Hace años, cuando trabajaba en una agencia de publicidad, el director de cuentas se llevó a mi amiga Moroca a una reunión. Ahí estaban los dos, muy elegantes en plena tarde lluviosa de invierno, cada uno con un sobretodo hasta las rodillas. El, ocultando la panza prominente; ella, resaltando sus cachetes con la bufanda amarrada al cuello. Imposible olvidar esa escena memorable y lo que salió de ella. Al verlos, mi jefa soltó la frase que los marcaría de por vida: ¡pero si son el inspector ardilla y moroco topo! Desde ese momento, mi querida amiga Moroca se quedó con su chapa.
En esa época yo todavía no era la Maya, pero ella sí que era una Maya total: desatada, lengua larga y atrevida. Su tema favorito eran sus aventuras amatorias con su querido y larguísimo enamorado de toda la vida. Que si se compró un calzoncito nuevo para sorprenderlo, que si ponían la cámara para filmarse en pleno acto, que si se echaban crema chantilly o aceite (un día a mí se me ocurrió copiar la idea del aceitito y terminé con una alergia al cuello que casi me muero). En fin, ella era la atracción de la office, todas la adorábamos porque nos alegraba con su carácter fresco e irreverente. Además, cada palabra que salía de su boca sonaba inofensiva y graciosa. Claro, con su metro y medio de estatura y sus cachetes que apretaba para hacer la imitación más tierna del bebé… (ay Moro, ¿cómo se llamaba?) no era para menos.
Pero resulta que mi historia con la Moroca viene de antes, de la época de Carmín y el profesor. Estudiamos juntas y la primera que se fijó en el profe fue ella. Pero la Moro, que en esa época no era la Moro, tenía novio pues, así que era plancha quemada. En realidad, todas las chicas morían por el profesor, porque era divertido, coqueto, inteligente, tenía su propio grupo de rock y lo mejor de todo, manejaba al peti rojo. Sí, un Triumph descapotable que causaba sensación. Era tamaño pocket, tan chiquito que una vez un grupo de profesores del instituto lo cargaron y lo escondieron una cuadra más arriba para gastarle una broma. Una broma que no era nada comparada con lo que este grupo de graciosos profes hacían con las alumnas a puerta cerrada: jugaban dardos con las fotos de las más feas del instituto. Y no se imaginan la foto de quién estaba en primera fila: la mía!!!!! Lo que todavía no logro entender es por qué permití que esa foto cayera en manos de la secretaría de admisión. La que salía ahí era “Maya la Fea”, con las cejas de Betty, igualita, y la nariz de Susan León, que no sé cómo llegó hasta ahí. Pero ni siquiera los maleficios de aquel fotógrafo despiadado de un estudio pichiruchi de Jesús María lograron alejarme del Chamo.
De hecho, en esa época la Maya ya se estaba gestando, aunque no tenía idea. La noche del estreno del disco del Chamo, en el Donatello, me atreví a entrar al camerino para saludarlo. Ese fue el momento Kodak. Lo demás llegó solo. Claro, junto con los gruñidos de un papá que dejaba al novio de su hija con la mano extendida, negándole el saludo, o le prendía las luces de la gran Dodge, cuando iba detrás del peti rojo, para dejarlo ciego. Pero lo que no sabía mi papá es que el Chamo ya estaba ciego y empecinado con la chibola de diecisiete.
Otro evento que marcó mi futuro mayístico fue la vez que encontré una carta en el pantalón de mi novio. Era la carta de una fulana que lo estaba giliando. Cuando la encontré no tuve dudas de lo que haría: devolvérsela a su dueña delante de todos. La escena fue la siguiente: el Chamo en la puerta del instituto, la fulana a unos 100 metros, yo en el medio. Miré al Chamo e hice una “v” apuntando a mis ojos para que tomara atención de lo que venía a continuación. Fui con la carta en la mano y le dije: toma, esto es tuyo. Me di media vuelta y me alejé con la cabeza en alto y moviendo de un lado a otro mi melena de leona furiosa. Claro, con mi trío de amigas que me aplaudían desde una esquina.
Más tarde, después terminar mi relación con el Chamo y de bajar todos los kilos que a mi papá le sobraban (imaginen la furia del progenitor), ocurrió lo que tenía que ocurrir, me volví a enamorar. La Moro fue testigo de aquel amor imposible. El también era un chico mayor y me traía loca porque coqueteó conmigo todo lo que me restó de carrera pero nunca llegó a concretar nada. Ahora se lo agradezco. Era evidente que no era el hombre indicado para mí y él lo sabía, pero yo no lo veía así en ese momento. Le decíamos “el diablo” por su chivita, su mirada verde maléfica y su cuerpo espigado. Y lo gracioso es que después de algunos años, cuando la Moro y yo trabajábamos en la agencia, ella me confesó que le robó un beso a mi diablo querido.
