jueves, 5 de julio de 2007

La tía que nunca cumplió treinta


Ayer cumplí treinta. La tía Liz solía decir que ella no llegaría a aquella edad apocalíptica. Y cumplió con su palabra. La noche anterior a su muerte mi hermana y yo dormimos en su casa, en su mismo cuarto, en una cama que tenía desocupada al lado de la suya. A mi hermana y a mí nos fascinaba ir a aquella casa. Siempre teníamos algo nuevo por descubrir, estaba llena de recovecos, desniveles, infinidad de baños, cuartos con walking closets. El estudio tenía un coqueto balcón con vista a la sala principal y estaba adornado con unas cortinas hechas de piedras de colores. Era el escenario perfecto para reinventarnos. Cuando rozábamos aquellas piedras y las hacíamos chocar unas con otras daba la impresión de que estábamos en una playa. Aquel sonido de lluvia, la caricia del mar sobre las piedras. El encuentro entre lo infinito y lo tangible. El movimiento y la quietud. Cierro los ojos y aún puedo evocarlo. Nos encantaba perdernos por los rincones de aquella casa que quedaba frente al Campo de Marte y que había ganado un concurso de arquitectura por su diseño de vanguardia. Pero aquel recinto, que para nosotras era un escenario fantástico, se había convertido en la cárcel de la tía Liz. Su familia gozaba maltratándola, física o psicológicamente. Tenía cuatro hermanos que se dedicaban a pisarle los talones y a veces hasta la encerraban en su cuarto. Para su madre no era lo suficientemente bonita —aunque era una princesa árabe que guardaba en sus ojos dormidos un par de esmeraldas—. Cuando bebía, aquellos ojos brillaban insolentes y se convertían en dos puñales afilados. Pero cuando estaba sobria, y la euforia había cedido a sus estados depresivos, eran dos faroles apagados que miraban su cuerpo con desprecio. Nunca podía ser lo suficientemente delgada, aunque las clavículas y las rótulas de sus hombros amenazaban con salírseles de la piel. Para nuestros ojos infantiles, la tía Liz no tenía motivo para ser infeliz: era bella, tenía dinero y se la pasaba horas inventando formas, jugando con pinturas y pinceles, recolectando chucherías que le servían para crear adornos inservibles, como decía su madre. Pero en ese entonces, nosotras no podíamos entender lo que significaba vivir sin amor. En su corta vida no encontró a nadie que la amara, y es que ella nunca aprendió a amarse a sí misma. Y surge el círculo. Cómo podría amarse ella misma si no la amaron. Pero algo sí era cierto, nosotras, de alguna manera, le alegrábamos un poco la vida. Éramos sus mascotas. Se divertía con las impertinencias vivaces de mi hermana y mi dulzura callada la enternecía. Nosotras le alimentábamos el instinto materno que nunca llegaría a saciar. Nos invitaba a bañarnos en su piscina en forma de riñón y nos dejaba jugar con sus peluches importados y con sus miniaturas. El día anterior a su muerte la pasamos con ella en su piscina. Aún recuerdo su imagen. Se había recogido el pelo en un moño y estaba con todo el cuerpo sumergido en el agua, apoyada con los codos sobre el borde de la piscina. Estaba triste y parece que aceptó que nos quedáramos a manera de despedida. Aquella noche la muerte nos rozó los talones. Cuando las tres dormíamos, sonó el teléfono. Mi hermana levantó el auricular y cuando iba a hablar se dio cuenta de que ya habían contestado en algún otro lugar. Era la empleada que hablaba con un hombre. Hoy no, están las niñas —dijo—. El hombre insistió en que debía ser ese día, pero ella recalcó que los planes debían cambiar. En la tarde del día siguiente encontraron a la tía Liz colgada. Los exámenes médicos revelaron que había ingerido una gran cantidad de pastillas y, según la reconstrucción de los hechos, después de tomarlas habría perpetuado el suicidio. Pero aquella hipótesis era absurda, el efecto de tal cantidad de somníferos la habrían dejado casi inconsciente, totalmente inhabilitada para dar dos pasos sin tropezar, y mucho menos para subirse a una silla y tener la fuerza para atar la sábana a una lámpara. Pero el caso quedó como suicidio y fue enterrado con ella, poco antes de que el ex marido recibiera una abultada herencia. Nunca más volvimos a aquella casa magnífica, sólo sé que hoy la ocupa una congregación de monjitas.

16 comentarios:

Unknown dijo...

En un relato aparentemente simple, has podido plasmar una realidad llena de contrastes y de emociones que pone en evidencia lo que el ser humano es y por lo que lucha: lograr un equilibrio en esta vida llena de muerte. Ella no lo pudo encontrar y nos dejó............

Giselle Klatic dijo...

