miércoles, 26 de agosto de 2009

El Código Da Femini

Amparo Grisales para la revista Soho - Foto: Carlos Tobón

Cada vez que voy a un bar barranquito al que mi amiga, la rubia, me tiene que llevar casi a rastras, me siento como una antropóloga. No puedo evitar observar a la gente y analizar sus actitudes, sus modos y poses. Las mujeres son unas verdaderas heroínas, para ellas no existe el frío cuando se trata de estar regias. Lucen sus mejores atuendos de verano en pleno invierno, aunque el frío les congele los huesos. Los hombres se pasean midiendo el territorio, siempre con un trago en la mano para mostrar seguridad y encontrar el valor necesario para acercarse a una flaca. Lo malo es que a los que normalmente les sobra el valor es a los viejos atrevidos. Los guapos ni se molestan en hacer el intento (los argentinos que vienen al Perú a buscar laburo se harían millonarios si se dedicaran a enseñarles a los hombres peruanos algunas tácticas para abordar a una chica).
Todo es un juego de miradas, de olfato. Una guerra femenina de escotes y pantalones ceñidos para ganarse las miradas del vecino de copa, pero aparentando indiferencia. Un juego de atracción y repulsión que tiene a los hombres pendientes. El gran plan de la noche es chupar parados y conversar banalidades mientras los ojos no dejan de moverse para ubicar un blanco, en el que casi nunca llega el dardo. Si al menos el lugar tuviera una pista de baile cambiaría un poco la cosa. Pero no, es un bar calentón, se comporta como discoteca —con buena música y gente apretada— pero te deja con las ganas de mover el esqueleto. Cuando estás empilado te tienes que ir a buscar acción a la discoteca miraflorina de moda.

El viernes quedé con la rubia para ir al bar en mención. Ella es una fan enamorada de ese lugar y como hace tiempo no salía en plan juerguero me animé a decirle que sí. Lo malo es que se me ocurrió ir justo cuando he comenzado una dieta con nutricionista y en la que, obviamente, me han prohibido el alcohol.
La rubia está curada conmigo, sabe que me achoro rápido en esos lugares y que no tengo mucho aguante para quedarme hasta tarde, así que esta vez llevó a Talía. Ellas llegaron con unos coquetos polos discotequeros y unas casacas ligeras que salieron disparadas al segundo vodka. Yo parecía una abuelita. Después de haber estado metida en mi cama con el edredón de plumas hasta el cuello, salí de mi casa con calentador de nylon, dos chompas y un saco. Y apenas encontré una silla la capturé. No entiendo cómo pueden estar paradas, con tacones altos, durante cuatro horas seguidas, apiñadas en un rinconcito o meciéndose de un lado a otro recibiendo empujones de la gente. Ese es el plan. Esa es la juerga en Lima.
A las dos horas llegaron unos amigos de Talía. Uno de ellos la estaba afanando hacía un par de semanas; el segundo era un tipo bonachón y despistado que no emitía sonidos (algo así como yo); y el tercero, un treintañero hiperactivo que se llevó todas las palabras de su amigo y que nos alegró la noche.

Cuando formas parte de un grupo (o pareciera que formas parte de) en donde todos se embriagan menos tú es como si estuvieras a miles de kilómetros de distancia, viéndolos con un largavistas. Ellos se ríen de cualquier cosa, y tú no entiendes nada. Sólo observas y eres consciente de que debes caer antipatiquísima con tu pose de que todo te apesta. Como a las dos de la mañana insistieron en ir a otro lado a bailar y como ya no quería caer más pesada acepté ir a una disco, porque oh milagro, no tenía sueño. Lo único malo es que como ahora está tan de moda esto de la liberación femenina, la rubia y yo tuvimos que pagar nuestras entradas. No podíamos pretender que dos chicos que acabábamos de conocer nos las pagaran. Claro, la única que se salvó fue Talía. Como todavía estaba en los preliminares, en el juego del cortejo, fue invitada por su galán. Y no podría ser de otra manera, el hombre tiene que saberse de memoria el código de caballería cuando pretende a una dama, y faltar a uno tan importante como pagar la cuenta en un restaurante o la entrada a una discoteca se consideraría un suicidio. Qué dolor!!!! 50 soles por la entrada a un antro!!!! Por un momento tuve la ilusa idea de que por la hora nos harían un descuento. Pero no. Y mi monedero rosa glam lloró, sobre todo porque acababa de pagar el cumpleaños de mi hija (no tuve la suerte de la rubia, su ex se hizo cargo de todos los gastos del santo de su hijo menor). En fin. Tuve que actuar dignamente. Ya cuando estuve adentro, no podía permitirme seguir con mi mood de madre superiora, así que me saqué el saco, me lo amarré a la cintura, guardé una de las chompas en la cartera y acepté un vodka. Tenía que ponerme alegrona a como diera lugar.