Así fue mi época de Carmín en el instituto. Acordarme de Moroca es revivir las reuniones en “La Casita”, el local donde todos iban a chupar después de clases, las chelas en la Costa Verde, los karaokes en el Country. Ella forma parte de la época inocente de los primeros amores y del primer reto laboral en una agencia en donde éramos artesanas: todo lo hacíamos a mano porque no teníamos computadora propia. Cómo olvidar que me puse uñas acrílicas imitando a la Moro y que ella fue la que me regaló mi lonchera salvadora de Crepier para no pasar vergüenza con el bolso desteñido de mi abuelita.
Hay personas que pasan por nuestras vidas como una ligera brisa, apenas nos despeinan. Otras, son una ráfaga de viento que marcan un antes y un después. Y algunas te regalan unos lentes supersónicos gigantes con los que puedes ver otras dimensiones y aprender a través de experiencias de vidas ajenas. La Moro está ubicada en esta última categoría. Siempre la recordaré porque ella era un ícono de lo que es ser valiente y avezada. Proyectaba tal seguridad que siempre conseguía lo que quería, o eso parecía, y su mezcla de dulzura y fuerza arrolladora movilizaba hasta al ser más apático e inmutable de la tierra. Con su entusiasmo y su chispa siempre encendida nos hacía creer que no tenía problemas. Pero vaya que los tenía.
A la Moro la recuerdo porque siempre nos hacía atragantar de risa, por su picardía, por su estilo Morocofashion, por su gran apetito y personalidad insaciable, por su sensibilidad con asuntos del más allá (y del más acá también), pero sobre todo, por el amor incondicional que sentía hacia su hermano. Eso nunca lo olvidaré. Eran almas gemelas y él un angelito que tuvo que partir muy pronto, pero que, estoy segura, la cuida siempre.
Este post está dedicado a ti Moro, porque desde tierras lejanas me enviaste mi canción.
Aquí, la famosa canción de Joe Cocker, en memoria de tus épocas de nueve semanas y media, y para no olvidarnos de que Rourke alguna vez fue joven y sexy.
http://www.youtube.com/watch?v=i99J0YSpud4
En esa época yo todavía no era la Maya, pero ella sí que era una Maya total: desatada, lengua larga y atrevida. Su tema favorito eran sus aventuras amatorias con su querido y larguísimo enamorado de toda la vida. Que si se compró un calzoncito nuevo para sorprenderlo, que si ponían la cámara para filmarse en pleno acto, que si se echaban crema chantilly o aceite (un día a mí se me ocurrió copiar la idea del aceitito y terminé con una alergia al cuello que casi me muero). En fin, ella era la atracción de la office, todas la adorábamos porque nos alegraba con su carácter fresco e irreverente. Además, cada palabra que salía de su boca sonaba inofensiva y graciosa. Claro, con su metro y medio de estatura y sus cachetes que apretaba para hacer la imitación más tierna del bebé… (ay Moro, ¿cómo se llamaba?) no era para menos.
Pero resulta que mi historia con la Moroca viene de antes, de la época de Carmín y el profesor. Estudiamos juntas y la primera que se fijó en el profe fue ella. Pero la Moro, que en esa época no era la Moro, tenía novio pues, así que era plancha quemada. En realidad, todas las chicas morían por el profesor, porque era divertido, coqueto, inteligente, tenía su propio grupo de rock y lo mejor de todo, manejaba al peti rojo. Sí, un Triumph descapotable que causaba sensación. Era tamaño pocket, tan chiquito que una vez un grupo de profesores del instituto lo cargaron y lo escondieron una cuadra más arriba para gastarle una broma. Una broma que no era nada comparada con lo que este grupo de graciosos profes hacían con las alumnas a puerta cerrada: jugaban dardos con las fotos de las más feas del instituto. Y no se imaginan la foto de quién estaba en primera fila: la mía!!!!! Lo que todavía no logro entender es por qué permití que esa foto cayera en manos de la secretaría de admisión. La que salía ahí era “Maya la Fea”, con las cejas de Betty, igualita, y la nariz de Susan León, que no sé cómo llegó hasta ahí. Pero ni siquiera los maleficios de aquel fotógrafo despiadado de un estudio pichiruchi de Jesús María lograron alejarme del Chamo.
De hecho, en esa época la Maya ya se estaba gestando, aunque no tenía idea. La noche del estreno del disco del Chamo, en el Donatello, me atreví a entrar al camerino para saludarlo. Ese fue el momento Kodak. Lo demás llegó solo. Claro, junto con los gruñidos de un papá que dejaba al novio de su hija con la mano extendida, negándole el saludo, o le prendía las luces de la gran Dodge, cuando iba detrás del peti rojo, para dejarlo ciego. Pero lo que no sabía mi papá es que el Chamo ya estaba ciego y empecinado con la chibola de diecisiete.
Otro evento que marcó mi futuro mayístico fue la vez que encontré una carta en el pantalón de mi novio. Era la carta de una fulana que lo estaba giliando. Cuando la encontré no tuve dudas de lo que haría: devolvérsela a su dueña delante de todos. La escena fue la siguiente: el Chamo en la puerta del instituto, la fulana a unos 100 metros, yo en el medio. Miré al Chamo e hice una “v” apuntando a mis ojos para que tomara atención de lo que venía a continuación. Fui con la carta en la mano y le dije: toma, esto es tuyo. Me di media vuelta y me alejé con la cabeza en alto y moviendo de un lado a otro mi melena de leona furiosa. Claro, con mi trío de amigas que me aplaudían desde una esquina.
