El viernes, saliendo de la oficina, la llevé a elegir su disfraz. Había miles, pero ella apenas vio el vestido celeste de Cenicienta no dudó un segundo. ¡Ese quiero mami! Pero no has visto los otros, mira, tienes para elegir. ¿No te gusta el de Sirenita? No. Quiero este, me dijo. Mira el de mariposa o el de hada madrina. No, no, quiero este, repitió. Me maravilla la seguridad con la que habla mi hija. Cuando le gusta algo, no tiene ninguna duda. Su elección es inmediata, no como yo, que cuando entro a una tienda me paso horas hasta decidir qué comprar. Es insoportable salir de compras conmigo. Pero ella, nada que ver con la mamá, al toque se decide y sale segurísima con su compra, feliz de la vida.
Cuando llegamos a la casa se probó de inmediato el vestido celeste, se puso la corona y los tacos de plástico. ¡Mamá, tenemos que construir una escalera para Cenicienta! Pero hija, tenemos ocho pisos de escaleras para elegir. ¡No, es que esas no se parecen a las del cuento! Y después de varios intentos fallidos de armar una escalera con las sillas de mi comedor (que ya piden chepi por servir de trencito, tocador o cama para sus muñecas), se tuvo que conformar y salimos a las escaleras. Bajó una grada y dejó caer su zapato. Yo hice de príncipe, recogí el zapato y ella corrió alzando su vestido. ¡No no, por favor bella dama, no huya, yo la amo! ¡Estoy enamorado de usted! ¡Vuelva! Luego ella se sentó y me alargó el pie para que le coloque el zapato. ¡Usted es Cenicienta!, dije asombrada. Y ella se levantó de un salto, lista para repetir toda la pantomima otra vez.
¿Sabías que tu mami es una cenicienta moderna? ¿Ah sí? y el príncipe es mi papi no? No hijita, ¡cómo crees! Tu papi ya tiene otra princesa amor. Mira, te voy a explicar, le dije. Antes la mami hacía todas las labores del hogar, igual que Cenicienta, pero un día decidió que quería cambiar su vida y llamó a su hada madrina, la abuelita, quien le dio los mejores consejos para convertirse en princesa. Primero la llevó a comprarse ropa bonita y luego insistió mucho para que aceptara un trabajo que le estaban ofreciendo. ¿Y sabes cuál era ese trabajo? ¡Cuál mami, cuál! Un lugar en donde hacen cosas para que las mujeres se sientan princesas, en donde venden maquillaje, cremas, perfumes y todo lo bonito que a las mujeres nos gusta usar. Y la mami aceptó el trabajo y se convirtió en una Cenicienta moderna amor. Las Cenicientas de ahora no necesitan príncipes para ser princesas y ser felices, ahora necesitan un trabajo para ser independientes, así como tu mamá. ¿Qué te parece? Ella no se veía muy convencida. Noooo, me dijo riendo, ¡es que tú no eres una princesa de verdad pues! Además, ¡las princesas no trabajan! Ante esa respuesta, me rendí y preferir no insistir en el tema. Pero hoy, a la hora del almuerzo, no me pude aguantar las ganas de preguntarle qué quería ser de grande. Necesitaba comprobar si mi discurso había dejado alguna huella en ella. Antes, cuando le hacía esa pregunta, ella me contestaba: quiero ser mamá. Está bien hijita, puedes ser mamá y también puedes hacer otras cosas que te gusten mucho, le decía yo. No, yo solo quiero ser mamá, insistía. Pero ahora ha cambiado de parecer:
—Ya no quiero ser mamá.
—¿Ah si? ¿Y por qué ya no quieres ser mamá?
—Porque duele mucho y se te caen las tetas mami.
—Sí hijita, duele —dije, aguantándome la risa—, pero hay muchas mujeres que tienen hijos. ¿No debe ser tan terrible no? Y existen operaciones para las tetas, no has visto a la tía Maura?
—Sí, pero eso también duele.
—Bueno, entonces, ¿ahora qué quieres ser de grande?
—Quiero ser nana.