viernes, 16 de mayo de 2008

Examen de admisión



El sábado llevé a mi hija al colegio para que diera su examen de admisión. Por supuesto que no mencioné la palabra “examen”. Sólo iría a jugar. ¿Y por qué? Porque la gente del cole te quiere conocer y yo quiero que tú también los conozcas. ¿Y si no me gusta? Si no te gusta ya veremos hijita. Pero tienes que entrar sola al salón. Yo te esperaré afuera ¿Ok? Y si te portas bien nos vamos a comer pizza después. ¡Siiii, yupi yupi, pizza!

Ese fue mi preámbulo una semana antes. Cuando llegó la hora, mi hija no quiso entrar sola al salón y, al ver que tenía que hacerlo, aceptó entre llantos que me quedara afuera pero con la condición de dejar la puerta abierta. Así lo hice. Me alcanzaron una silla y me quedé en la puerta del salón con mi libro en la mano. De rato en rato, mi hija volteaba a mirar para comprobar que yo seguía ahí. Ella no sabía que la estaban evaluando y no quería separarse de mí.
J tampoco sabe que lo estoy evaluando y tampoco quiere que me separe de él. Es curioso, nunca he sido tan racional para elegir una pareja en mi vida. Pero cómo no ser así, cómo no tener cuidado después de un divorcio. A veces pienso que la costra que me ha dejado la separación nunca va a terminar de caer, es como un metal indestructible que cubre mi pecho e impide que me vuelva a enamorar como antes.

A la hora, mi hija estaba entretenida con unos rompecabezas y las miradas hacia la puerta casi habían desaparecido, por lo que la psicóloga me dijo que ya era hora de que me vaya. ¿Y no me puedo despedir? No, dijo con una media sonrisa, va a ser más difícil después. Imaginé lo que estaba pensando, que era una madre sobre protectora. ¡Pero no lo soy! No soy de esas madres que sienten que sus hijos son una extensión de su cuerpo, como una amiga mía que no dejaba que su hija vaya a los cumpleaños con la abuela porque ella no iba a ser testigo de su disfrute. Cómo SU hija iba a gozar sin ella. Lo que pasa conmigo es que, en situaciones como esta, mi época traumática del nido aparece como una ráfaga fría que me hiela los huesos. Salí con el corazón anudado. Yo le había prometido que me quedaría afuera esperándola y pensé que cuando se diera cuenta de mi ausencia se sentiría traicionada. Pero no me quedó otra alternativa que irme, era la única mamá que había estado sentada afuera del salón para tranquilizar a su hija, o mejor dicho, para que yo me tranquilice.

Salí a caminar buscando desesperadamente un café. Debía encontrar un Starbucks cerca, esos locales se han reproducido de una forma casi patológica. Y efectivamente, lo encontré, a dos cuadras de Wong de la Av. Benavides. Entré y me sentí como en casa —he pasado buen tiempo en ese café escribiendo mi novela—, tenía dos horas enteras solo para mí. Cuando tengo tanto tiempo a mi disposición a veces me abrumo y lo desperdicio. Tal vez es el miedo del que habla Rosa Montero en La loca de la casa, el miedo a enfrentarte al papel y no poder encontrarte con tu daimon, aquella fuerza inspiradora que te hace escribir sólo textos geniales. Así que “despedicié” mi tiempo leyendo una revista y hojeando la sección cultural del periódico, y comprobé lo lento que pasan las horas cuando no las necesitamos. Quería recoger a mi hija en ese instante y que me diga contenta que la pasó lindo, que le gustó el colegio que elegí para ella.

Al cabo de un rato me relajé y me vinieron a la mente aquellos ojos azules que me persiguen. Tanto J como el otro candidato, Mauricio, tienen los ojos azules. Y los dos aman el arte. J la literatura, Mauricio, la música. Los dos son separados, la diferencia es que J tiene un hijo y Mauricio no. Tal vez suene radical, pero a pesar de que la boca de Mauricio y la mía encajan como piezas de tangram (todavía no pruebo a J), me temo que ha perdido muchos puntos. Uno de los requisitos que tiene que cumplir mi próxima pareja es que tenga un hijo. La razón más importante es porque mi instinto maternal está más que satisfecho. Ser mamá es una tarea demasiado intensa y, en casos extremos, la palabra “madre”, que tanto glorifican, puede llegar a significar: Mujer Agotada Desesperada Renegona Esclava. La segunda razón es porque el novio en cuestión no podría entender mi labor y aceptar que:

1. Prefiera quedarme en casa por cansancio o porque la nena enfermó.
2. Mis fines de semana los pase con ella, ya que trabajo todos los días.
3. No puedo dormir en otro lugar que no sea mi casa o, peor aún, dejar que él se quede en mi cama.

Entonces, qué me queda, tener relaciones libres hasta que aparezca el candidato ideal o hasta que yo esté preparada para asumir compromisos. El problema es que Mauricio no parece estar conforme con pasar el rato. Su vulnerabilidad le impide ver nuestra relación con un sentido práctico y me temo que se está enamorando. Así me la pasé, enumerando todos los peros posibles para descartar al chico, hasta que al fin el reloj marcó las 12:20. Debía volver al colegio. Cuando llegué, había un grupo de padres atiborrados en la puerta y un vigilante, con radio en mano, anunciaba la llegada de cada uno. Después de unos minutos, vi a mi hija aparecer de la mano de una auxiliar con la carita sonriente. ¡Mamá! ¡Me gustó el colegio! Luego me llevó con entusiasmo hasta adentro para mostrarme lo que había hecho, una flor y un corazón de plastelina. Inhalé aire hasta levantar los hombros —como en mis clases de yoga— y lo exhalé en forma tan sonora que la chica que nos acompañó dio un pequeño brinco de susto. De pronto, todos mis temores parecían desvanecerse. Por qué tendría que ser tan estricta con Mauricio, y por qué no podría propiciar yo misma una situación más íntima con J, para de una buena vez decidir si elijo a uno de ellos o me despido de los dos. Esa tarde, comiendo pizza y bailando en la silla del restaurante con mi hija, sentí que yo había aprobado un examen. Me faltaba poco para ingresar a una nueva etapa en mi vida, igual que mi hija.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que joven eres! hasta podría decir que me da envidia. Esas"dubitaciones" entre 2 enamoraditos...tan de baladita mejicana... de tan lejanas en mi vida las había olvidado...

Giselle Klatic dijo...

Creo que alguien me ha llamado por ahí inmadura? jajajajaja.
Nunca es tarde para un remember...

Pepefina dijo...

Es necesario, cuando uno es niño, saber que los papás están ahí...cuando aprendí a montar bicicleta volteaba para saber si papá estaba llevando mi asiento por detrás, y al ver que estaba bastante lejos mirándome feliz, me desviaba cayendo en arbustos no muy blandos