sábado, 23 de mayo de 2009

Angeles y demonios

Cuando tenía diecisiete años me enamoré de mi profesor, misma Fiorella Menchelli en Carmín. Pero como la vida no es una novela la relación terminó. Año y medio de abstinencia sexual es suficiente para un chico de veinte seis ¿no? Porque el jura y perjura que nunca me sacó la vuelta.
Han pasado dieciséis años desde entonces. Nos casamos, nos divorciamos, tuvimos nuestros hijos, y de alguna u otra manera siempre nos hemos mantenido en contacto. Hace poco, el Chamo me invitó a su cumpleaños número 42. Una reunión pequeña, con amigos íntimos y me presentó a su nueva novia, una artista bastante conocida. Cuando ya habíamos amenizado nuestra sangre con suficiente grado de alcohol como para ponernos contentas, la novia y yo hicimos contacto. Me acerqué a la mesa de la sala donde ella estaba hablando animadamente de su obra, solo para tomar mi copa de vino que la había dejado perdida, y rápidamente me vi involucrada en la conversación que se volvió unidireccional. El mundo desapareció ante nosotras. Estábamos solo ella y yo. A mí me llamaba mucho la atención cómo sería una artista tan famosa como ella. ¿Pedante, presuntuosa y ególatra? o ¿insegura, tremendamente emotiva y dulce? Definitivamente su personalidad calzó con la segunda descripción, aunque claro, el tema del ego es imposible desconectarlo de un artista. El ego lo es todo. Está tan dañado que la única forma de sobrevivir es tener que reafirmarse una y otra vez que uno vale por su obra (aunque eso no sólo les pasa a los artistas). Además, suelen tener una vida afectiva bastante inestable y trastornada porque son más concientes de su locura que el resto de mortales, y no tienen reparos para expresarla. La mayoría, sólo es capaz de disfrutar el amor en su etapa inicial, cuando las parejas son aquellos seres fantásticos y excepcionales que tienen el poder de interferir en el pulso o en los latidos del corazón. Cuando eso se termina y el amor evoluciona, no encuentran suficiente estímulo y tienen que buscar una nueva relación. No pueden vivir sin la adrenalina del amor romántico porque sin ella no hay inspiración, y por ende, no hay creación.
Ella me relató detalles de su trabajo, del libro que había publicado y anécdotas personales que me enternecieron. Yo era una extraña pero se abrió conmigo como si me conociera el mismo tiempo que me conocía el Chamo. La escena era sui géneris. Ella y yo en cuclillas con el libro abierto mostrando una parte de su vida. Y él viéndonos de lejos, un poco asustado, un poco nervioso, expectante, con una curiosidad que casi lo mataba. No lo podía creer. Asumo que sentía una sensación muy extraña al vernos así, amiguísimas y medio cómplices.
De qué tanto hablaban, me preguntó un rato después. No te preocupes, le dije, no le he contado que fuimos novios, ¡qué me crees! ¿Y qué te dijo ella? Cosas de mujeres pues, no puedo faltarle al código de privacidad tácito que hay entre nosotras, aunque seamos dos desconocidas.

Al poco tiempo, el Chamo me llamó para anunciarme que había terminado con la novia (parece que el tiempo del amor romántico culminó rápido) y aprovechó la oportunidad para invitarme al cine (los hombres no pierden el tiempo ¿no?). Yo elegí “Los fantasmas de mis ex novias” con el churrísimo McConaughey. El eligió Angeles y demonios. Para mi mala suerte se habían agotado las entradas de la película ligera que quería ver y no tuve más remedio que espiar, desde el ojo de la cerradura de Howard y Brown, la guerra entre el catolicismo y los Iluminati. Lo que no imaginé es que la película del chico de Días Felices también resultó ligera y con final feliz (salvo la primera parte, bastante larga y aburrida, en la que nos muestra el non plus ultra avance de la ciencia, la antimateria, que haría desaparecer el Vaticano). Se trata de una película entretenida, aunque previsible y un tanto infantil. En los primeros diez minutos del film le dije al Chamo, ¿el maldito es el camarlengo no? Nooooo, me contestó, sólo para no malograrme la película. Era demasiada sospechosa la bondad de McGregor y tenía un gran protagonismo en la historia. Dan Brown utiliza la misma estratagema que la Rowling en Harry Potter, te hace creer durante todo el libro que el malo es el que parece malo y al final le da el giro a la historia y los malos se convierten en buenos y viceversa. Pero fuera de aquel facilismo, los espectadores quedamos encantados con el descreído Hanks, que se hace querer, y le creemos todito y sin chistar. Además, es muy divertido ver a los rojos cardenales hablando por celular y aspirando con vehemencia sus cigarrillos antes del entrar al cónclave. Pero sin duda, lo mejor de la película es Roma y sus tesoros, además de haber aprendido una nueva palabra, pegajosísima y divertida: camarlengo. No me la puedo quitar de la cabeza. Creo que todos tenemos un camarlengo dentro de nosotros mismos, que nos vigila, nos aconseja, nos juzga, nos perdona y hasta nos traiciona. En la película, los ángeles y demonios son fáciles de identificar, pero en la vida real no todo es tan sencillo. Qué pasa cuando dentro de ti están aquellas dos fuerzas que a veces te hacen actuar de tal forma que te preguntas ¿por qué fui tan mala? O ¿por qué me dejé hacer daño? ¿Qué pasa cuando las novias o los novios no son los ángeles que nosotros nos empeñamos en ver? El péndulo se va al otro lado y queremos volvernos ilusamente malos y vengativos. Pero eso tampoco funciona.

Esa noche, cuando llegué a mi casa, me di cuenta de que la maceta que un extraviado alguna vez me regaló, y cuyas plantas habían fenecido, ahora tenían un nuevo inquilino: unos largos tallos de cebollita china. Cuando le pregunté a mi empleada por tal milagroso regalo de la naturaleza, me explicó que era de buena suerte plantar cebolla china porque esa cebolla no hace llorar. Es verdad, le dije, aunque no hay que satanizar las lágrimas, también son importantes para hacer morir las penas. Por lo pronto, en mi cocina se acabaron las lágrimas y creo que mi lado demoníaco, en el buen sentido de la palabra, claro, es decir, mi lado juguetón y un tanto peligroso, está volviendo a aflorar.

Esta vez los dejo con una estupenda y sensualísima canción: “Tita” de Pauline Croze. Como comprenderán, lo único que entiendo de la letra es la palabra “Tita” porque está en francés. Si alguien tiene la fortuna de hablar el idioma del amor romántico, le agradecería que me mande la traducción. Prometo un post romantiquísimo dedicado al lector bilingüe.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

También has ido al cine????... y has comido mi canchita???

Giselle Klatic dijo...

Imagínate!!!! Sigo viva!!!!