Qué pasa cuando te compras un rico capuccino de máquina para tu desayuno, como algo especial, y lo acompañas con un ciabata con jamón y queso. Qué pasa cuando lo estás disfrutando frente a tu computadora, mientras revisas tu correo, y te encuentras con un mail bomba. El pan se te atraganta. El café te da náuseas. Lo dejas todo a un lado y no puedes controlar el temblor de tus manos. Sientes frío, se te baja la presión. La piel pálida, los labios morados, las piernas débiles. Todo tu cuerpo se descompone de un minuto a otro, se te llenan los ojos de lágrimas y justo se te acerca una compañera de trabajo para preguntarte algo acerca de la presentación del medio día. No puedes controlarte, rompes en llanto. Pero no en el llanto típico de oficina, chiquito, de costado, guardadito nomás. No. Es un llanto ahogado, que sube del diafragma al corazón y se estremece en los hombros. Ella te abraza, sabe lo que sientes, ha pasado muchas veces por eso. Te dice que mejor te vayas a tu casa pero eso no resuelve nada. A las 11:00 tienes que tener listo un texto para que el presidente de la compañía lo apruebe. No puedes pensar, buscas la información que necesitas, juntas de aquí y de allá, y lo curioso es que el texto se arma solito, como por arte de magia, como si tu otra yo te estuviera reemplazando o dictando las cosas al oído, como si tu ángel guardián lo hiciera por ti. Tal vez es tu abuelita. Ella ha estado apareciendo en tus sueños, tratando de decirte algo que no lograbas entender, aún no era el momento. Finalmente lo terminas entre lágrimas, ya más pausadas, de tristeza, cólera y decepción. Y te pones a pensar en el sentimiento que predomina en ti, la decepción.
Según la Real Academia, la decepción es un pesar causado por un desengaño. Y el desengaño es el conocimiento de la verdad, con que se sale del engaño o error en que se estaba. ¿Es que no somos capaces de detectar lo que hay dentro de las personas? Sí somos capaces pero a veces queremos negarlo para que no nos duela, y lo cubrimos con una manta. Lo irónico es que cuando esa manta cae, porque no puede sostenerse ahí por mucho tiempo, nos duele más. En cuanto al gestor del desengaño, éste suele generarlo sin querer. También sabía algo en el fondo de su corazón y tampoco lo quiso ver por el mismo motivo. No ha querido engañarte, sencillamente ha hecho lo que mejor ha podido hacer. No hay culpables, hay responsables. La responsabilidad es la habilidad de responder. Cuando la manta se cae tienes que tener el valor de enfrentar lo que finalmente ves. Sea bueno o malo, placentero o doloroso, bonito o feo. Tú has puesto la manta, recógela y déjala en su lugar. Responde con valor, con dignidad y no te quedarás con pendientes. Da la cara, mira a los ojos y déjate mirar. Desgárrate si es necesario, entrégate a ti mismo y utiliza tu quinto chakra para hablar, para verbalizar todo aquel remolino de emociones que no te deja en paz, en tus sueños, en el trabajo. Aunque no sepas qué decir, aunque se te enrede la lengua. Y si es necesario, toma distancia para sosegarte y retoma tu discurso cuando te sientas listo. No basta escribir, hace falta hablar. El hablar te permite entender y descubrir cosas que muchas veces no tenías idea que estaban dentro de ti. Algo de razón tienen los católicos cuando se confiensan. El sentido de la confesión es que hables de lo que te aqueja. Al expresarlo lo expulsas y finalmente te redimes a través de la palabra.
Cuando empieces una novela termínala, no te llenes de capítulos inconclusos, no guardes un material que te mirará desde el cajón durante toda tu vida, haciéndote sentir que tienes un pendiente. Los pendientes te destruyen.
Gurdjieff dijo: recuérdate a ti mismo. Significa que si sufres logres separarte de ti y observarte desde afuera, como un espectador a una película. Cuando tomas distancia del dolor lo ves como algo ajeno a ti. Te ves a ti mismo llorando pero te das cuenta de que nada es tan grave como parece. Obsérvalo como un sueño. Ese es el mejor consejo que he recibido esta semana, y qué curioso, me lo dio mi ex esposo.
Según la Real Academia, la decepción es un pesar causado por un desengaño. Y el desengaño es el conocimiento de la verdad, con que se sale del engaño o error en que se estaba. ¿Es que no somos capaces de detectar lo que hay dentro de las personas? Sí somos capaces pero a veces queremos negarlo para que no nos duela, y lo cubrimos con una manta. Lo irónico es que cuando esa manta cae, porque no puede sostenerse ahí por mucho tiempo, nos duele más. En cuanto al gestor del desengaño, éste suele generarlo sin querer. También sabía algo en el fondo de su corazón y tampoco lo quiso ver por el mismo motivo. No ha querido engañarte, sencillamente ha hecho lo que mejor ha podido hacer. No hay culpables, hay responsables. La responsabilidad es la habilidad de responder. Cuando la manta se cae tienes que tener el valor de enfrentar lo que finalmente ves. Sea bueno o malo, placentero o doloroso, bonito o feo. Tú has puesto la manta, recógela y déjala en su lugar. Responde con valor, con dignidad y no te quedarás con pendientes. Da la cara, mira a los ojos y déjate mirar. Desgárrate si es necesario, entrégate a ti mismo y utiliza tu quinto chakra para hablar, para verbalizar todo aquel remolino de emociones que no te deja en paz, en tus sueños, en el trabajo. Aunque no sepas qué decir, aunque se te enrede la lengua. Y si es necesario, toma distancia para sosegarte y retoma tu discurso cuando te sientas listo. No basta escribir, hace falta hablar. El hablar te permite entender y descubrir cosas que muchas veces no tenías idea que estaban dentro de ti. Algo de razón tienen los católicos cuando se confiensan. El sentido de la confesión es que hables de lo que te aqueja. Al expresarlo lo expulsas y finalmente te redimes a través de la palabra.
Cuando empieces una novela termínala, no te llenes de capítulos inconclusos, no guardes un material que te mirará desde el cajón durante toda tu vida, haciéndote sentir que tienes un pendiente. Los pendientes te destruyen.
Gurdjieff dijo: recuérdate a ti mismo. Significa que si sufres logres separarte de ti y observarte desde afuera, como un espectador a una película. Cuando tomas distancia del dolor lo ves como algo ajeno a ti. Te ves a ti mismo llorando pero te das cuenta de que nada es tan grave como parece. Obsérvalo como un sueño. Ese es el mejor consejo que he recibido esta semana, y qué curioso, me lo dio mi ex esposo.
J, tu dolor está saldado. Estamos a mano.
pd: punto aparte, mi texto fue aprobado!!!! Nada derrumba a la Maya, salud!!!!!
1 comentario:
Responde con valor, con dignidad y no te quedarás con pendientes. Da la cara, mira a los ojos y déjate mirar.
esa parte es la que más
me agrado de todo el escrito
saludos.
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