Antes de que llegaran los chicos, Talía nos dijo que existía un código tácito entre las mujeres. Si a una le gusta un pata, la amiga tiene que apuntar a otro objetivo. Totalmente de acuerdo. Para mí, los novios o esposos de mis amigas son mujeres, o mejor aún, hermanas. Por eso me pareció incesto cuando hace un tiempo un ex enamorado invitó a mi hermana a salir, aunque lo nuestro haya pasado hace mil años. El solo hecho de haber estado conmigo lo descalificaba automáticamente como posible candidato a cuñado. Así es el Código Da Femini, pero solo lo cumplen las verdaderas amigas, las leales, las que no anteponen sus necesidades, traumas o deseos reprimidos al hecho de hacerse pipí en los sentimientos de una amiga. Y lo peor de todo es que esas traiciones son en vano. Las relaciones que surgen del dolor ajeno normalmente no funcionan y perjudican a la mujer. Al final, la disque amiga pierde una amistad, al hombre del delito y su reputación. Mientras que el hombre se gana con dos amigas y con la fama de papi riqui.
Pero el código no sólo se refiere a las relaciones serias, también se hace extensivo a las relaciones triple “A” (affairs, afanes, agarres) o a las meramente sexuales. La única excepción es cuando hay un permiso explícito de por medio. Por eso, cuando la rubia me dijo: oye, creo que me gusta este patín (se refería al treintañero hiperactivo), pues automáticamente tuve que hacer uso del famoso código y giré el radar. A mi también me parecía simpático pero no iba a ponerme a competir con una amiga. Jamás. Sobre todo si estamos hablando de un hombre prospecto a backup (aquel con el que eventualmente puedes compartir el placer del sexo y divertirte, pero con el que no te puedes proyectar más allá de una noche loca). Y no digo que el chico no sea un hombre inteligente, pero su target para relaciones serias son veinteañeras con miras al matrimonio. Al igual que nos pasa a nosotras con ellos, los chicos jóvenes, solteros y sin hijos nos ven a las divorciadas como backups porque significamos mucha complicación para su vida libre y sin compromisos. Y a la vez nos consideran presas fáciles porque creen que nos han dejado y que necesitamos un espécimen masculino con urgencia. Esta es una creencia que nace de la primera etapa de la separación, cuando la mujer necesita reafirmar su autoestima dañada. Es una época de liberación en la que no pone freno a ninguna experiencia que la haga sentirse nuevamente deseada. El error es que esa etapa suele ser un arma de salvación de doble filo. Lo que suele ocurrir es que la mujer se engancha fácilmente con el primer post-marido que aparece y tiene sexo pensando que así va a recuperar el amor perdido. Felizmente luego las aguas se calman y todo vuelve a su normalidad, o casi todo. Con los años y la experiencia, nos convertimos en mujeres más directas y con menos prejuicios, pero eso no significa que nos vamos a la cama con cualquiera.

Después de dos vodkas salí a bailar con un nuevo amigo de Talía, que apareció de repente, y con el que recordé viejos tiempos de Guns & Roses y Bon Jovi en la pista de baile. Y apenas dieron las 4 de la mañana, me dije a mi misma que ya era suficiente. El chico no entendió por qué, de pronto, me tenía que ir, pero me acompañó a la puerta para llamar a mi taxi. Luego, entramos un rato para esperar sentados y me encontré con una escena que parecía sacada de mi viaje de prom: Talía y su afán al fin habían llegado al puerto del primer beso, y el paraíso en la otra esquina lo tenía capturado la rubia con su nueva conquista. Provecho señoras divorciadas, disfruten de un buen entremés sin cargos de conciencia, me dije a mí misma. No está mal si se les ocurre comer de más y subir unos quilitos. Luego vendrán algunas épocas de sequías y de vacas flacas, y más tarde otra vez disfrutarán de nuevos manjares. Así estarán, subiendo y bajando de peso hasta que se encuentren con su menú ideal, que por ser ideal se volverá monótono, querrán comerlo todos los días: el menú de la monogamia.
Todo eso pensé cuando los vi abrazados. Solo faltaba que yo me incluya en el festín del beso con mi nuevo amigo, pero estaba a dieta y no me provocaba romperla. Así que les dije adiós y me fui con todas las ganas de abrigarme con mi edredón de plumas y con el cuerpecito caliente de mi hija que me esperaba dormida, al otro lado de la cama.

1 comentario:

Meche dijo...

Jajaja lo máximo Gise la verdad no pude parar de reirme con tu relato.
Ya me puse al día con todos los escritos a pesar de que estoy mal del ojo izquierdo, pero vale la pena aguantar un poquitín el dolor.