El cine tenía que ser mi siguiente salida, algo tranqui nomás. Mauricio me llevó a ver la última película de Cronenberg, Promesas Peligrosas (Eastern Promises en inglés) y, aunque parezca frívola, lo que más me impactó de la cinta fue ver a Viggo Mortensen luchando desnudo en un baño público. Lo grandioso de la escena es cómo logran ocultar al pequeño tesoro de Mortenssen. Entre cuchillos y demás puntas filudas —sigo sin entender ese afán impráctico de la mafia rusa de ir al matadero sin una moderna arma de fuego con silenciador —, el hombre es capaz de esquivar la cámara, una y otra vez, mientras una ávida espectadora se empeñaba en ver más allá de lo evidente. Mi querido Viggo la tiene chica, pero claro, nunca podremos saber qué tan grande luce durante la verdadera acción. Mauricio se rió y me dijo bromeando, la tiene chica, y a mí no me quedó más que reírme también, aunque la situación me pareció un poco incómoda. ¿Qué significaba ese comentario? Me lo decía porque la tenía más grande o porque se aliviaba de que el gran Viggo la tuviera chica, como él.
La preocupación por el tamaño del pene no es un mito, es una realidad tanto para hombres como para mujeres. Pero parece que Viggo no tiene ningún complejo y deja ir de aquí para allá, con una gracia casi pueril, al órgano en mención. Es desconcertante ver a un hombre rudo, fuerte y valiente luchando a golpes mientras su pene lo acompaña con vaivenes de bailarina. En todo caso, el punto a favor para Mortenssen, o para Nikolai, el personaje que encarna, es la seguridad para soportar una escena como esa: él demuestra que ni siquiera en un momento tan vulnerable, como estar desnudo y ser atacado en un sauna por dos hombres armados, pueden acabar con él. Y si no han podido derrotarlo con su humilde desnudez, ¡ese hombre es invencible!
Lo que me parece poco inteligente o nada vendedor es utilizar el desnudo masculino COMPLETO para promocionar un perfume de hombre, como lo hace la marca Yves Saint Laurent. Si al menos, el modelo fuera especialmente dotado, entendería que los hombres compren la fragancia por un impulso aspiracional o por simple identificación, pero ese no es el caso. Y si lo que han querido hacer es atraer al público femenino para que sean ellas quienes compren la fragancia para sus parejas, pues se nota que no conocen qué enciende nuestra líbido. No se trata de cucufatería. No. Se trata de un simple sentido de estética. Quién le dijo a esa marca que a nosotras, las mujeres, nos puede parece sexy ver a un hombre con un pene chorreado. Por qué no dejarlo en una misteriosa insinuación. Por qué no mostrar solo hasta aquellos provocativos pliegues que recorren las ingles para conducir al lugar predilecto. No es necesario más. Sino, vean al hombre Dendur Zero Grados de la marca Unique que demuestra que el frío extremo quema.
Pero alejémonos un poco del tema del pene porque puede poner nervioso a los lectores masculinos. Mejor quedémonos con el cuerpo. Qué placer poder contemplar el cuerpo atlético de un hombre como Viggo, de casi cincuenta años. Tal vez tiene un poco de barriguita pero no hay que ser tan exigentes. Y si él se mantiene así, por qué no reclamarles lo mismo a los que casi llegan a los cuarenta. Por qué el descuido. Por qué las barrigas prominentes o los bíceps tristemente escondidos. O peor aún, la incapacidad para mover el cuerpo más allá de su escritorio de trabajo, el televisor o la cama. Basta de exigirles a las mujeres las siluetas perfectas si es que ellos no hacen un esfuerzo por mejorar sus condiciones físicas. Nosotras no pedimos tanto, solo un poco de igualdad en la figura. No esperamos Sportakus gimnastas, aunque podría ser interesante. No, interesante no es la palabra, sería estimulante imaginar alguna de esas piruetas que hace el héroe de Lazy Town en una Active Bed, una fantasía tan improbable como la existencia de un hombre que come sano y hace ejercicio.
Después de haber expuesto este preámbulo queda claro que ninguno de mis dos galanes se ejercita. No están mal, pero les hace falta una vuelta por el gimnasio para que se acuerden de que existe el músculo. No en vano una soporta como mártir los asientos violadores de las bicicletas de spinning y las aburridísimas repeticiones de las pesas para moldear un cuerpo de madre. Además de las dolorosas contorsiones del yoga para la elasticidad y la relajación. Mi próximo galán tiene que estar a la altura de mis sudores. Sea quien sea tendrá que acompañarme en mis desgastados esfuerzos por mantenerme en los treinta, con las carnes bien puestas.
Todo esto pasaba por mi mente cuando veía la película. O sea, tengo que comprarme el dvd para volverla a ver. Será una buena oportunidad para tomar el control remoto y hacer pausa en la escena del sauna. Podré avanzar y retroceder a mi antojo y detenerme un millón de veces en el cuerpo del delito.
