? ¿Que no hable de él en mi blog? ¿Que no se me ocurra mencionar que es un hombre de estado? Hace poco vi un capítulo en donde Carrie salía con un político y él la termina dejando porque no era bien visto que su pareja escribiera de sexo en una columna. Creo que ahora sí me destituyen del cargo honorífico de saliente de un funcionario del gobierno, y me conducen directo a la salida de palacio. Mejor me hubiera regalado las fabulosas Prosas Apátridas. Ribeyro llamó así a un grupo de textos que no tienen “patria literaria”. Es decir, no pertenecen a ningún género, por eso los reunió en este libro, para “dotarlos de un espacio común donde pudieran sentirse acompañados y librarse de la tara de la soledad”. Sin duda, las Prosas Apátridas van más a tono con la coyuntura festiva, y sobre todo con mi condición de mujer sin patria amorosa. Pero claro pues!!!!! Si tengo la columna como una “S”, como podría tener una vida amorosa estable si el soporte de mi cuerpo está ondulado. No se asuste, me dijo el huesero, eso se corrige. Así es, por eso voy a la psicóloga, para dejar de ser una insurrecta, una terrorista del amor. ¿Acaso lograré dejar de derribar las torres del matrimonio? ¿O seguiré en mi afán de dejar a los hombres en apagones y a mi misma herida en un atentado? Véalo Ud. en el próximo capítulo de los amores apátridos de la Maya.

martes, 14 de julio de 2009

Sexo en mi ciudad

La otra noche encontré en mi estudio un dvd con la primera temporada de Sex & the City. J lo había dejado hace tiempo para que viera el capítulo “la liebre y la tortuga”, en donde Carrie y sus amigas descubren la mejor manera de consolar su soledad, a través de un coqueto consolador con orejitas de conejo. Lo curioso de ese episodio es que Charlotte, la más conservadora del grupo y la más reticente a probar las maravillas del juguete por excelencia, tiene que ser rescatada por sus amigas de la adicción orgásmica que le produce el rabbit.
En esa ocasión vi el capítulo sugerido, que no disfruté del todo porque J me lo había contado con puntos y comas y hasta me sabía de memoria los diálogos, y olvidé el dvd en la ruma de películas que me faltan por ver.

Hasta ahora había visto la serie esporádicamente, de casualidad, cada vez que hacía zapping y me encontraba con este grupo de treintonas (salvo Samantha) hablando desparpajadamente del sexo y las relaciones. Pero desde que compro la serie en Polvos (que gracioso, voy a Polvos a comprar Sexo en la Ciudad) y la veo como obsesa, he quedado totalmente enganchada. Ahora veo de dos a tres capítulos diarios y lo que más me sorprende de la serie (aunque no debería, dado su nombre) es la facilidad y rapidez con la que fornican estas mujeres. Y miren que no me las quiero dar de santa pero estas chicas neoyorquinas coleccionan amantes como pares de zapatos, y la mayoría en la primera cita!!!!! Y no solo eso, se atreven a decirlo todo y a cambiar de hombre apretando el botón de exit cuando no se sienten satisfechas. Comparadas con nosotras, el sexo en Lima está en su fase oral: a las mujeres les encanta hablar de él pero a la hora de la hora no saben exigir lo que les gusta en la cama.

