sábado, 5 de julio de 2008

La mariposa y la cuchara de plata

Llevé a mi hija al doctor para que le hagan un examen. La cola era larga, esperaríamos por lo menos media hora y yo debía ingeniármelas para distraerla. Sacamos papel y plumones y le hice unos laberintos para que pudiera llegar a casa. Le encantó el ejercicio. Luego ella hizo sus propios laberintos, todos cerrados, para que yo intentara llegar a mi casa también, ¡pero era imposible! No hija, tienes que dejar espacios abiertos para que no me quede encerrada, ¿entiendes? Ah ya, me dijo. Volvió a tomar el plumón y, generosamente, hizo un camino de líneas bastante separadas por donde yo podía pasar sin problemas. Además, dibujó dos puntos de llegada. Uno, la casita; y el otro, las letras “i” “e” “a”. Lo primero que hice fue llegar a las vocales, sin saber que con eso ella me exigiría que le cuente un cuento. Ya, te voy a contar un cuento acerca de la inocencia. ¿Qué es la inocencia mami? Es la capacidad de sorprenderte y disfrutar como la primera vez hijita, así como cuando tú disfrutas de tus cuentos, una y otra vez. Sí sí, es que me encanta que me cuentes cuentos mami, es mi cosa favorita del mundo. Ya, pero ahora te voy a contar uno nuevo, ¿qué te parece? ¡Uno nuevo! ¡Sí!

Cuenta la historia que un día, la mariposa más joven del bosque, se encontró con un objeto brillante que proyectaba una luz intensa. Curiosa, se acercó sin medir el peligro y agitó sus hermosas alas en torno al curioso objeto. De pronto, le pareció ver a otra compañera revolotear al frente de ella, nunca la había visto antes, se posó cerca a la cavidad redonda del objeto para observarla con detenimiento. Su cuerpo era verde con una franja amarilla en cada lado, y sus alas, de un verde más pálido, tenían un círculo rojizo en la parte delantera y un par de manchas transparentes rodeadas por anillos amarillos y azules. Sus alas posteriores terminaban en una fina cola larga que parecía ser el velo de una princesa de cristal. Era perfecta, etérica, delicada, casi transparente, parecía un espejismo. No pudo quedarse mucho tiempo a observarla, el calor que emanaba aquel objeto era muy intenso y su frágil cuerpo no resistía más. Así que salió presurosa y se quedó vigilando el lugar, pero no la volvió a ver pasar por ahí. Por un momento pensó que su imaginación la estaba traicionando y tuvo que comprobar si había inventado aquella visión de ensueño. Así que al día siguiente decidió aventurarse a buscar nuevamente a la magnífica mariposa de cristal. Se posó cerca del objeto extraño e inmóvil y la volvió a encontrar, mirándola también a ella. Parecía atrapada, seguro aquel objeto era del mundo de los hombres, y la tenían presa. Se aproximó lo más cerca que pudo, la otra parecía sentir la misma curiosidad, estaba ansiosa por salir, también la olió y la vio con detenimiento. Pero seguía sintiendo algo extraño en ella, parecía irreal, fantástica y no podía dejar de admirarla. Quedó tan fascinada que todos los días visitaba a su princesa de cristal y le regalaba por horas su compañía y contemplación. Hasta que una mañana, la pequeña mariposa no encontró a su espléndida compañera ni al extraño objeto que la contenía. La buscó desesperada por todo el bosque, pero fue en vano, no la volvió a ver. La cuchara de plata había desaparecido y con ella su propio reflejo.

