jueves, 12 de marzo de 2009

Hasta que la vida nos separe

A volar, por Blancucha

Divorcio. Separación. Disolución. Es lo último que pensamos cuando decidimos casarnos, aunque la frase “hasta que la muerte nos separe” cada vez es menos legítima. La vida misma se encarga de separarnos de nuestras parejas, y no tenemos que morirnos para que ocurra, ni porque ocurra. Cásense los buenos, diría el Chapulín Colorado. Los buenos para pelar alcachofas y llegar a disfrutar el corazón sin clavarse las espinas.

El martes pasado mi ex esposo y yo llegamos a la municipalidad (gracias a esa bendita ley que nos ha hecho la vida más fácil) para firmar el divorcio. Así como Dios nos unió, ahora un Dios nos estaba separando, el registrador civil Luis Dioses. No pude más que lanzar una sonrisita a mi ex consorte cuando leí el nombre. Nuestro divorcio está bendecido, le dije.
El proceso fue muy simple. Dioses leyó el procedimiento sobre separación convencional y divorcio ulterior, se tropezó una y otra vez con nuestros nombres y mencionó el número de ley y el reglamento aprobado por Decreto Supremo, además del número de autorización que le permitía ejercer su cargo. Formalismos y protocolos que a mi ex y a mí nos causaban risa. Todo era muy rimbombante, incluida la sala que parecía de los caballeros de la mesa redonda.
También leyó el régimen de patria potestad, visitas, alimentos, tenencia y bienes. Parece mucho, pero lo que firmamos no tenía mayores detalles. Además, carecemos de bienes sujetos al régimen de sociedad gananciales, que en términos simples significa que durante el matrimonio no se nos ocurrió comprar ninguna casa, auto, yate, jet privado o viñedo. Si bien nunca ahorramos un centavo, nos ahorramos el pleito de la división de propiedades. Un alivio en medio de tanta burocracia.

Al final del papelito estampamos nuestras firmas y huellas digitales, y cuando al fin pensé que ya éramos libres, el Sr. Dioses nos anunció que en ocho días recibiríamos una notificación con la separación legal, que hay que inscribirla no sé dónde (se me hacen muy complicados todos los vericuetos legales) y luego debemos esperar dos meses más para recién solicitar el divorcio. Se supone que en esos dos meses tenemos la opción de arrepentirnos. Los Dioses estarían locos si permitieran aquel sacrilegio. Pecado mortal. Arrepentirnos del divorcio sería como arrepentirnos de tener una hija. Finalmente, se inscribe en Reniec y registros públicos y bingo. Ese día habrá que celebrar. Por lo pronto, no nos queda más que esperar y reflexionar acerca de aquel amor que termina en divorcio. El que vemos en los parques, en las canciones románticas, el de las telenovelas y el de la vida real. El que más te pega y más te quiere, el de los vacíos, las taquicardias y las mariposas en el estómago. El de la dependencia y el sentido de posesión. El amor que priva de la libertad. El que manda flores, compra chocolates y dice “te amo” por costumbre. El que exige, domina y siempre tiene expectativas. Nos han dicho que el amor es dar y recibir, pero cuando no llega aquella retribución que esperamos nos sentimos tremendamente infelices y abandonados. Lo que no se nos da no es necesario que llegue, me dice mi ex, el amor no es un negocio, no hay que pagar por amor.