Según la mirada de Carrie y compañía, Nueva York debe ser algo así como una gran tienda en donde se exhiben hombres que adquieres gratis pero que al llevártelos a casa te pueden salir caros, así que el sistema te permite devolverlos con la misma facilidad. Aparentemente es una ciudad de trueque sexual y el sexo equivale a un apretón de manos o a un beso en la mejilla de saludo. Primero fornican y luego descubren si el hombre de turno es maniático de las películas porno, sadomasoquista, voyerista o hasta gay. ¿Por qué no evitarse la molestia de tales sorpresas en la vida y conocer un poquitín más a los hombres antes de irse a la cama con ellos? Creo que la respuesta está en que para los gringos una forma inequívoca y necesaria de conocer a las personas es a través del sexo, y no están del todo errados. De hecho, si quieres conocer a un hombre en su dimensión real ándate a la cama con él. Entre las sábanas se comportará como verdaderamente es porque el sexo es puro instinto. El sexo no se razona, se siente, y sale de las entrañas, de lo más profundo y auténtico del ser. Es por ello que es tan revelador. El sexo real es una liberación. Es un intercambio de puro disfrute y solo se da el disfrute si uno se entrega sin parámetros y represiones. Si existe alguien que utiliza su mente matemática en pleno acto para calcular, hacer proyecciones o encontrar la fórmula científica del placer pues estará perdido. Ocurrirá lo inversamente proporcional al goce, el sexo se convertirá en algo completamente aburrido y decepcionante, y aquella frustración saltará de la cama como una luz fosforescente en plena oscuridad.
El sexo es un intercambio tan profundo que los campos energéticos de los amantes se mezclan y quedan conectados durante un tiempo prolongado, incluso cuando los cuerpos están a dos kilómetros de distancia. No se trata solo de entregar el cuerpo, uno se entrega completito y está expuesto a las neurosis del otro, absorbiéndolas de la misma manera que absorbemos los fluidos corporales.
Normalmente, la primera relación sexual no es la mejor porque cuesta trabajo acoplarse al otro, entender los ritmos, descubrir qué le gusta a la pareja. Es por ello que el termómetro del sexo para medir las relaciones tiene su margen de error. No es un medio infalible, pero con la primera vez te puedes dar cuenta, a grandes rasgos, cómo es y será el hombre. Lo que uno hace en la cama es corroborar o confirmar las sospechas acerca de la personalidad del amante. Si a un hombre le cuesta conectar contigo en el día a día, en la cama hará el amor con él mismo. No pretendas resolver aquella carencia en el sexo. Entre las sábanas no ocurren milagros. Los verdaderos milagros ocurren cuando uno se comunica.

Una vez, hice uno de esos test para perder el tiempo del facebook, azuzada por J, en donde te decían qué personaje de Sex & the City eras. Creo que porque no entendí bien el inglés (eso quiero creer) salió que yo era Samantha. Cuando J vio el resultado me dijo, con una gran sonrisa: pero cómo te has podido equivocar para salir como Samantha!!!! En esa época yo conocía muy vagamente la serie. Sabía que Samantha era la sexual del grupo pero no conocía el grado de fanatismo de la mujer. Cuando salió ese resultado, me sentí secretamente halagada. Dije, wau, soy una chica sexy, pero por otro lado, pensé que J se iba a espantar y me dio un poco de miedo. Pero no fue así. Era tan evidente que no me parecía a Samantha que J se rió, nada más. Y si no soy Samantha, a quién me parezco, le dije, pensando que me diría Carrie, la heroína de la serie (en ese momento tampoco sabía que la rubia era una mujer insegura que mendiga el amor de un hombre que no sabe amar y por eso lo atosiga con exigencias y reclamos). Te pareces a Miranda, me dijo.
En un capítulo de la segunda temporada, Steve le dice a Miranda, luego de su primera noche de sexo, que quería cenar con ella. La mujer lo mira con cara de horror y le dice que estaba loco. ¿Pero por qué?, le responde él, ¡si acabamos de estar en la cama! Y eso qué, le dice ella, solo hemos tenido sexo.
¿Acaso el sexo se ha llegado a desvalorizar de tal manera que está en un escalón más bajo que un bife de chorizo con papas fritas? (ya hasta estoy escribiendo como Carrie, el colmo). ¿Y acaso, yo soy aquella mujer amargada que odia a los hombres y que nunca tiene una opinión alentadora acerca de las relaciones? Por Dios!!!!! Pero como no serlo si mi psicólogo dice que, según estadísticas, el 12% de las relaciones son armónicas, es decir, pueden subsistir, y solo el 1% son sanas. O sea, no es que tenga mala suerte, es que todos estamos locos!!
En fin, es verdad que me parezco algo a Miranda, lo acepto, pero a diferencia de ella mi sonrisa y buen humor pesan más que cualquier amargura y, además, guardo celosamente el secreto rosa, el mejor regalo que pudo hacerme J antes de salir de mi vida: un modernísimo rabbit (que gira, vibra y tiene velocidades), copia fiel del juguetito predilecto de Charlotte, que compensa largamente cualquier decepción amorosa.

lunes, 6 de julio de 2009

Un final de campeonato

Cuando clasificaron para el Mundial de Tailandia - Foto: ANDA

Ayer terminó oficialmente el partido más importante de mi vida: mi matrimonio. Llegó la resolución del divorcio en el momento preciso, justo cuando estoy cerrando capítulos de mi vida pasada, y cuando ha caído a mis manos un libro inspirador que habla de la búsqueda interior después del fracaso de un matrimonio (“Come, reza, ama” de Elizabeth Gilbert).
Mi ex ahora sí es mi ex de verdad. Y lo mejor de todo es que los dos nos sentimos campeones. Durante mucho tiempo nos dedicamos a darnos verdaderos mates, algunos de zaguero, otros desde más cerquita, logrando derribar el bloqueo rival. Algunas veces ganaba él, otras yo, pero lo increíble es que desde hace un tiempo convertimos nuestro último set en un juego amistoso. El dejó de lanzarme cañonazos imparables y yo le devolví la bola con estilo: comencé a ir a sus clases de yoga y hasta una vez lo sorprendí con un rico almuerzo de domingo.