Debo aclarar que el relato estuvo lleno de interrupciones y preguntas, sobre todo respecto al final, pero mi hija se quedó fascinada y sobre todo entretenida, justo el tiempo que duró la espera. ¡Mamá! —dijo, mientras entrábamos al consultorio— ¿La mariposa no sabía que se estaba mirando en un espejo? No, no sabía, ¡no se conocía! ¿Te imaginas si no supieras cómo eres? Si no existieran los espejos no sabrías como es tu carita amor. Sólo sabrías que eres hermosa porque yo te lo digo, dependeríamos de los ojos de los demás para saber cómo somos. Ella no respondió, no tuvo tiempo, la doctora ya le había tomado el brazo y le estaba dibujando unas cruces. Luego, colocó unas gotitas al costado de cada cruz y pinchó cada una de ellas con unas puntas metálicas. No puedes tocarte, dijo la doctora, te va a picar pero si te rascas te voy a tener que volver a pinchar y eso no queremos ¿no? Y yo debía soplar, distraerla, tenía que seguir hablando, y tomarla fuerte del otro brazo para que no se tocara. ¡No me aprietes mami!, no me voy a rascar, solo te voy a señalar para que me soples. Tuve que soltarla y confiar en ella. Retiré la mano lento, preparada por si caía en la tentación. ¡Esto no me está gustando nada mamá! —me dijo entre lamentos, con desesperación— ¡Me pica! ¡Me pica! Yo sé hijita, pero ya va a pasar, solo es un ratito ¿si? ¿Y en la casa me voy a poder rascar? Sí, en la casa sí amor, solo aguanta un poco más. Te prometo que saliendo de aquí te compro algo riquísimo, lo que tú quieras. ¡No quiero nada! La doctora se levantó de un salto y abrió su armario para sacar unos palitos para lenguas de Micky Mouse. Le regaló uno de cada color. Como por arte de magia —la de Disney, sin duda— mi hija cambió de cara y se olvidó de la picazón. Yo le propuse contar cuántos palitos habían, mientras que las ronchitas de su brazo crecían cada vez más. La doctora aprovechó para sacar su regla de plástico y midió cada una. Luego apuntó en un papel las dimensiones exactas. Finalmente pasó un algodón con alcohol encima del brazo. ¡Eso rasca! Sí amor, al fin se terminó. Es alérgica a tres ácaros —concluyó la doctora— el Dermatophagoides pteronyssinus, el Dermatophagoides faringe y el Blomia tropicales. Están en el polvo, en las cosas guardadas, debe seguir estas recomendaciones, y me dio un folleto: “Orientación para pacientes alérgicos”.

Al salir del consultorio le pregunté a mi hija qué quería, porque había sido muy valiente. Pero, al parecer, realmente no quería nada. Solo chupaba, uno a uno, los palitos de colores con cara de Micky y los juntaba en una bolsa para llevarlos a casa. Su idea era seguir llenando su caja de chucherías, que tiene desde piedritas de colores, stickers y zapatitos de la Barbie, hasta relojes sin pilas y tarjetas de crédito vencidas. Yo estaba dispuesta a comprarle lo que ella me pidiera —si le hago una promesa siempre trato de cumplirla y nunca le miento—. Sin embargo, le había dicho algo que no era totalmente cierto. Mientras salíamos a tomar taxi pensaba que, aunque existan los espejos, siempre dependemos de la mirada de los demás. Por eso no podía olvidarme de la carta de J, y por eso me seguía sintiendo como en una sala de espera, aguardando su llamada. Quizá sea el momento de dejar de esperar, pensé. ¡Sí quiero algo mami!, me dijo al fin, trayéndome de vuelta. ¿Qué hijita, qué quieres? —le contesté con entusiasmo—. Levantó sus ojitos, puso una manito alrededor de su boca y me susurró al oido: una cuchara de plata.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Después de tantos post sobre penes, regresó la chica que me gustaba leer. Hermosísimo cuento, no hace falta decir más. Mi enamorada y yo lo hemos disfrutado a rabiar. Tu hija fue muy valiente, y tú una genia para tratarla (con o sin paletitas de Mickey). Eres una madre admirable.

Si J. leyera este post, seguro te llamaría.

Saludos,

Chico-Ya-De-40

PD.- Mi novia dice: "Dile a tu amiga que ojalá un día ella encuentre su cucharita de plata, como yo encontré la mía" ¿No es linda mi novia? Por eso estoy loquito por ella. Por estos días nos vamos de viaje a Arequipa. Te leo desde allá...

Eri-Eri dijo...

ahh me gusto mucho el cuento!! wow vaya q tienes imaginacion!!! leyendo el comentari del chico ya de 40! yo tmb quiero enocntrar mi cuchara de plata!! mmm donde le compraste la cuchara a tu hija??? mmm me mandas una please???
un abrazo desde estas tierras lejanas!

Pierre dijo...

=D

P dijo...

Un monje le preguntó a Joshu: "Esta vaca, ¿tiene la naturaleza de Buda?"

Joshu respondió: "¡Mu!"

Yannick Carrasco dijo...

Esta paja tu blog.
saludos y animos