La preocupación por el tamaño del pene no es un mito, es una realidad tanto para hombres como para mujeres. Pero parece que Viggo no tiene ningún complejo y deja ir de aquí para allá, con una gracia casi pueril, al órgano en mención. Es desconcertante ver a un hombre rudo, fuerte y valiente luchando a golpes mientras su pene lo acompaña con vaivenes de bailarina. En todo caso, el punto a favor para Mortenssen, o para Nikolai, el personaje que encarna, es la seguridad para soportar una escena como esa: él demuestra que ni siquiera en un momento tan vulnerable, como estar desnudo y ser atacado en un sauna por dos hombres armados, pueden acabar con él. Y si no han podido derrotarlo con su humilde desnudez, ¡ese hombre es invencible!
Lo que me parece poco inteligente o nada vendedor es utilizar el desnudo masculino COMPLETO para promocionar un perfume de hombre, como lo hace la marca Yves Saint Laurent. Si al menos, el modelo fuera especialmente dotado, entendería que los hombres compren la fragancia por un impulso aspiracional o por simple identificación, pero ese no es el caso. Y si lo que han querido hacer es atraer al público femenino para que sean ellas quienes compren la fragancia para sus parejas, pues se nota que no conocen qué enciende nuestra líbido. No se trata de cucufatería. No. Se trata de un simple sentido de estética. Quién le dijo a esa marca que a nosotras, las mujeres, nos puede parece sexy ver a un hombre con un pene chorreado. Por qué no dejarlo en una misteriosa insinuación. Por qué no mostrar solo hasta aquellos provocativos pliegues que recorren las ingles para conducir al lugar predilecto. No es necesario más. Sino, vean al hombre Dendur Zero Grados de la marca Unique que demuestra que el frío extremo quema.
Pero alejémonos un poco del tema del pene porque puede poner nervioso a los lectores masculinos. Mejor quedémonos con el cuerpo. Qué placer poder contemplar el cuerpo atlético de un hombre como Viggo, de casi cincuenta años. Tal vez tiene un poco de barriguita pero no hay que ser tan exigentes. Y si él se mantiene así, por qué no reclamarles lo mismo a los que casi llegan a los cuarenta. Por qué el descuido. Por qué las barrigas prominentes o los bíceps tristemente escondidos. O peor aún, la incapacidad para mover el cuerpo más allá de su escritorio de trabajo, el televisor o la cama. Basta de exigirles a las mujeres las siluetas perfectas si es que ellos no hacen un esfuerzo por mejorar sus condiciones físicas. Nosotras no pedimos tanto, solo un poco de igualdad en la figura. No esperamos Sportakus gimnastas, aunque podría ser interesante. No, interesante no es la palabra, sería estimulante imaginar alguna de esas piruetas que hace el héroe de Lazy Town en una Active Bed, una fantasía tan improbable como la existencia de un hombre que come sano y hace ejercicio.
Después de haber expuesto este preámbulo queda claro que ninguno de mis dos galanes se ejercita. No están mal, pero les hace falta una vuelta por el gimnasio para que se acuerden de que existe el músculo. No en vano una soporta como mártir los asientos violadores de las bicicletas de spinning y las aburridísimas repeticiones de las pesas para moldear un cuerpo de madre. Además de las dolorosas contorsiones del yoga para la elasticidad y la relajación. Mi próximo galán tiene que estar a la altura de mis sudores. Sea quien sea tendrá que acompañarme en mis desgastados esfuerzos por mantenerme en los treinta, con las carnes bien puestas.
Todo esto pasaba por mi mente cuando veía la película. O sea, tengo que comprarme el dvd para volverla a ver. Será una buena oportunidad para tomar el control remoto y hacer pausa en la escena del sauna. Podré avanzar y retroceder a mi antojo y detenerme un millón de veces en el cuerpo del delito.
Como imaginarán, después de tanto pensar en penes y cuerpos, el cine terminó con un acalorado encuentro en el carro de Mauricio. Nos besamos como dos adolescentes, y cuando estábamos a punto de compartir nuestros tesoros decidí hacer un stop. Sí, yo sé, qué antipática aguafiestas. No soy de las mujeres que les gusta encender un cigarrillo para terminar apagándolo en la piel del agitado compañero. Solo que en ese momento candente me di cuenta de que debía de hacer un alto definitivo con el chico. No por ningún tema físico o de química, sino por un sencillo tema de conciencia: sexo = mayor enamoramiento = sufrimiento. Lo malo es que, además de tener que dejar de verlo (es un excelente conversador y una cálida compañía) siempre me quedaré con la duda respecto a lo que quiso decir con su comentario durante la película. ¿Sería burla real o pura identificación? Nunca lo sabré.