Gracias!!!! qué lindo comentario... el mejor para inaugurar mi blog.

Anónimo dijo...

vaya, me hubiera gustado conocer a la tia liz, no se porque la imagino como una estrella del cine en blanco y negro, o en una escena de casablanca, es sin duda un personaje intrigante. felicitaciones por tu blog, me encanto tu historia! seguire leyéndote

Anónimo dijo...

que pena la historia de tu tia

que bueno que guardes buenos recuerdos

Unknown dijo...

La memoria de tu tía vista por los ojos de una niña con todo un amor inocente y la realización de la verdad que solo viene con la experiencia de adulto. Creo de cierta forma todos tenemos una historia que tuvo su momento en nuestro pasado pero sigue viviendo durante toda la vida; cambiando con los años porque las experiencias de adulto te dan una realización distinta a la que tuviste inicialmente. Para mí tu cuento refleja eso. No se si estoy equivocado; pero te cuento que después de leer el relato siento un amor por tu tía como un deseo de justicia por su muerte. Tienes mucho talento Gi espero que sigas escribiendo.

Jose Antonio dijo...

Recuerden los momentos alegres que vivieron, olviden la tristeza, la justicia siempre llega, acuario no cierres tu corazon, mariposa continua volando y deleitanos con tus narraciones.

E.H.D. dijo...

casi puedo imaginar a tu tìa: era bella, distinguida, ante los ojos de la gente era una persona normal; no tenìa mayor transtorno, o nadie sabìa que lo tenìa pero èsos maltratos pudieron màs que su distinciòn
MUY BUENA HISTORIA

Anónimo dijo...

Buena historia, bien escrita. Sigue adelante, tienes futuro

Anónimo dijo...

UN LINDO CUENTO, SIGUE ESCRIBIENDO

Anónimo dijo...

Querida Giselle, al leer tu historia me parece evocar con carino y nostalgia los momentos tan simpaticos que disfrute junto con tu mama y tu tia Liz en esa hermosa casa frente al Campo de Marte escuchando la musica de Paco de Lucia que tanto le agradaba y por otro lado con muchisima tristeza por la forma tan tragica en que nos dejo, efectivamente hijita tenia belleza y todo lo material pero sus ojos lindos y expresivos siempre mostraron la inmensa tristesa en la que vivia. Me conmovio tremendamente tu relato y te felicito por la forma tan sencilla y autentica como lo escribiste.

Liliana S. dijo...

Mi querida y dulce Guille: Me has hecho llorar con mucho sentimiento, me has removido el alma!!!!! sobre todo porque a pesar de ser una historia tan triste y tragica que nos toco vivir, tu la has contado con mucha sencillez, con alma de niña, reflejando mucha ternuna y amor por tu tia “Liz”. Que pena que ella nunca supo valorar el gran amor que le teniamos todas nosotras no? Tal vez hasta ahora estariamos juntas.

Te felicito, sigue adelante, te quiero mucho,

Tu tia Liliana

Anónimo dijo...

De veras que me encanta como escribes. Me gustaron mucho tus descripciones de como veian y sentian las cosas tu y tu hermana. Creo que a traves de lo que escribes eres capaz de mover mucho por dentro, realmente no era dificil de imaginarse a tu tía, la casa y a ustedes jugando en ella. Te felicito!! No dejes de escribir!

Vitrina de Cedro dijo...

Increiblemente profunda. Un derroche de cariño excepcional. Una historia realmente sobrecogedora. El mejor relato suyo que he podido leer.

la doctora yvonne dijo...

No veo nada de apocalíptico en los 30. Todo lo contrario, es la frutilla de la torta, después de haber pasado por los 20, sufrido por mis inseguridades, creyendo que tenía que tener pelo lacio y ser delgada para competir... Ahora a mis 30, siento que soy una mujer de verdad, joven, inteligente, y con algo de experiencia. Adoro los 30. saludos, son muy buenas tus historias.

Giselle Klatic dijo...

Totalmente de acuerdo contigo. Es una pena que la tía Liz no lo haya visto así. Gracias por tu comentario!

xika dijo...

gracias por tu relato, leyendolo me pregunte.. como si al parecer era una mujer plena no continuo con su vida? al decir estas palabras me di cuenta de las veces que ha rondado por mi cabeza la misma idea que tu tia ...pero ahora al decir esas palabras me doi cuenta que puedo mirar mi vida mas allá de mi misma y asi como tu tia las tuvo a ustedes yo tengo seres q me quieren, creo que tu tia debe estar feliz y arrepentida a la vez , feliz porque debe saber que tiene unas sobrinas que a pesar de los años aun la quieren y recuerdan, y arrepentida porque de haberlo notado estaria disfrutando hoy con ustedes.
gracias por tu relato.