Mi mejor celebración para tan importante acontecimiento fue pasar el sábado por la noche sola. Bien dice Elizabeth Gilbert: “no vuelvas a usar el cuerpo o los sentimientos de otras personas para tratar de aliviar tus deseos insatisfechos”. Bueno, decir que estaba sola fue un error, mi hija me acompañaba y yo la ayudaba a pegar las figuritas de su álbum nuevo, mientras gritaba con cada punto del partido de voley Perú-Argentina. Ay mamá, me asustas!!!! Es solo un juego!!!!, me dijo. Sí, yo sé, perdón, es que me emociono mucho!!! Con dos sets ganados y dos perdidos, el quinto era demasiado emocionante. Grité tanto con los últimos puntos que terminé con dolor de garganta y mi hija estuvo a punto de apagarme el televisor. No me sentía así de eufórica desde Seúl 88. Además, con cada punto también celebraba mi nuevo estado civil (eso no podía decírselo a ella). Después de aquel triunfo peleado me relajé satisfecha y muerta de risa con las ocurrencias de mi hija. Había cerrado todos los cajones de mi cómoda, que yo dejo abiertos, y sacó de uno de ellos un deshumedecedor. Mami, me dijo, ¿me prestas el pañal de cajones? Reí a carcajadas. ¿Y para qué lo quieres? Para que sea la almohadita de Olga (su nueva hipopótama bebé). Mi hija siempre me sorprende con sus ideas. La vez pasada se inventó un color, el bioazul, que según ella es una mezcla de azul y morado. Y creó otro término: las fresadillas, que son las pesadillas de sus muñecas Fresita.

Pero ahí no terminó la noche. Mientras la gente celebrara el día del amigo en las discos y demás locales nocturnos de Lima, y después de que mi hija entrara en estado alfa, me metí a la cama para ver a la selección de menores jugando contra Turquía para el campeonato mundial. El partido se extendió hasta la una de la mañana porque las turcas no se dieron por vencidas. Después de perder dos sets, nos voltearon el partido, pero nuestras chicas sí que las hicieron sufrir. Cómo la lucharon!!!! La zurda Sosa; Vivian Baella, la niña de Rioja que siempre parece que está a punto de llorar; la dulce Rafaella Camet; Daniela Uribe; Claribeth Illescas, la pantera del equipo; Diana Gonzales… Imagino a los padres de aquellas chicas, no necesitarán más en la vida después de ver a sus hijas en la cancha. Con ese espíritu rebosante de orgullo le pregunté hoy a mi hija: ¿no te gustaría jugar voley cuando seas grande? (estoy segura de que va a tener un buen tamaño). ¡No mamá! Yo voy a ser nana, profesora de yoga y piloto de avión. ¿Vas a ser todo eso y nada que se parezca a lo que yo hago?, le pregunto con cara de ofendida, medio en juego, pero en el fondo preocupada porque se identifica hasta con el abuelo que es piloto pero no conmigo!!!! Ay mami, es que tú trabajas todo el día pues (siempre con sus ideas tan claras). Al menos me queda el consuelo de que adora las letras, el maquillaje y las joyas (lee y escribe todo el día, inventa cuentos y me persigue para hacerme cambios de look).

Ayer fue una noche de celebración, a mi manera, claro. En vez de un galán tuve a toda una selección de chicas sudando la camiseta con una pasión que no solemos ver en los jugadores de fútbol. Y en vez de champagne me emborraché con unos finísimos chocolates Godiva, mientras saltaba de la cama viendo a nuestras matadoras púberes. Ellas me acompañaron en mi primera noche de divorciada y son el mejor ejemplo de que todo es posible: así como le ganaron a China, el campeón mundial, en el primer partido del campeonato (nada más que 3 a 0), yo logré un divorcio amistoso en donde la ganadora indiscutible es mi hija, la nueva piloto de la familia.