El sentido de posesión es lo que nos lleva al matrimonio y a destruir nuestra individualidad, cuando lo que debería hacer el amor es realzarla. Por algo a los casados se les llama “esposos”, porque están esposados, porque pretendemos que la pareja sea nuestra y de nadie más. Queremos vernos todos los días hasta destruir el significado de extrañar. Soportar frustraciones ajenas, sueños postergados, cargar varias maletas de traumas que trae la pareja y sumarla a las nuestras. Tolerar manías y malos humores (en los dos sentidos del sustantivo). Tener que ganarnos a la familia política y convertirnos en verdaderos políticos para salvarnos de los estados de emergencia. Cumplir con un riguroso contrato de exclusividad sexual con la pareja. Estar obligados a compartir la cama, los tan manoseados y difamados controles remoto (que cada vez hay más), el ¡water! Dar explicaciones de nuestros horarios o antojos, sentirnos culpables por nuestros vicios o fumarnos y bebernos los vicios ajenos. Ser solidarios y también comer la pepa del rocoto cuando nuestro partner se quiso hacer el valiente. Y para las mujeres, cargar la barriga de los hijos, subir veintitantos kilos y soportar la ley de la gravedad en nuestros fabulosas y sexys glándulas mamarias (que nunca más serán fabulosas ni sexys si es que no recurrimos al cirujano). Y todo eso bajo la presión de llevar un buen matrimonio, como el de nuestros padres (los que quisieron hacernos creer que tuvieron uno bueno y fueron verdaderos mártires) o como el que no tuvieron nuestros padres. En ambos casos salimos perdiendo.
El matrimonio es para los valientes, para aquellos que saben por experiencia lo difícil que es el tango, pero aún así se lanzan a la pista de baile. Los que practican todos los días por tratar de acoplarse al cuerpo de su pareja. Los que encuentran el ritmo pisándose los pies. Los que se enredan y aún así se atreven a girar, siempre mirándose a los ojos. Aquellos que aprenden a hacer las pausas en el momento preciso, ajustar con fuerza y dominar la ansiedad. Los que juegan al cortejo, llevando y dejándose llevar. Los que aprenden a ser ligeros e intensos a la vez. El matrimonio es un verdadero show de destreza que pocos están preparados para asumir.
Bien decía Osho: la sociedad debería crear todas las barreras posibles para el matrimonio y ninguna barrera para el divorcio. Y la ley debería exigir a las parejas que convivan por lo menos dos años antes de firmar el papelito. Elegir a la mujer o al hombre de tu vida cuando no estamos lo suficientemente maduros es como querer elegir una carrera a los diecisiete años. Lo más probable es que nos equivoquemos. Y si es así, por qué aferrarnos a un amor muerto que alguna vez estuvo vivo. No seamos mendigos del amor. Así que, si estás divorciado o en proceso de divorcio, ¡bienvenido al club! Y acéptalo de una vez, con buena cara. Algo bueno está por suceder.



5 comentarios:

Anónimo dijo...

Como siempre amiga mia, muy acertada. Me siento totalmente identificada con esto. Te felicito por poder plasmarlo tan real! Un besote, Vero

Ama dijo...

bastante realista
el escrito y me
parece un poquito fuerte
pero igual es
la ... realidad
¿
la frase que más me
gusto o que más llamo mi
atención fue esta
No seamos mendigos del amor

me parece bastante ...
sabia quizá
no encuentro la palabra
adecuanda
saludos
c:

Giselle Klatic dijo...

Belleza Negativa
Tal vez estás un poco joven para leer a la Maya, tu propia experiencia te irá enseñando cómo debes llevar tu vida y descubrirás tu propia fórmula para la felicidad.
un beso grande

Maldoror dijo...

Parte burocrática:
El divorcio debe ser más fácil, claro que sí, los trámites que se hacen son muchos, los plazos, las firmas, los notarios, registros, oficinas, abogados, por dios!!! por dónde ese empieza, es tan horrible divorciarse con esta maraña de cosas que no entiendo.

Parte emocional:
Esta sociedad nos condiciona para posar ante la foto con sonrisa kolynos, mientras atrás o después nos sacamos la mugre en casa. Felizmente la gente ke no piensa así va en aumento, el divorcio no es el fin del mundo y los hijos (si los hay) lo agradecerán.
Una relacion siempre conlleva la pérdida de la individualidad y lidiar con eso es difícil, mucho más en el martirimonio o matrimonio, komo desee pronunciarse.

Y si Maya, hay gente que aguanta años de años, pero ese es un ejercicio paciente, que muchos, me parece, no estamos dispuestos a seguir, salvo claro está que nos derrote la soledad o prever la soledad en el futuro.

Saludos

Unknown dijo...

ME acabo de encontrar con tu blog. Qué buenas las tres primeras entradas que he leído. Lo seguiré haciendo. Ánimo! Muchas veces quisiera entrar a ese club de los divorciados. Aun estoy en el proceso de decisión.