Más tarde, después terminar mi relación con el Chamo y de bajar todos los kilos que a mi papá le sobraban (imaginen la furia del progenitor), ocurrió lo que tenía que ocurrir, me volví a enamorar. La Moro fue testigo de aquel amor imposible. El también era un chico mayor y me traía loca porque coqueteó conmigo todo lo que me restó de carrera pero nunca llegó a concretar nada. Ahora se lo agradezco. Era evidente que no era el hombre indicado para mí y él lo sabía, pero yo no lo veía así en ese momento. Le decíamos “el diablo” por su chivita, su mirada verde maléfica y su cuerpo espigado. Y lo gracioso es que después de algunos años, cuando la Moro y yo trabajábamos en la agencia, ella me confesó que le robó un beso a mi diablo querido.
Así fue mi época de Carmín en el instituto. Acordarme de Moroca es revivir las reuniones en “La Casita”, el local donde todos iban a chupar después de clases, las chelas en la Costa Verde, los karaokes en el Country. Ella forma parte de la época inocente de los primeros amores y del primer reto laboral en una agencia en donde éramos artesanas: todo lo hacíamos a mano porque no teníamos computadora propia. Cómo olvidar que me puse uñas acrílicas imitando a la Moro y que ella fue la que me regaló mi lonchera salvadora de Crepier para no pasar vergüenza con el bolso desteñido de mi abuelita.
Hay personas que pasan por nuestras vidas como una ligera brisa, apenas nos despeinan. Otras, son una ráfaga de viento que marcan un antes y un después. Y algunas te regalan unos lentes supersónicos gigantes con los que puedes ver otras dimensiones y aprender a través de experiencias de vidas ajenas. La Moro está ubicada en esta última categoría. Siempre la recordaré porque ella era un ícono de lo que es ser valiente y avezada. Proyectaba tal seguridad que siempre conseguía lo que quería, o eso parecía, y su mezcla de dulzura y fuerza arrolladora movilizaba hasta al ser más apático e inmutable de la tierra. Con su entusiasmo y su chispa siempre encendida nos hacía creer que no tenía problemas. Pero vaya que los tenía.
A la Moro la recuerdo porque siempre nos hacía atragantar de risa, por su picardía, por su estilo Morocofashion, por su gran apetito y personalidad insaciable, por su sensibilidad con asuntos del más allá (y del más acá también), pero sobre todo, por el amor incondicional que sentía hacia su hermano. Eso nunca lo olvidaré. Eran almas gemelas y él un angelito que tuvo que partir muy pronto, pero que, estoy segura, la cuida siempre.
Este post está dedicado a ti Moro, porque desde tierras lejanas me enviaste mi canción.
Aquí, la famosa canción de Joe Cocker, en memoria de tus épocas de nueve semanas y media, y para no olvidarnos de que Rourke alguna vez fue joven y sexy.
http://www.youtube.com/watch?v=i99J0YSpud4
10 comentarios:
que chiste este comentario Gise, a mi también me has hecho recordar las epocas de aquella agencia de Publicidad y mira que recién me vengo a enterar de donde viene el apodo "Moroca". Nunca la trate mucho al menos no intimamos como contigo y Alula pero si recuerdo cada uno de los detalles que mencionas en tu blog y me dio gusto, todo un caso la Moro que ahora es feliz en alguna parte de este mundo.
ZXZZ
porq despues de mucho tiempo comprendemos el verdadero espiritu de esas personas que resultan ser "especiales" para nosotros? personas tan comunes y simples como nosotros pero que por alguna razon o algun pequeño acto que realizan, logran grabarse en nuestras mentes......me gustaria saber el porq las personas solo logran solo son capaces de retener y recordar lo bueno de la gente muchos años despues? porq solo con el tiempo logramos comprender lo simple y lindo de la vida como una sonrisa, una broma, una lagrima, un beso?
porque sera?....dicen que la sabiduria viene solo con el tiempo?....sera asi?
Así es, la sabiduría lo da la experiencia y sobre todo la conciencia. Hay gente que puede tener todos los años del mundo, o por lo menos mucho más que una, pero que en realidad no han entendido nada.
me gusta la foto frente al espejo, t lo cortas o te lo peinas?
Me lo corto... ups! me has hecho acordar que ya me toca corte. Pronto tengo que visitar a mi amigo Carlo, aunque uno de mis fans dice que me prefiere de leona jajajaja.
leona? debo asumir un toque de agresividad en ti?.....imagino que con el pelo largo y algo mojado debes quedar espectacular....
Imaginas bien, jajajaja
lastimosamente tendre que dejarselo a mi caprichosa imaginacion.....y dime cuando escribira algo la maya aleonada?
Eso es imposible de precisar, pero pronto sabrás de ella...
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